La
globalización llegó para quedarse. Más allá de ser un fenómeno económico,
social, cultural e incluso político de índole negativa, puede percibirse como
parte de un momento en la historia del hombre donde las oportunidades de
avance, progreso y desarrollo son diversas, pero se encuentran ocultas ante la
lente que tenemos para apreciar la realidad, una lente no adecuada a este
tiempo.
En
términos prácticos esta condición es útil, porque logramos adaptar nuestra
forma de vida a una realidad cambiante y dinámica, sin embargo, seguimos
aplicando los paradigmas que nos transmitieron nuestros padres, maestros,
familiares y amigos de manera que vemos a este mundo que es dinámico y está
interconectado como algo ordinario, tradicional y común.
El
creer que algo es habitual, lo hace natural, esto convierte a la realidad en
algo incuestionable, obstruyendo toda intensión de cambio. Al aceptar la
realidad tal cual es perdemos parte de nuestra capacidad para aprovecharla en
nuestro favor, coartamos nuestra imaginación creyendo que todo está dicho, nos
ponemos cadenas que no existen, pues los limites en un mundo mega comunicado, versan
en nuestra capacidad para transmitir y entender los mensajes, no en la producción
sin sentido de los mismos.
El
principal problema de los países en desarrollo no es el desconocimiento de la
meta deseada, que nos queda claro es el desarrollo social, político y económico
materializado en mejores oportunidades y condiciones de vida para la población
en general, sino que es el modelo de política pública que hemos implementado,
el cual, en vez de ver a futuro para anticiparse hacia escenarios deseados, es
básicamente un modelo reactivo, poco programático y sin el indispensable sentido
de la prospectiva.
Sin
embargo, el problema no debe encausarse sólo hacia el modelo, gran parte de la
responsabilidad la tenemos los ciudadanos, quienes tenemos miedo de dejar atrás
los viejos paradigmas. Por ejemplo, no emprendemos por el temor de la inconstancia
en los ingresos que derivan de la instauración de nuevas empresas, preferimos
en vez de ello racionalizar nuestras actividades productivas, tener un salario
mensual estable, que aunque puede ser bajo, es seguro. Tememos fracasar en los
negocios o en cualquier otra actividad económica por la presión social que
impera en los países en desarrollo. Lo peor de todo es que transmitimos ese
miedo a las generaciones venideras, y así nos damos cuenta que los jóvenes, el
factor de cambio de las naciones nuevas, no son capaces de romper las barreras
de los paradigmas establecidos, tienen dificultades para ser escuchados en sus
justas demandas y muchos se ven aislados por el sistema, que recompensa a
quienes se amoldan a él, y premia o desprecia de sobremanera a quien lo
enfrenta.
Por
ello, debemos comenzar por adaptar la legislación nacional a los nuevos modelos
de desarrollo, fomentar la creatividad, la invención tecnológica, incentivar
nuevos esquemas para la formación de empresas, automatizar las funciones del
gobierno para que funcione como un verdadero administrador de los recursos
públicos y no como el botín que se llevan los candidatos y partidos políticos después
de las elecciones.
En
México hay iniciativas por parte de diversos actores políticos para elevar al
rango constitucional el acceso a internet entre todos los mexicanos, pero los
políticos no ven que no es suficiente con brindar el medio sin entender el fin,
creen que con el simple hecho de acercar la herramienta se podrán crear
condiciones. No han aprendido la cíclica lección de las buenas leyes: de nada
sirve tener una excelente legislación si nadie la aplica, si se desconoce o más
terriblemente si se ignora.
La
instauración de una política pública debe tener un fin claro, debe resolver un problema
particular, y ante la premisa de que los recursos públicos son limitados, debe
estar perfectamente pensada e ideada para atender más de un problema,
impulsando soluciones que generen externalidades positivas visibles: El hecho
de regalar libros a la población no garantiza tener una sociedad culta, contar
con buenas leyes no es sinónimo del cumplimiento del estado de derecho, regalar
despensas o víveres no alivia la pobreza, sólo la administra.
Las
naciones iberoamericanas necesitan justamente actores de cambios que sepan
idear mejores modelos de nación, que tengan la capacidad de concebir una
estructura, que visualicen la solución y la forma en la que ésta genera el
ansiado valor público. Esto por supuesto que no es responsabilidad de una sola
persona, se requieren de millones de voluntades que compartan este fin común y
que tengan una visión distinta y más amplia de la realidad.
Romper
el paradigma significa ver desde otro ángulo a las instituciones, creer que
toda actividad que genere valor (dentro de la legalidad) es idónea y posible;
es vencer el miedo a lo tradicional y sus consecuencias, es ser paciente y
trabajar todos los días; es tener nuestras metas claras y ejercer nuestros
esfuerzos sobre las acciones que nos lleven a estas metas. Romper el paradigma
es cambiar de enfoque, es prever para proveer, es apropiarnos de la realidad
para construir el mundo que nosotros deseamos.
©
Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos
en Latinoamérica. Junio 2012.
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