La comunicación es el arma más poderosa del siglo XXI, pues influye en
la voluntades de las masas para procurar estabilidad y paz social o en su
defecto puede ser utilizada para derrocar a un “dictador” o a un “tirano”. En
la formula básica de esta ciencia se requieren solamente dos agentes: el que
transmite el mensaje y quien lo recibe. La cualidad indispensable para que esta
tarea sea exitosa es simplemente el entendimiento del mensaje, el cual se
determina por la calidad del mismo y por la capacidad del receptor para
comprenderlo.
En la arena internacional es indispensable conocer este principio de la
comunicación, ya que su ausencia puede generar tensiones innecesarias o
proyecciones de paz imprecisas que comprometan la seguridad de las naciones.
Sin embargo, en este caso la ecuación de la comunicación es más compleja
debido a la enorme cantidad de intereses entre los actores involucrados y a las
grandes diferencias culturales que difícilmente se podrán homologar con la
globalización. Al final de cuentas, las civilizaciones han evolucionado por
cientos de años, lo que imposibilita una transición expedita dirigida a
construir una sola visión del mundo.
Entender es la clave, por ello la maquinaria intelectual de los países
occidentales se ha centrado en China, el gran dragón asiático. Las primeras
señales para su comprensión apuntan a un país con gran potencial económico, que
creció en la última década en promedio 9.96% por año (FMI), mientras que los
países desarrollados apenas alcanzaron un promedio de 1.48%. El gran dragón
asiático tiene la segunda economía más grande del mundo con un PIB de 13.3
billones de dólares (CIA 2013), cada vez más cerca de EE.UU. que concentra 16.7
billones (CIA 2013), con un bajo creciendo de 2.8% en 2014 de acuerdo con el
FMI.
Al ser el país más poblado del mundo, China tiene además un enorme
potencial en cuanto a mano de obra, su fuerza laboral es de 797 millones de
personas. Es el mayor exportador a nivel mundial y el segundo mayor importador,
de manera que cuenta con un superávit comercial de 176 mil millones de dólares.
Es un país que envía mensajes claros en cuanto al tema de su soberanía
con respecto a diversos territorios que disputa más allá de sus fronteras. Las
contiendas territoriales de este coloso asiático prácticamente rodean todos sus
límites geográficos, por lo que el incremento del poder económico e incluso
militar de este gigante preocupa a quienes “procuran” la estabilidad y la paz
internacionales.
Esta primera aproximación de lo que las estadísticas y la geopolítica
nos describen como China, nos permite entender la razón del miedo de los países
que le disputan territorios y que buscan desesperados alianzas con Occidente,
para detener el poderío del gran dragón, como lo observamos la semana pasada
con la gira del presidente estadunidense Barack Obama en Japón, Corea del Sur,
Malasia y Filipinas.
Sin embargo, no se ha entendido realmente qué es lo que busca el gran
dragón asiático y cuáles serán los medios que utilizará para alcanzar sus
fines. Este es sin lugar a dudas un problema de entendimiento cuyo origen está
en las diferentes apreciaciones que se tienen respecto al pensamiento oriental.
Vayamos a un ejemplo sencillo, en la civilización occidental el dragón es un
ser mitológico que representa fortaleza, coraje y maldad. Es el símbolo de
satán en aquella leyenda de San Jorge y el dragón, donde el valiente soldado de
dios sale triunfante al derrotar a la bestia mitológica. Mientras que en China,
el dragón es un símbolo de paz, de culto, que representa esperanza y
abundancia.
Esta apreciación por simple que parezca, puede cambiar cuantitativamente
las variables a tomar en cuenta en la ecuación del poder. Desafortunadamente,
los ingenieros occidentales de la política internacional carecen de una real
intención para entender al gran dragón asiático. Suelen olvidar que en las
relaciones internacionales los mensajes de poder no son directos, que la forma
de hacer política en occidente difiere de los métodos orientales y que el
dragón dormido no es el partido comunista o el gobierno chino, sino la
población de aquel gran país.
Omiten tomar en cuenta que el modelo de vida occidental es sumamente
atractivo para una importante proporción de la población china, pues representa
para ellos una meta de superación personal, donde la libertad justifica
cualquier transformación por drástica que sea. Esto ha sido entendido
perfectamente por el levitan del gobierno chino, que restringe la entrada a su
país a los instrumentos de comunicación global, pero que no puede impedir la
occidentalización de los miles de chinos que migran a los países desarrollados
para adoptar sus estilos de vida, generando una fusión cultural que enriquece a
los Estados receptores.
Entender al dragón es la clave, pero el camino más directo para hacerlo
es escuchando a la población, no al gobierno. Se trata de re-ponderar el valor
de la persona, no del estado. Es un tema de persuasión, donde el reto más
difícil será convencer a la población china de su intrínseco poder político y
de que su voluntad colectiva puede determinar el destino de su gran nación.
Fuentes: CIA The World Factbook y IMF
DataMapper
© Ignacio Pareja Amador, publicado en
diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Mayo 2014.
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