Como
seguramente muchos de ustedes ya lo saben, en México el próximo domingo 1 de
julio habrá elecciones para elegir nada menos que al próximo presidente, a 7 gobernadores
(de los 32 estados que integran al país), 128 senadores, 500 diputados
federales (el poder legislativo entero) y el 72% de los municipios elegirán
nuevas autoridades. Gran parte del gobierno del segundo país más grande de
nuestra región se modificará, con lo cual también lo hará la postura que tendrá
el país azteca ante sus vecinos, las naciones hermanas y el mundo.
Desde
este reflector mundial y como anfitriones de las próximas elecciones a
celebrarse en el país azteca decidimos fungir como corresponsales para ustedes,
con el fin de mostrarles lo que no expresan los medios, lo que la vox pópuli opina, lo que se dice a
voces, que es muchas veces más legitimo que lo que informa la prensa mexicana a
los medios internacionales, pues en México se ha entendido bien que “la
información es poder” y el poder se controla mejor cuando se encuentra en pocas
manos.
Una
forma de acercarnos al acontecimiento es conociendo a los actores involucrados,
los cuales son muchos, tomando en cuenta que hablamos de un país con 114 millones
de habitantes, donde casi 80 millones tienen el derecho y la obligación del voto,
por ello nos enfocaremos a los agentes directos, sin dejar de observar que lo
que está en juego en esta elección son los intereses, más allá de un proyecto específico
de nación, el cual requiere del consenso de la mayoría de actores de
importancia del país, una condición que no se ha alcanzado desde hace varias
décadas en la nación azteca.
Antes
que todo vale aclarar que trataremos de ser neutrales en esta columna, la cual aspira
a ser un ejercicio objetivo de análisis que informe, desde una perspectiva más
cercana a nuestros lectores de Iberoamérica, las características de los actores
que compiten en la presente elección presidencial.
En
primer lugar tenemos a la candidata del partido oficialista, una mujer con
experiencia en el trabajo administrativo, pero que no ha competido nunca para
un puesto de elección popular. Su propuesta es dar continuidad a la política
del actual presidente, con medios “diferentes”, pero con los mismos fines. Su
campaña está sesgada al género, buscando despertar el interés por el voto
femenino y de aquellos que confunden la igualdad con la equidad. Su carisma no
ha logrado generar la unidad que toda institución política necesita ya sea por
la paz o por la fuerza para ganar las simpatías de la población, por lo que
miembros de su partido, con sus respectivos intereses han mostrado su apoyo al
candidato puntero de las encuestas.
El
segundo candidato representa al partido que gobernó México por más de setenta
años y a un partido satélite que difícilmente competiría una elección solo. Aquel
partido de antaño es el mayor referente del Sistema Político Mexicano
contemporáneo, y que ante su amplitud ha concentrado toda clase de ideologías,
virtudes y vicios, que se reflejan en la misma sociedad del país con más
hispanoparlantes en el mundo. Se dice que el candidato es el “heredero” de una
dinastía que nunca ha dejado de gobernar, un partido con experiencia en la
negociación, a quien muchos mexicanos culpan del atraso imperante, pero que más
allá de ser una institución debiera verse como un modelo, una forma de ser, un
paradigma que caracteriza mucho de los mexicanos.
El
tercer candidato representa a la “izquierda mexicana”, su nombre tiene más
resonancia que los propios partidos que lo postulan. Esta es la segunda ocasión
que buscará la presidencia, después de que un cerrado resultado pusiera en tela
de juicio la legalidad de las instituciones electorales de México. Ha logrado
simpatías entre jóvenes, propios y extraños, quienes desean conocer la manera
en la que gobernaría un partido distinto a los que han detentado el poder por
más de ochenta años.
El
cuarto actor no es el académico que postula para un grupo de presión (sindicato
de maestros) que busca ampliar su poder político con la consolidación una
institución que también ha jugado como partido satélite, no, el nuevo actor con
relevancia son los jóvenes de espíritu, quienes usando las redes sociales han
levantado movimientos legítimos de reclamo y defensa de los derechos que hace
casi un siglo contiene la constitución mexicana, pero que se nublan en cinismos,
lagunas y laberintos legales que confunden y complejizan una norma elemental
para cualquier estado: la libertad de expresión.
Se
supone que en las democracias modernas, de acuerdo con la “división de poderes”
no debería significar tanto una elección presidencial, aunque en esta ocasión
se cambia también el poder legislativo, pero como bien lo afirmaba Jorge
Carpizo, en las democracias débiles como las hispanoamericanas, el presidente
tiene facultades metaconstitucionales que le permiten controlar más poder del
que legalmente tiene.
Gane
quien gane la elección del 2 de julio difícilmente provocará que el país dé un
giro de 360 grados. Los poderes facticos tienen diversificadas sus apuestas, es
un juego de ganar más, ganar menos o poco más.
Democracia
es crecer con el estado participando en las decisiones de la vida pública. Nuestra
definición no se encasilla a una sola participación cada tres o seis años,
votar se convierte en un derecho tan fundamental como ínfimo, si en el voto
pretendemos gastar toda la energía política que tienen los ciudadanos.
©
Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos
en Latinoamérica. Junio 2012.
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