En últimas
fechas la noticia de nuevas sanciones hacia Irán ha dado la vuelta al mundo,
sólo que esta vez toca un tema por demás importante tanto para las partes
impulsoras como para la nación persa, ya que a principios de esta semana los
cancilleres de la Unión Europea se reunieron en Bruselas para prohibir la importación
de petróleo iraní, en señal de represaría por la intención del presidente Mahmoud
Ahmadinejad de seguir en marcha con su polémico programa nuclear.
Desde
2006 el país persa ha sido sancionado por el Consejo de Seguridad de Naciones
Unidas, como testimonio están las resoluciones: 1696 (Julio de 2006), 1737
(Diciembre de 2006), 1747 (Marzo de 2007), 1803 (Marzo de 2008), la 1835
(Septiembre de 2008) y la 1929 (Junio de 2010), las cuales tuvieron como fin
conminar una mayor transparencia en el programa nuclear o en su defecto la derogación
total del mismo.
A
pesar de estas sanciones, donde Rusia y China han cedido ante la inminente
estrategia de estrangulamiento hacia Irán, impulsada desde Occidente, el
gobierno de Teherán, encabezado por el ayatolá Jameneí no ha dado las muestras que
Occidente demanda en aras de ampliar su cooperación con el Organismo
Internacional de Energía Atómica.
Los
intereses detrás del programa nuclear iraní son bastos: Está presente el
derecho de todos los Estados para producir energía nuclear con fines pacíficos,
Irán forma parte del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) el cual permite
a todos sus miembros el uso y desarrollo de energía nuclear bajo supervisión
internacional. Otro elemento es el nacionalismo que impera en la decisión iraní
de ejercer su derecho como miembro del Tratado. Está la libertad de toda nación
para ejercer las estrategias de desarrollo que más le convenga. Están los
argumentos a favor de producir energía más limpia, en un país cuyas principales
actividades económicas (extracción de petróleo y operaciones de refinería)
contaminan sus ciudades y el Golfo Pérsico.
Pero
también está presente la sospecha de crear un arma nuclear, ante la inminente
capacidad de las plantas de enriquecimiento de uranio iraní. Está la tentación
de equilibrar el poder en Medio Oriente, donde sólo Israel posee armamento
nuclear. Se manifiestan de igual manera, los deseos de Occidente de cambiar el
régimen que ha gobernado Irán desde hace más de dos décadas, y se vislumbra una
cortina de humo que puede sumarse a las variables que reaparecerán como
consecuencia del periodo electoral que se vive en EE.UU.
Y
están las teorías conspirativas, donde prevalece aquella idea de que la guerra es
el negocio más redituable que se ha visto en la historia humana, en caso de ser
el vencedor por supuesto, y no hay duda que el petróleo es el mejor pretexto para
confrontar a un país sin pruebas tangibles, donde “la democracia a la
Occidental” deja de ser un anhelo para convertirse en una imposición de cosmovisiones.
Por
la complejidad del tema, los países involucrados viven un ambiente de tensión
constante, donde prevalece la amenaza de un ataque oficial, de un ataque
indirecto (terrorismo) desde cualquiera de las partes implicadas.
Juegan
un papel primordial las organizaciones internacionales, las embajadas, la
diplomacia, los servicios de inteligencia, los jefes de estado, y en última
instancia la población, quienes sufren en mayor medida las consecuencias de
eventos que no tienen que ver con sus acciones, sino con la decisión que
depositaron en las urnas, ya sea por voluntad o por fuerza.
Hay
también una frialdad particular en las relaciones entre EE.UU. e Irán, la cual
se refleja incluso en el hecho de que ambos países no tienen embajadas, por lo
que no podríamos hablar de relaciones diplomáticas directas entre los mismos.
Irán se apoya de la embajada de Pakistán en Washington para servir a sus
intereses, mientras que EE.UU. hace lo propio con la embajada de Suiza en Teherán.
Por último está
la pregunta de la prospectiva: ¿Cuál será el próximo escenario que veremos ante
la inminente problemática que han revivido los europeos con sus sanciones?
Dudamos en
demasía de una intervención militar, pues Irán es un país de amplias
dimensiones, el 18 más grande del mundo, con una economía importante (la 19 de
mayores proporciones), es el tercer mayor exportador de petróleo del mundo, el
quinto mayor productor de gas natural, sus hidrocarburos se exportan a China
(16.2%), India (12.6%), Japón (9.9%) y Turquía (6.8%) principalmente.
Quizá, la
única forma de cambiar la postura del gobierno iraní será desde el interior,
aprovechando las próximas elecciones legislativas de marzo, ya que aunque una
estrategia similar no funcionó en las presidenciales de 2009, no veíamos en
aquella región un fervor popular tan importante como el impulsado por la oleada
de manifestaciones en los países árabes: ¿Será que “la voluntad popular”
ayudará de nueva cuenta a los Occidentales en sus objetivos en Medio Oriente?
En un par de meses sabremos la respuesta.
© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios
informativos en Latinoamérica. Enero 2012
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