Hace ya cuatro años que visité Santiago de Chile, una ciudad que acababa
de vivir uno de los siniestros naturales más desastrosos de su historia, un
sismo de 8.8 grados en escala de Richter que puso a prueba la capacidad de
respuesta del gobierno chileno, que se preparaba para conmemorar el bicentenario
de la independencia del país más austral del continente.
En aquella ocasión reporte desde este reflector mundial algunas
impresiones sobre el modelo de desarrollo chileno, un esquema que otros países
latinoamericanos tomaron como referencia para sus administraciones públicas,
con ejemplos como la Fundación Chile; que apoya desde los años sesenta
proyectos de innovación productiva con financiamiento mixto público-privado, la
Agencia PROCHILE, que fomenta las exportaciones y atrae inversión extranjera, o
incluso como el Sistema de Pensiones que deslinda la responsabilidad estatal en
esta prestación social.
A cuatro años de distancia, tuve la fortuna de volver a Santiago para
evaluar su evolución desde una perspectiva diferente; con la lente de los años,
que me obliga a analizar los fenómenos sociales de manera más vivencial que
científica.
Durante este viaje pude constatar que la buena imagen que exporta Chile
al mundo, no es compartida por los chilenos que viven en el país y en el
extranjero, quienes no perciben que la economía chilena haya crecido en los
últimos tres años 5.2% en promedio, mientras que los países desarrollados
lograron apenas un crecimiento de 1.4% en promedio (FMI).
Tampoco creen que este dinamismo económico se refleje en los bolsillos
de la población de a pie, pese a que el ingreso per capita de los chilenos es de
$18,200 dólares (CIA 2012), uno de los más altos de América Latina, el cual
registró un crecimiento de casi 2 mil dólares entre 2010 y 2012. Los chilenos
con los que pude compartir la palabra, me comentan que la inequidad es una de
las características de Santiago, una ciudad en la que se pueden encontrar
ambientes de primer y tercer mundo a muy corta distancia.
Los chilenos tampoco identifican que su país cuenta con una gran
diversificación comercial, ya que se colocan sus productos en países como China
(23.3%), EE.UU. (12.3%), Japón (10.7%) y Corea del Sur (5.85%) principalmente,
mientras que importan bienes de EE.UU. (22.9%), China (18.2%), Argentina (6.6%)
y Brasil (6.5%).
Estos porcentajes son envidiables por diversas razones; en primer lugar
le permiten a Chile no estar sujeto a las condiciones económicas de uno o dos
socios comerciales, lo cual puede generar tensiones o compromisos políticos que
los obliguen a anclar su actuar internacional a las posturas de sus socios. En
segundo lugar, le permiten generar un superávit comercial, que ronda los cuatro
mil millones de dólares (CIA 2012), con las economías más poderosas del
planeta, lo que significa un éxito en sus relaciones comerciales.
Por otro lado, los chilenos perciben a su país como una isla alargada,
separada de América Latina gracias a los majestuosos Andes, pero cercana al Pacífico
y sus grandes mercados, lo cual se puede ver reflejado en lo distante geográficamente
de sus principales socios en materia de exportación. Los líderes chilenos han
entendido que la riqueza mundial se está mudando a la zona del Pacífico y que
los 6,400 km de litoral de Chile son la mejor puerta para salir al mundo a
vender y promocionar sus productos.
“Chile es el país más alejado de los sudamericanos” me dice un compañero
becario de Argentina, quien percibe que el país del pisco no tiene ninguna
intención de hacer alianzas estratégicas con las naciones de Sudamérica, menos
con el Mercosur, porque está demasiado ocupado con sus socios asiáticos y
norteamericanos.
Aunque si tiene intenciones de cooperar con socios estratégicos en la
región como México, Colombia y Perú, con quienes ha impulsado desde abril de
2011 la Alianza del Pacífico, una “iniciativa de integración nacional que
fomenta la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas entre
las partes”, que igualmente les permite construir una posición conjunta ante la
importantísima área de Asia-Pacifico.
No podría cerrar esta visita al país de Neruda y Gabriela Mistral, a la
nación que vio el socialismo democrático de Allende y el liberalismo militar de
Pinochet sin hablar del recurso más valioso de Chile: su sociedad, la cual se
caracteriza por ser curiosa y dinámica; activa en sus protestas y poco
conformista y critica con su gobierno. Son ellos el quinto poder que equilibra
los efectos de un modelo económico importado, en un país donde el Estado busca poner
las reglas del juego económico, sin influir en el mercado. Una sociedad que
sueña con el anhelo de que “Mucho más temprano que tarde, de nuevo se [abran] las
grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad
mejor”, parafraseando al presidente poeta Salvador Allende.
Desde Melbourne, Australia, porque para el quinto poder no hay
fronteras.
© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios
informativos en Latinoamérica. Febrero 2014.
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