jueves, 8 de mayo de 2014

Daños a terceros

Imagine estimado lector: usted va en su auto conduciendo por alguna de esas colonias de clase media-alta de la ciudad. Maneja con precaución, respeta los señalamientos, no más de 40 km por hora, tratando de disfrutar la vista de tranquilidad y confort que rodea su ruta a casa. De pronto pasa un crucero a 10 km por hora, usted tiene la preferencia, pero voltea súbitamente para asegurarse de que su paso es seguro. En su rápido reflejo no se da cuenta que una camioneta, de esas enormes y lujosas que usa “la gente importante”, acelera su velocidad justo en la parte perpendicular a su vehículo. De pronto, usted está en el centro de su trayectoria, así que frenar no lo salvará de un impacto, por tanto acelera ante la desesperación. No logra librarse del golpe, el cual  sólo lastima la parte lateral trasera del vehículo. Pareciera que ha sido embestido de forma intencional, pues aquel vehículo no mostró ninguna intensión de frenar. 
Después de aquello, ambos vehículos se detienen, pero usted observa que ha sido embestido por una camioneta de esas que usan los empresarios o los políticos de alto rango o lo que puede ser peor de algún jefe criminal. Duda entonces sí lo mejor es quedarse en la escena o huir de lo que pudiese derivar en un atropello mayor, donde quizás se vería también comprometida su integridad física: hablamos de México y en este país de injusticias, inequidades, impunidad e incertidumbre todo puede pasar.
Da un respiro y piensa de forma positiva. Decide orillar su carro para no afectar el transito en un esfuerzo por enfrentar el suceso de manera responsable, sea como sea lo deja a la suerte, en ese momento se dará cuenta de que tan bueno o malo será su día.   
La camioneta se orilla detrás de usted. Es evidente que ha sido culpa del conductor que lo embistió, pero ante la incertidumbre de la procedencia del mismo prefiere ser cautivo y no hablar primero. El conductor se baja, es una señora de unos 50 años, su primera expresión es de disculpa, acepta que iba hablando por celular y que no había visto pasar a su auto compacto, asume que usted tuvo también cierta responsabilidad por no haber visto que ella no se había percatado de su presencia, usted sonríe, se siente más tranquilo por la reacción de la conductora e incluso, en un gesto de amabilidad, le pregunta si se encuentra bien. Ella asiente, no podía pasarle gran cosa al tener un vehículo de ese tamaño y al haber sido quien dio el golpe; hay una abolladura en su amplia defensa, nada más.
En cambio su auto tiene un severo golpe en la parte lateral trasera, una abolladura que nota la fuerza de su lámina, pero que pudo haber afectado la suspensión, el escape e incluso a la llanta misma. La conductora, un tanto despreocupada por los gastos le pregunta si cuenta con seguro para su auto. Usted responde que no, pero argumenta, con la misma amabilidad que ella ha sido la culpable y que por tanto debe hacerse cargo de los costos. Ella toma su celular y habla a su compañía de seguros.
Después de firmar unos papeles la conductora se despide y se va. Ha ganado tiempo para seguir con su vida diaria, que seguramente le reditúa muy bien, dejando la responsabilidad del pago del daño a un nuevo arbitro, el agente de la aseguradora.
El agente le asegura que todos los daños serán cubiertos, le asigna un taller y usted confiado en él, pues es la primera vez que le ocurre algo de esta naturaleza, firma unas formas donde se presenta el daño y se marcha. Pasan los días y no recibe respuesta de la aseguradora, hasta que después de varios reclamos le dan una solución económica que no cubre los costos del golpe y no lo deja satisfecho.
Pasan las semanas y usted no sabe nada de aquella señora. La aseguradora lo ha llevado a largo proceso en el que pretende fastidiarlo con los tiempos para que olvide la sanción y asuma una culpa y responsabilidad que no le pertenecen, busca que sea la espera y su esfuerzo lo que haga que se olvide o en el peor de los casos se acostumbre a vivir con su auto descompuesto, que usted repare lo que ellos debían, lo que fue causado por su clienta.
Todo este evento se resume en un descuido de una persona poderosa, un exceso de civilidad y amabilidad de su parte para reclamar una respuesta inmediata y congruente, un árbitro completamente parcial que lucra con su necesidad, esperando que su conformismo y los amplios tiempos del proceso mermen por mucho su perseverancia para luchar por lo que es lo justo. El único que ha perdido es usted, “el tercero que sufrió el daño”, sin culpa, ni gloria, quien asume las consecuencias y quien tendrá que acostumbrarse a vivir con las malas condiciones de su auto o reclamar sin descanso para que se enmiende el daño de la mejor manera.
En política como en la vida hay que luchar constantemente por lo que es justo, no hay que confundir civilidad con conformismo, aceptación con sumisión u honestidad con miedo. Los ciudadanos no somos simples actores en la vida de nuestro país, no somos los “terceros” a quienes pueden tratar de confundir con la ambigüedad de las leyes, esta es una sencilla analogía de lo que sucede hoy mismo en México, pues al final de cuentas no tiene nada que ver con un accidente vial.


© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Julio 2012. 

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