jueves, 8 de mayo de 2014

Romper el paradigma

La globalización llegó para quedarse. Más allá de ser un fenómeno económico, social, cultural e incluso político de índole negativa, puede percibirse como parte de un momento en la historia del hombre donde las oportunidades de avance, progreso y desarrollo son diversas, pero se encuentran ocultas ante la lente que tenemos para apreciar la realidad, una lente no adecuada a este tiempo.
En términos prácticos esta condición es útil, porque logramos adaptar nuestra forma de vida a una realidad cambiante y dinámica, sin embargo, seguimos aplicando los paradigmas que nos transmitieron nuestros padres, maestros, familiares y amigos de manera que vemos a este mundo que es dinámico y está interconectado como algo ordinario, tradicional y común.  
El creer que algo es habitual, lo hace natural, esto convierte a la realidad en algo incuestionable, obstruyendo toda intensión de cambio. Al aceptar la realidad tal cual es perdemos parte de nuestra capacidad para aprovecharla en nuestro favor, coartamos nuestra imaginación creyendo que todo está dicho, nos ponemos cadenas que no existen, pues los limites en un mundo mega comunicado, versan en nuestra capacidad para transmitir y entender los mensajes, no en la producción sin sentido de los mismos.  
El principal problema de los países en desarrollo no es el desconocimiento de la meta deseada, que nos queda claro es el desarrollo social, político y económico materializado en mejores oportunidades y condiciones de vida para la población en general, sino que es el modelo de política pública que hemos implementado, el cual, en vez de ver a futuro para anticiparse hacia escenarios deseados, es básicamente un modelo reactivo, poco programático y sin el indispensable sentido de la prospectiva.
Sin embargo, el problema no debe encausarse sólo hacia el modelo, gran parte de la responsabilidad la tenemos los ciudadanos, quienes tenemos miedo de dejar atrás los viejos paradigmas. Por ejemplo, no emprendemos por el temor de la inconstancia en los ingresos que derivan de la instauración de nuevas empresas, preferimos en vez de ello racionalizar nuestras actividades productivas, tener un salario mensual estable, que aunque puede ser bajo, es seguro. Tememos fracasar en los negocios o en cualquier otra actividad económica por la presión social que impera en los países en desarrollo. Lo peor de todo es que transmitimos ese miedo a las generaciones venideras, y así nos damos cuenta que los jóvenes, el factor de cambio de las naciones nuevas, no son capaces de romper las barreras de los paradigmas establecidos, tienen dificultades para ser escuchados en sus justas demandas y muchos se ven aislados por el sistema, que recompensa a quienes se amoldan a él, y premia o desprecia de sobremanera a quien lo enfrenta.
Por ello, debemos comenzar por adaptar la legislación nacional a los nuevos modelos de desarrollo, fomentar la creatividad, la invención tecnológica, incentivar nuevos esquemas para la formación de empresas, automatizar las funciones del gobierno para que funcione como un verdadero administrador de los recursos públicos y no como el botín que se llevan los candidatos y partidos políticos después de las elecciones.
En México hay iniciativas por parte de diversos actores políticos para elevar al rango constitucional el acceso a internet entre todos los mexicanos, pero los políticos no ven que no es suficiente con brindar el medio sin entender el fin, creen que con el simple hecho de acercar la herramienta se podrán crear condiciones. No han aprendido la cíclica lección de las buenas leyes: de nada sirve tener una excelente legislación si nadie la aplica, si se desconoce o más terriblemente si se ignora.
La instauración de una política pública debe tener un fin claro, debe resolver un problema particular, y ante la premisa de que los recursos públicos son limitados, debe estar perfectamente pensada e ideada para atender más de un problema, impulsando soluciones que generen externalidades positivas visibles: El hecho de regalar libros a la población no garantiza tener una sociedad culta, contar con buenas leyes no es sinónimo del cumplimiento del estado de derecho, regalar despensas o víveres no alivia la pobreza, sólo la administra.  
Las naciones iberoamericanas necesitan justamente actores de cambios que sepan idear mejores modelos de nación, que tengan la capacidad de concebir una estructura, que visualicen la solución y la forma en la que ésta genera el ansiado valor público. Esto por supuesto que no es responsabilidad de una sola persona, se requieren de millones de voluntades que compartan este fin común y que tengan una visión distinta y más amplia de la realidad.
Romper el paradigma significa ver desde otro ángulo a las instituciones, creer que toda actividad que genere valor (dentro de la legalidad) es idónea y posible; es vencer el miedo a lo tradicional y sus consecuencias, es ser paciente y trabajar todos los días; es tener nuestras metas claras y ejercer nuestros esfuerzos sobre las acciones que nos lleven a estas metas. Romper el paradigma es cambiar de enfoque, es prever para proveer, es apropiarnos de la realidad para construir el mundo que nosotros deseamos.


© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Junio 2012. 

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