El
11 de septiembre de 1973, a una semana de la celebración del aniversario de la
llegada de Allende a la presidencia, las fuerzas armadas comenzaron sus
operaciones para efectuar el golpe militar.
El
presidente Salvador Allende, con el objetivo de dar conciencia al pueblo
chileno de los hechos, se comunicó mediante una de las pocas estaciones de
radio pública que quedaban en pie diciendo: “Estoy dispuesto a resistir por
todos los medios, incluso al precio de mi propia vida, de modo que esto servirá
como una lección en la historia ignominiosa de aquellos que tienen la fuerza,
mas no la razón”.
El
golpe se efectuó con éxito, no hubo resistencia alguna, más que la del propio
presidente y un puñado de colaboradores. En pocas horas Chile dio un giro de
180 grados, el futuro sería el único testigo de los cambios consecuencia del
nuevo régimen.
El
golpe militar contiene un elemento desestabilizador, impropio del baluarte de
la libertad individual, de la justicia. El golpe militar no sólo rompió con la
tradición democrática del pueblo chileno y de sus agrupaciones (sindicatos,
grupos empresariales, asociaciones civiles y estudiantiles, etc.) sino que hizo
notar el poder e influencia de una ideología que buscaba ser dominante a
cualquier precio y sobre cualquier medio, sin importar que esto contrariara los
principios que la fundamentan.
Para
Gonzalo Vial Correa, un reconocido historiador chileno, el 11 de septiembre fue
la consecuencia de la crisis del sistema político chileno, una crisis que se
venía gestando desde finales del siglo XIX. En ella, el papel de los militares
es muy importante, ya que ellos condicionan la fase de la transición de la
democracia en Chile.
Desde
el exterior, el golpe se percibió de dos maneras. Hubo quien aplaudió la caída
de Allende, quien lastimaba los intereses de las trasnacionales
norteamericanas. Esta por demás mencionar la posición de las demás dictaduras
latinoamericanas hacia el golpe de Estado como la argentina o la brasileña, las
cuales eran típicos baluartes del intervencionismo político y económico
estadunidense en América Latina en contra del comunismo. Otros países como
México desconocieron el régimen militar y brindaron asilo político a los
chilenos sospechosos de ser comunistas o de izquierda.
Pinochet
tomó posesión en diciembre de 1973. Férreo contrincante del comunismo, este
militar mandó apresar o desaparecer a varios seguidores de Allende e incluso a
izquierdistas que no lo eran. Apoyado con una policía secreta denominada DINA
(Dirección de Inteligencia Nacional).
Tras
la instauración del nuevo régimen, pese a las críticas a nivel internacional,
el nuevo gobierno recibió apoyo económico por parte del Banco Mundial, el Banco
Interamericano de Desarrollo (BID) y algunos bancos privados estadunidenses que
enviaron 500 millones de dólares en créditos y ayuda a Chile
Antes
de la llegada del gobierno de Salvador Allende en 1970, Tanto las agencias
gubernamentales de EE.UU., como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de
Desarrollo apoyaron con 372 millones de dólares en préstamos al gobierno
anterior a Allende (Alessandri), mientras que los prestamos percibidos durante
el gobierno del socialista sumaron 74 millones (cinco veces menos), pese a que
durante su gobierno Chile vivió una severa crisis económica.
Después
del golpe de Estado, el gobierno de la Junta fue apoyado con 737 millones de
dólares, casi diez veces más que en el periodo de Allende y el doble de lo
percibido por Alessandri, esto demuestra el apoyo económico que tenía la Junta
Militar tanto de EE.UU., como de las organizaciones financieras
internacionales.
Por
otro lado, en cuestión de política interna, la Junta militar suprimió los
partidos políticos, las elecciones y a las organizaciones civiles (sobre todo a
los sindicatos). En palabras de Laurence Whitehead:
“[…]
Una élite económica y social de nuevo cuño se sentía ahora suficientemente
segura para impulsar sus objetivos a largo plazo y para desentenderse de las
consecuencias sociales internas. En lugar de tratar de apaciguar a sus críticos
internacionales para ganar acceso a las fuentes de la ayuda oficial que podrían
imponer concesiones políticas y de derechos humanos, esta élite optó por
ajustar sus políticas a los requerimientos de los mercados mundiales de capital
privado, lo que permitía que la dictadura preservara la autonomía nacional, así
fuese a costa de la mayor profundización de la recesión interna”.
La
dictadura de Pinochet que duró 17 años, terminó como consecuencia de la
constitución que él mismo presentó entrada la década de los ochenta. La
transición a la democracia condujo a un cambio político y social importante,
las libertades individuales poco a poco volvieron al pueblo chileno, miles de
ellos regresaron a su patria después de la caída del régimen militar. Sin
embargo la locomotora del modelo económico siguió su curso, manteniendo la
modernización activa de la economía y buscando una nueva estrategia para
continuar vigente: la institucionalización bilateral y multilateral del libre
comercio, baluarte de la nueva potencialidad chilena; la competencia.
©
Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos
en Latinoamérica. Agosto 2012
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