La globalización, los
avances tecnológicos y las nuevas formas de producción han venido a derrumbar
diversos conceptos que se convirtieron en tópicos tradicionales al delinear la
vida de las generaciones que nos anteceden. Uno de estos conceptos se refiere
al trabajo que es entendido, desde la óptica del cepalino Martín Hopenhayn,
“como eje de la integración social, sentido para la vida personal, espacio
privilegiado de la participación ciudadana y motor del progreso material”
constituye un componente de la vida diaria, pero que no debe abarcarla en su
totalidad.
Las actividades laborales
contribuyen a la definición de la calidad de vida de una persona, ya que
brindan sustento económico, relaciones y seguridad social que pueden generar
escenarios de estabilidad que impulsen el desarrollo de los individuos. Sin
embargo, el nuevo paradigma laboral rompe con una máxima que se sigue
inculcando incluso en nuestros días, aquella que estipula que: trabajar más es
sinónimo de una mayor remuneración o de tener una mejor calidad de vida.
La época actual ya no
es intensiva en mano de obra, pues vivimos en la economía de la información y
el conocimiento, de manera que los trabajos tradicionales han perdido poco a
poco su posición como los mayores generadores de valor.
A esto podemos
agregar nuevas perspectivas para evaluar la calidad de vida de los ciudadanos,
donde el tiempo, que es el recurso que mayor importancia debiera tener, ha
retomado su significado en la vida de las personas, quienes aspiran a
invertirlo de mejor manera, no sólo para trabajar sino para disfrutar del mismo
con sus seres queridos.
Un concepto que sale
a la luz en este sentido es la “pobreza de tiempo”, que como su nombre lo dice,
expresa una escasez de este recurso irrecuperable, que puede determinar si una
persona vive en plenitud, independientemente de su ingreso o estatus económico.
En
este tenor la OCDE nos dice que es un arduo desafío para los trabajadores encontrar
el equilibrio entre el trabajo y la vida diaria, lo cual también implica a los
gobiernos debido a que las decisiones de las familias afectan directamente el bienestar
del estado.
De
acuerdo con esta organización, diversos estudios nos indican que una gran
cantidad de horas trabajadas tienen una incidencia negativa en la salud del
trabajador, además de propiciar problemáticas a nivel social y familiar. En
promedio, los países de la OCDE no cuentan con empleados que trabajen más de 50
horas a la semana, sin embargo, dentro de las excepciones podemos ubicar a Turquía,
donde el 43% de la población ocupada rebasa este promedio de horas, seguido por
Japón (29.54%), México (28.9%) y Corea del Sur (22.48%). Por su parte Brasil y
Chile tienen un 12.5% y un 7.15% respectivamente. Mientras que en Holanda,
Suecia y Dinamarca no rebasan el 2%.
Esta
información desmiente la creencia popular de que las personas en los países emergentes
trabajan menos que las que habitan en los países desarrollados, pues ante el
cambio del paradigma laboral verdaderamente trabajar más horas no es sinónimo
de mejores ingresos, ya que los países con mayor ingreso (Estados Unidos,
Luxemburgo y Suiza) no son necesariamente los que más trabajan ni los que
tienen más satisfacción (Life Satisfaction) que son Dinamarca, Noruega y Suiza.
Estamos
viviendo una importante contradicción en materia laboral, ya que mientras la
población mundial crece en promedio en mil habitantes cada 14 o 15 años, el
nuevo paradigma laboral no es intensivo en mano de obra, sino en tecnología,
ello representa la urgencia en la generación de políticas públicas que observen
este cambio en pro impulsar la especialización de los futuros trabajadores y de
transformar el modelo tradicional (trabajo burocratizado, cumplimiento por
horarios, sueldos fijos, etc.) a un modelo más ad hoc con la realidad mundial
donde se premie el uso de la información, el conocimiento, la
profesionalización y la tecnología.
Quienes
participan del nuevo paradigma globalizado-informacional son una minoría, pues
como dice Castell (2002): “las grandes empresas transnacionales no son más que
unas 53 mil y no emplean a más de 170 millones de trabajadores, pero cuentan
con 40% del producto bruto y al menos dos tercios del comercio internacional”.
En
política pública la creatividad transforma las problemáticas, nuestros
gobiernos deben propiciar la adaptación a las nuevas formas de trabajo, en las
que la tecnología, la competitividad y la productividad modifiquen los patrones
tradicionales del empleo, buscando ya no cubrir horarios determinados, sino
cumplir con objetivos de la manera más eficaz, eficiente y económica posible.
Fuente
de información: OCDE. Your better life Index
©
Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos
en Latinoamérica. Octubre 2012
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