Vivimos en la era de la distracción, afirmó en 2011
Robert Hassan para referirse a la nueva forma de medir el tiempo, en donde
lejos de aprovechar la gran ventana al mundo del conocimiento a la que nos da
acceso la globalización, los individuos solemos perdernos en un mar de
contenidos que invaden la red de manera virulenta y que contribuyen incluso a
desvirtuar nuestros sistemas de valores.
El fenómeno de la web 2.0 sigue generando una
cantidad inmensa de contenidos, muchas veces sin una correcta solvencia
teórica, pero con retoricas envolventes que pueden persuadir a los ciudadanos.
Ello contribuye la falta de claridad en conceptos
básicos como la libertad religiosa, los derechos humanos y la convivencia
pacífica, producto en gran medida de la era de la distracción, que ha provocado
que la religión se perciba como una de las causas de los problemas políticos y
sociales que se viven en la arena internacional.
No referimos a la religión porque, otro de los
efectos que ha tenido la globalización, ha sido justamente la ampliación de los
flujos migratorios, que ha llevado a que culturas con diversas cosmovisiones se
encuentren, provocando que más allá de una convivencia pacífica, se hagan
notorias las contradicciones que existen entre ellas, sumándose a los elementos
que generan desequilibrios dentro del orden social.
El Artículo 10 de la Declaración de los Derechos
del Hombre y del Ciudadano de 1789 estipula que “Nadie podrá ser molestado por
sus opiniones, incluso religiosas, siempre que su manifestación no perturbe el
orden establecido por la ley pública”.
Sin embargo, las fricciones entre los individuos de
un determinado Estado se hacen evidentes cuando se utiliza a la religión como
una excusa para que grupos determinados alcancen sus objetivos.
Ejemplos del uso de la religión como un pretexto
para afectar las libertades y derechos de los individuos son diversos, podemos
encontrarlos en los impulsos que promovieron la primavera árabe, que lejos de
lograr beneficios para los ciudadanos, han perturbado la vida de millones, los
movimientos islámicos que sostienen regímenes autoritarios en medio oriente o
aquellas interpretaciones que hablan de una “Guerra Santa”, que rebasa las implicaciones
de la fe para agredir física y moralmente a quienes tienen una cosmovisión
distinta.
Movimientos cuyos lemas y banderas se contraponen
entre sí; piden democracia y libertad, afectando a los agentes privados y por
tanto, deteriorando su productividad y la libre competencia. Claman
fervientemente por una justicia social y distributiva sin hacer mención del
mérito y del poder individual de los ciudadanos para alcanzar sus objetivos
materiales. Quieren un orden social distinto, mientras que se aferran a sus
tradiciones y costumbres, incluso al grado de radicalizarlas.
Aunque a nivel de valores no podemos visualizar una
jerarquía clara, si existen condiciones humanas que deben respetarse en un
orden de importancia. La tolerancia observa una limitante en aquellas
costumbres que trasgreden toda racionalidad universal, acciones alejadas de los
derechos humanos, que hayan sus argumentos en contextos ajenos, en
cosmovisiones de antigüedad notable, que como muchas costumbres que atentan
contra la naturaleza humana debieran registrarse sólo en los haberes de la
historia y nunca más en la trayectoria actual de la vida social de los
ciudadanos del mundo.
La religión nos da pauta a un marco de conducta
moral, que busca preservar un orden y una obligación de consciencia. Como
liberales respetamos la diversidad religiosa, pues enriquece la cultura, pero
estamos conscientes de que su ejercicio se centra a nivel de las acciones del
espíritu, pues para una convivencia pacífica se requiere que nadie actúe por
encima de la ley, y que el ejercicio de la libertad no afecte materialmente o
moralmente a otros individuos igualmente libres.
Para ser responsables de nuestros actos y por tanto
ejercer el libre albedrío, debemos tener claridad en conceptos básicos como
legalidad, modernidad, transformación y libertad religiosa. Debemos acudir al
significado semántico de estas palabras que son sinónimos del progreso.
No podemos perder de vista que como toda ideología
el liberalismo se encuentra perfecto sólo en el mundo de las ideas, pues tanto
los valores que enarbola, como los principios sobre los cuales se basa,
difícilmente podemos visualizarlos conjugados en una realidad particular. Esto no significa que debemos detener nuestra
intensión por construir un modelo de vida liberal que se acerque lo más que se
pueda al concepto de liberalismo.
Los jóvenes, que somos mayoría en los países
considerados emergentes, a quienes se nos atribuye la semilla del cambio,
tenemos una oportunidad con amplia trascendencia, una sinergia que no ha sido
aprovechada, una ecuación sencilla, pero básica: la globalización nos permite
construir redes de comunicación, que con nuestra creatividad y el libre flujo
de ideas, pueden difundirse por el mundo, abriendo las puertas al debate donde
sólo los argumentos con mayores cualidades de humanidad encuentren cabida y
permitan incluso el desarrollo de un pensamiento crítico, entre aquellos que
están presos por los dogmas y radicalismos.
Por más que busquen justificarse ciertas acciones
que afecten física o moralmente las cualidades de millones de mujeres y hombres
que nacen libres, no pueden ser aceptadas porque infringen directamente al
individuo, que es la fuerza motriz y el factor de cambio de la sociedad. Pues
como lo expresa la Declaración de los Derechos
del Hombre: “La ignorancia, el olvido o el menosprecio de los derechos del
hombre son las únicas causas de las calamidades públicas y de la corrupción de
los gobiernos”.
© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos
periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Mayo 2013
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