lunes, 19 de mayo de 2014

Un Estado inventado

La historia que inspira a esta columna trata temas de poder, gobierno (de unos), organización para el trabajo e igualdad; porque hay algunos que son más iguales que otros. Trataremos de hablar de actores mas que de personajes, para no errar en la especie, exponiendo diversas características de nuestra historia, que describen la construcción de un Estado ficticio que nace de una revolución y que concluye debido a la ambición desmedida del grupo en el poder.  
La primera característica tiene que ver con la invención de símbolos nacionales para generar identidad. Estos van desde la creación de una bandera común hasta el conmemorar batallas heroicas, guiándose de principios rectores, claros y sencillos, que generen una sensación de patria y pertenencia.
La segunda característica es la distribución del trabajo; los más capaces a las labores directivas y los que tienen menos atributos intelectuales que ejecuten el trabajo duro. Muchos proclaman que es necesario que gobiernen los más listos o los que se dicen ser los mejores como ocurre en nuestra historia, pero en una sociedad plural debieran hacerlo quienes creen sinceramente en el interés general, que normalmente son los menos que llegan al poder.
La tercera característica se refiere a la esencia del poder. Quien posee el poder requiere de un aparato represor que le sea leal sobre cualquier circunstancia, este aparato punitivo puede generar miedo hacia los rivales políticos y es un instrumento efectivo de control hacia la población, pues al final de cuentas la esencia del poder es la injusticia.
La cuarta característica tiene que ver con la rigidez del sistema político que se describe en nuestra historia, donde sólo unos, los más hábiles detentan el poder a costa del trabajo de los otros. La élite se reconoce entre sí como superior, por lo cual aceptan que el dominio que ejercen hacia los demás pobladores es una condición natural que debe ser respetada de generación en generación, porque el poder puede llegar a compartirse, pero solo entre los miembros de la élite.
La quinta característica nos muestra la condición necesaria que debe cumplirse para que las situaciones anteriores puedan ejercerse, ya que se refiere al nivel de instrucción del pueblo. Una población ignorante es maleable, puede aceptar, creer y educarse únicamente con los conocimientos y valores que les enseñan los gobernantes; la carencia de memoria histórica de los pueblos permite que se reescriban los acontecimientos más importantes de la nación, con el fin de justificar las acciones del grupo en el poder.
La sexta característica es contar con un abanico de argumentos, por parte de los tomadores de decisión, para justificar cualquier nueva legislación por contradictoria que parezca; se trata del don de la persuasión, de convencer que el blanco es negro y viceversa. El nivel de tecnicidad de los gobiernos permite que cualquier cosa pueda justificarse, convenciendo a la población de que los problemas locales son consecuencias de las acciones de ciertos enemigos externos, haciendo posible que haya argumentos para todo.
La séptima característica se refiere al apoyo de la élite. Los ecos de quienes son partidistas con lealtad institucional están siempre presentes adornando el oído del gobernante, porque sobre cualquier interés está el personal y el familiar, al final de cuentas, no hay transformación sin voluntad política y no puede haber voluntad sin el legítimo apoyo de quienes detentan el poder.
Las élites en nuestra historia son siempre cómplices corruptas del poder, porque viven de sus beneficios, trabajan solo dirigiendo y coordinando, se educan para mandar y para alentar al líder en turno, no saben levantar la voz porque ello implicaría rebelión o revolución, palabras que detestan pues buscan a toda costa conservar su bienestar, aunque éste se sostenga sobre el trabajo de los otros, los gobernados. Esta última lección bien podría centrarse en el papel que juegan las élites y los argumentos que los llevan a justificar sus excesos y privilegios ante una población que poco los cuestiona.
Por otro lado, quienes conocen la historia y pudieran hacer la diferencia, prefieren callar por temor o apatía, pues las cosas son como son y no pueden cambiar solamente por la voluntad de algunos, porque el sistema se mantiene por la intención clara y justificada de un grupo que ha logrado convencer a todos los pobladores de que, su permanencia y manutención, es a favor de la nación, el orden y el desarrollo.
Al final de cuentas poco se puede esperar de un lugar gobernado por puercos, cerdos, cochinos o marranos, pues en efecto estimado lector, las líneas antes escritas se inspiran de aquella inteligente obra literaria de George Orwell publicada en 1945 con el título “Animal Farm”. Los párrafos antecesores no son otra cosa que una visión de segundo grado de las lecciones que posee esta magnífica historia ficticia, brindándonos una interesante perspectiva sobre la transición del poder, el rol de los pobladores, los símbolos nacionales, los excesos de las élites y todo aquello que formó parte de la llamada “Animal Republic”. Cualquier similitud con la realidad es mera coincidencia.  

© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Mayo 2014.




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