Imagine
estimado lector: usted va en su auto conduciendo por alguna de esas colonias de
clase media-alta de la ciudad. Maneja con precaución, respeta los
señalamientos, no más de 40 km por hora, tratando de disfrutar la vista de
tranquilidad y confort que rodea su ruta a casa. De pronto pasa un crucero a 10
km por hora, usted tiene la preferencia, pero voltea súbitamente para
asegurarse de que su paso es seguro. En su rápido reflejo no se da cuenta que
una camioneta, de esas enormes y lujosas que usa “la gente importante”, acelera
su velocidad justo en la parte perpendicular a su vehículo. De pronto, usted
está en el centro de su trayectoria, así que frenar no lo salvará de un
impacto, por tanto acelera ante la desesperación. No logra librarse del golpe,
el cual sólo lastima la parte lateral
trasera del vehículo. Pareciera que ha sido embestido de forma intencional,
pues aquel vehículo no mostró ninguna intensión de frenar.
Después
de aquello, ambos vehículos se detienen, pero usted observa que ha sido
embestido por una camioneta de esas que usan los empresarios o los políticos de
alto rango o lo que puede ser peor de algún jefe criminal. Duda entonces sí lo
mejor es quedarse en la escena o huir de lo que pudiese derivar en un atropello
mayor, donde quizás se vería también comprometida su integridad física: hablamos
de México y en este país de injusticias, inequidades, impunidad e incertidumbre
todo puede pasar.
Da
un respiro y piensa de forma positiva. Decide orillar su carro para no afectar
el transito en un esfuerzo por enfrentar el suceso de manera responsable, sea
como sea lo deja a la suerte, en ese momento se dará cuenta de que tan bueno o
malo será su día.
La camioneta
se orilla detrás de usted. Es evidente que ha sido culpa del conductor que lo
embistió, pero ante la incertidumbre de la procedencia del mismo prefiere ser
cautivo y no hablar primero. El conductor se baja, es una señora de unos 50
años, su primera expresión es de disculpa, acepta que iba hablando por celular
y que no había visto pasar a su auto compacto, asume que usted tuvo también
cierta responsabilidad por no haber visto que ella no se había percatado de su
presencia, usted sonríe, se siente más tranquilo por la reacción de la
conductora e incluso, en un gesto de amabilidad, le pregunta si se encuentra
bien. Ella asiente, no podía pasarle gran cosa al tener un vehículo de ese
tamaño y al haber sido quien dio el golpe; hay una abolladura en su amplia
defensa, nada más.
En
cambio su auto tiene un severo golpe en la parte lateral trasera, una
abolladura que nota la fuerza de su lámina, pero que pudo haber afectado la
suspensión, el escape e incluso a la llanta misma. La conductora, un tanto
despreocupada por los gastos le pregunta si cuenta con seguro para su auto.
Usted responde que no, pero argumenta, con la misma amabilidad que ella ha sido
la culpable y que por tanto debe hacerse cargo de los costos. Ella toma su
celular y habla a su compañía de seguros.
Después
de firmar unos papeles la conductora se despide y se va. Ha ganado tiempo para
seguir con su vida diaria, que seguramente le reditúa muy bien, dejando la
responsabilidad del pago del daño a un nuevo arbitro, el agente de la
aseguradora.
El
agente le asegura que todos los daños serán cubiertos, le asigna un taller y
usted confiado en él, pues es la primera vez que le ocurre algo de esta
naturaleza, firma unas formas donde se presenta el daño y se marcha. Pasan los
días y no recibe respuesta de la aseguradora, hasta que después de varios
reclamos le dan una solución económica que no cubre los costos del golpe y no
lo deja satisfecho.
Pasan
las semanas y usted no sabe nada de aquella señora. La aseguradora lo ha
llevado a largo proceso en el que pretende fastidiarlo con los tiempos para que
olvide la sanción y asuma una culpa y responsabilidad que no le pertenecen, busca
que sea la espera y su esfuerzo lo que haga que se olvide o en el peor de los
casos se acostumbre a vivir con su auto descompuesto, que usted repare lo que
ellos debían, lo que fue causado por su clienta.
Todo
este evento se resume en un descuido de una persona poderosa, un exceso de
civilidad y amabilidad de su parte para reclamar una respuesta inmediata y
congruente, un árbitro completamente parcial que lucra con su necesidad, esperando
que su conformismo y los amplios tiempos del proceso mermen por mucho su
perseverancia para luchar por lo que es lo justo. El único que ha perdido es
usted, “el tercero que sufrió el daño”, sin culpa, ni gloria, quien asume las
consecuencias y quien tendrá que acostumbrarse a vivir con las malas
condiciones de su auto o reclamar sin descanso para que se enmiende el daño de
la mejor manera.
En
política como en la vida hay que luchar constantemente por lo que es justo, no
hay que confundir civilidad con conformismo, aceptación con sumisión u honestidad
con miedo. Los ciudadanos no somos simples actores en la vida de nuestro país,
no somos los “terceros” a quienes pueden tratar de confundir con la ambigüedad
de las leyes, esta es una sencilla analogía de lo que sucede hoy mismo en
México, pues al final de cuentas no tiene nada que ver con un accidente vial.
©
Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos
en Latinoamérica. Julio 2012.
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