jueves, 8 de mayo de 2014

México, vivir en democracia

El primer administrador público del país es el presidente y del estado es el gobernador. Pareciera que aquella máxima ha quedado como un discurso demagógico que todo tiene que ver con el “deber ser” y nada con el “ser”. Aquello también se debe al auge que ha tenido la globalización como tópico preferido para explicar tanto lo bueno como lo malo que le ocurre a los países, los cuales la catalogan entre los factores exógenos que podrían afectar la eficacia de algún programa de gobierno, permitiendo que el actuar público solo “contribuya” al logro del mismo, restándole por supuesto responsabilidad al servidor público por lo bueno, pero sobre todo por lo malo de lo que acontezca en la determinación geográfica.
En México, ya comienzan a verse los cambios que son impulsados desde el nuevo ejecutivo nacional, Enrique Peña Nieta, quien tendrá que superar amplios retos en diversos escenarios nacionales, pero que de igual manera tendrá que buscar la venia de aquellos grupos contrarios a su mandato, quienes aluden a la consideración democrática para hacerlo.
Sin embargo, es justamente la variable democrática la cualidad que puede generar un canal de intercambio entre los principales críticos y el nuevo presidente, quien ha mostrado su musculo político en el denominado “Pacto por México”, y quien puede ampliar su legitimidad haciendo participes a aquellas voces contrarias o ver disminuida su aceptación utilizando la fuerza del estado para silenciarlas.    
El fin de semana pasado tuvimos la oportunidad de leer un texto que nos pareció por demás importante para entender esta dicotomía entre la democracia y la crítica, para no caer en aquel dogma desinformado que tiende a confundir a la democracia con el concepto aristotélico de política, enmarcándola como un ideal que debe aplicarse por fuerza a todas las actividades de la vida cotidiana de los ciudadanos.    
El documento es del académico mexicano Jesús J. Silva-Herzog Márquez y se titula “Las esferas de la democracia”, donde nos invita a volver con cautela al significado semántico de la palabra democracia, el cual responde a una amplia complejidad de factores, más allá de ser simplemente el gobierno del pueblo.
Erróneamente diversos autores han  visto a la democracia de forma simplista, creyendo que realmente el gobierno es el reflejo de su población, y que éste habrá de excluir a cualquier fuerza que ensucie la imagen del espejo. Aquello, podría falsar a aquella máxima que postula que “todo pueblo tiene el gobierno que merece”
La existencia de los gobiernos democráticos radica en una razón particular: idealmente el pueblo o la ciudadanía velara por el interés público, por los asuntos de todos. Un gobierno realmente democrático no es aquel que celebre elecciones trasparentes cada tres o seis años, o que cuente con tecnología de punta para facilitar los procesos electorales, sino es aquel que invite a la población para tomar decisiones de coyuntura, que haga participe a las unidades económicas, ONG’s y otras organizaciones en los planes y programas gubernamentales; que impulse el crecimiento económico, sin omitir la distribución del ingreso; que concientice a empresas, universidades, inversores, etc. que transitar al desarrollo implica hacer partícipes a todos los sectores socioeconómicos.
La democracia es dinámica, pues no sólo se concentra en quién va a gobernar, sino que se cuestiona en cómo va a hacerlo. La democracia está en muchas partes, pero no es deseable que esté en todos lados, porque ello significaría su radicalización, haciéndola una “democracia totalitaria”, cuya esencia se desvirtúe ante el dogmático deseo de su instauración
Hay que resaltar que el ciudadano es el principal agente de la democracia, pues la vive en tres momentos de acuerdo con T.H. Marshall: Uno “civil donde se garantizan sus libertades civiles, un momento político donde tiene posibilidad de participar en el gobierno y un elemento social, donde cada miembro tiene el derecho de disfrutar ciertos mínimos de bienestar”.
En los países Iberoamericanos solemos confundir la exigencia de democracia participativa con democracia representativa, creemos que la energía política de los ciudadanos se gasta enteramente en el voto, sin darnos cuenta que las sociedades actuales están mejor informadas y comunicadas, lo cual nos permite comparar –de manera sustanciosa- realidades con otros países, generando satisfacción o inconformidad, que bien puede revelarse en un descontento sin consecuencias o en una manifestación masiva.
México está por comenzar una etapa nueva en su vida nacional, para quienes estamos en la trinchera del debate y la discusión debemos tener en claro que el gobierno no puede ponderarse por la alabanzas, sino por la calidad y creatividad para argumentar de sus críticos, tarea nada sencilla en la nación azteca.


© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Diciembre 2012 

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