Uno de los grandes problemas que tienen los países en
desarrollo figura en la organización que hacen los líderes políticos del
gobierno, de manera que el Estado, en su función liberal de brindar las
condiciones mínimas, básicas y necesarias para el desarrollo de las actividades
sociales, es manejado en su aspecto técnico de manera incorrecta.
Entre administradores es bien sabido que el principal
obstáculo para el desarrollo de la ciencia administrativa y para la
implementación correcta de los principios de eficiencia, eficacia y
productividad a nivel público es el sometimiento de la administración pública hacia
la política.
La definición de administración
tiene su origen en la palabra latina admninistratio, la cual deriva de ad y
ministrare que quiere decir servir, de manera que el concepto nos orienta hacia
aquello que sirve o que presta servicios.
Algunos autores como Isaac Guzmán
Valdivia ven la administración como “la dirección eficaz de las actividades y
la colaboración de otras personas para obtener determinados resultados”.
En términos más sencillos podremos
entender por administración el logro de objetivos concretos mediante otras
personas, esto es alcanzar nuestros fines, de manera organizada, contando con
una dirección que delimite el camino más corto, en coordinación con un grupo social
organizado y jerarquizado.
El primer administrador en países como los
iberoamericanos es el presidente, ya que como bien lo afirmaba el jurista
mexicano Jorge Carpizo -a quien rendimos nuestros más respetables honores- en
América Latina el poder ejecutivo ha concentrado una serie de capacidades tanto
constitucionales como metaconstituciones (más allá de la constitución) que lo
hacen tener mayor influencia que los otros poderes (Legislativo y Judicial) en
el sistema político de sus respectivas naciones.
El problema de fondo radica en que muchas veces
quienes encabezan una dirección gubernamental no conocen los principios básicos
de la administración, de manera que sobreponen sus intereses particulares sobre
los de la organización misma, con lo cual no sólo contradicen uno de los principios
básicos de Henri Fayol (uno de los padres de la ciencia de la administración),
sino que estancan y retrasan el desarrollo administrativo de sus respectivos
órganos.
Hay que dejar en claro que las instituciones
nacionales dependen de los impuestos e ingresos de los gobiernos, por lo que
sus recursos no pueden pertenecer a un grupo político en particular, sino que
son de la colectividad. El dueño de las organizaciones estatales son los
ciudadanos, quienes fungen como proveedores de recursos, usuarios de servicios
y propietarios, por lo que es una obligación del Estado brindar justa
transparencia de los programas, acciones y proyectos que emprenda, no por una
cuestión de legitimidad, sino como un mero ejercicio de rendición de cuentas a
los únicos dueños de los recursos públicos.
La administración pública tiene siglos de historia, ha
estado presente desde las primeras manifestaciones de organización social del
hombre, pero su evolución ha sido lenta y compleja ante el dominio que ejercen
los asuntos políticos. En cambio, la administración privada, cuyo desarrollo
fue consecuencia de la revolución industrial, avanza a pasos agigantados,
siendo su móvil el beneficio de una colectividad determinada (que asegura la
continuidad por diversos medios), ofreciendo hoy modelos tan adelantados que
difícilmente podrían aplicarse al ámbito público.
Pese a ser uno de los grandes problemas de los países
en desarrollo, la injerencia de la política en asuntos de la administración no
parece ceder; aún persiste la idea entre quienes nos gobiernan que los recursos
públicos se tornan del color del partido que llegué al poder, y ante la falta
de candados o castigos hacia quien hurte la riqueza nacional, esta práctica que
es tradicional, se convierte en una conducta socialmente aceptada.
La solución al problema no es la panacea, ya lo decía
el gran estadista oaxaqueño Porfirio Díaz “poca política y mucha
administración”. Una versión contemporánea nos conminaría a generar de un
servicio civil o profesional de carrera, que llegué al aparato burocrático
gracias a sus capacidades y no a sus relaciones, que tenga una continuidad
basada en el mérito, no en el servilismo, que esté protegido de los cambios
políticos, pero que esté en constante escrutinio por parte de los aparatos de
que evalúan la función pública.
Si seguimos formateando y reinventando los gobiernos
cada 3 o 6 años, condenaremos a nuestras naciones a comenzar de cero
eternamente. Para que una política pública sea efectiva requiere de un plazo
prudente para su desarrollo. Un modelo nacional a largo plazo ha sido el medio
para que países como China, India, Irlanda, Japón e incluso Chile, alcancen
estándares que serían imposibles sin el factor de la continuidad.
© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos
periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Marzo 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario