La historia que inspira a esta columna trata temas de poder, gobierno
(de unos), organización para el trabajo e igualdad; porque hay algunos que son
más iguales que otros. Trataremos de hablar de actores mas que de personajes,
para no errar en la especie, exponiendo diversas características de nuestra
historia, que describen la construcción de un Estado ficticio que nace de una
revolución y que concluye debido a la ambición desmedida del grupo en el poder.
La primera característica tiene que ver con la invención de símbolos
nacionales para generar identidad. Estos van desde la creación de una bandera
común hasta el conmemorar batallas heroicas, guiándose de principios rectores,
claros y sencillos, que generen una sensación de patria y pertenencia.
La segunda característica es la distribución del trabajo; los más
capaces a las labores directivas y los que tienen menos atributos intelectuales
que ejecuten el trabajo duro. Muchos proclaman que es necesario que gobiernen
los más listos o los que se dicen ser los mejores como ocurre en nuestra
historia, pero en una sociedad plural debieran hacerlo quienes creen
sinceramente en el interés general, que normalmente son los menos que llegan al
poder.
La tercera característica se refiere a la esencia del poder. Quien posee
el poder requiere de un aparato represor que le sea leal sobre cualquier
circunstancia, este aparato punitivo puede generar miedo hacia los rivales
políticos y es un instrumento efectivo de control hacia la población, pues al
final de cuentas la esencia del poder es la injusticia.
La cuarta característica tiene que ver con la rigidez del sistema
político que se describe en nuestra historia, donde sólo unos, los más hábiles
detentan el poder a costa del trabajo de los otros. La élite se reconoce entre
sí como superior, por lo cual aceptan que el dominio que ejercen hacia los
demás pobladores es una condición natural que debe ser respetada de generación
en generación, porque el poder puede llegar a compartirse, pero solo entre los miembros
de la élite.
La quinta característica nos muestra la condición necesaria que debe
cumplirse para que las situaciones anteriores puedan ejercerse, ya que se
refiere al nivel de instrucción del pueblo. Una población ignorante es maleable,
puede aceptar, creer y educarse únicamente con los conocimientos y valores que
les enseñan los gobernantes; la carencia de memoria histórica de los pueblos
permite que se reescriban los acontecimientos más importantes de la nación, con
el fin de justificar las acciones del grupo en el poder.
La sexta característica es contar con un abanico de argumentos, por
parte de los tomadores de decisión, para justificar cualquier nueva legislación
por contradictoria que parezca; se trata del don de la persuasión, de convencer
que el blanco es negro y viceversa. El nivel de tecnicidad de los gobiernos
permite que cualquier cosa pueda justificarse, convenciendo a la población de
que los problemas locales son consecuencias de las acciones de ciertos enemigos
externos, haciendo posible que haya argumentos para todo.
La séptima característica se refiere al apoyo de la élite. Los ecos de
quienes son partidistas con lealtad institucional están siempre presentes
adornando el oído del gobernante, porque sobre cualquier interés está el
personal y el familiar, al final de cuentas, no hay transformación sin voluntad
política y no puede haber voluntad sin el legítimo apoyo de quienes detentan el
poder.
Las élites en nuestra historia son siempre cómplices corruptas del
poder, porque viven de sus beneficios, trabajan solo dirigiendo y coordinando,
se educan para mandar y para alentar al líder en turno, no saben levantar la
voz porque ello implicaría rebelión o revolución, palabras que detestan pues
buscan a toda costa conservar su bienestar, aunque éste se sostenga sobre el
trabajo de los otros, los gobernados. Esta última lección bien podría centrarse
en el papel que juegan las élites y los argumentos que los llevan a justificar
sus excesos y privilegios ante una población que poco los cuestiona.
Por otro lado, quienes conocen la historia y pudieran hacer la
diferencia, prefieren callar por temor o apatía, pues las cosas son como son y
no pueden cambiar solamente por la voluntad de algunos, porque el sistema se
mantiene por la intención clara y justificada de un grupo que ha logrado
convencer a todos los pobladores de que, su permanencia y manutención, es a
favor de la nación, el orden y el desarrollo.
Al final de cuentas poco se puede esperar de un lugar gobernado por
puercos, cerdos, cochinos o marranos, pues en efecto estimado lector, las
líneas antes escritas se inspiran de aquella inteligente obra literaria de
George Orwell publicada en 1945 con el título “Animal Farm”. Los párrafos
antecesores no son otra cosa que una visión de segundo grado de las lecciones
que posee esta magnífica historia ficticia, brindándonos una interesante
perspectiva sobre la transición del poder, el rol de los pobladores, los
símbolos nacionales, los excesos de las élites y todo aquello que formó parte
de la llamada “Animal Republic”. Cualquier similitud con la realidad es mera
coincidencia.
© Ignacio Pareja Amador, publicado en
diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Mayo 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario