jueves, 8 de mayo de 2014

México: Más allá del voto

Vamos a tratar de imitar a una capsula del tiempo al corto plazo: Pensemos que esta colaboración se escribe el domingo 1 de julio de 2012, así es estimado lector justo después de las elecciones en México. A la hora en la que se elabora la misma no hay resultados del ganador de la contienda electoral, pero, ya se ha vivido la experiencia de la elección, un ejercicio muy particular donde las redes sociales jugaron un papel importante, muchos jóvenes participaron por primera vez y en la cual se renovaron por completo las dos Cámaras (Poder legislativo) y el Ejecutivo nacional (enfocándonos solamente a las elecciones federales).
Sin embargo, más allá de hablar sobre los partidos que para este entonces ya levantaron las manos al son de la victoria, aceptaron su derrota o imputaron las múltiples irregularidades que dirán que acontecieron, es importante resaltar la relevancia de los actores que son el origen y el medio que genera a la democracia: los ciudadanos.
En este reflector mundial hemos dicho que la energía política del ciudadano no puede gastarse por completo en el voto; una decisión no es suficiente para encausar todas las propuestas, necesidades, ideales y proyectos que la población demanda a sus gobiernos. Sin embargo, el asistir a las casillas y ejercer el derecho y la obligación del voto es muestra del fortalecimiento de la institución de las elecciones como un medio para transformar las administraciones públicas, aclarando que aquello no cambia directamente a un país.
El sufragio ya es una institución, cuenta con una legitimidad que con la costumbre se hará natural en el actuar de los futuros electores mexicanos, quienes acompañaron a sus padres, tíos o hermanos mayores a la votación. En este tenor, es fácil vitorear que la “democracia representativa” llegó para quedarse, sin embargo, los canales para llevarla a cabo aún son complejos, anticuados y estas condiciones pueden sembrar dudas e incertidumbre.
En pleno siglo XXI, cuando la revolución tecnológica amenaza con rebasarnos y cuando el paradigma de la tecnología ha modificado de forma importante nuestra manera de vivir, nos damos cuenta que el actual sistema de elecciones se mantiene en un impasse, que en la forma no difiere en demasía de lo visto en décadas pasadas.
La institución que organiza las elecciones, y que administra los altos recursos de la “cara” democracia mexicana ha demostrado ser ineficiente para ajustar sus procedimientos a una cadena de valor simplificada, a una serie de pasos que faciliten la elección y nos brinden resultados automáticos, inmediatos, que sean propios de los tiempos que vivimos hoy en día.
Por ejemplo, pese a que contamos con importantes candados en la credencial para votar del IFE (institución que organiza las elecciones); pese a ser un instrumento hecho con alta tecnología, que no sólo cuenta con un código único e intransferible, sino que tiene además nuestra huella digital, no hemos aprovechado sus virtudes en favor de una mejor decisión democrática.
Si estos elementos no se utilizan para la ejecución del ejercicio electoral, la credencial de elector se vuelve un instrumento con poca utilidad, se emplea como una simulación más del sistema, que lejos de ser útil e universal, se convierte en un elemento altamente costoso por sólo cubrir una función: la de identificar. Sería más viable que ésta fuera la llave de la democracia, la llave del voto, una contraseña que nos permitiera votar a cualquier hora y desde cualquier lugar.
Aquello parece descabellado y difícil, pero basta con generar un software que contenga la base de datos completa del padrón electoral, con la huella digital (que por cierto el IFE ya tiene digitalizada en sus bases) y la fotografía de los electores, para echar a andar un mecanismo electoral más cercano a la gente, más confiable en su contabilidad, más eficiente y eficaz a la hora de la ejecución del voto y el subsecuente conteo de los mismos. Pese a lo que puedan pensar algunos, este proyecto puede ser factible para instituto que gasta millones de pesos cada año promoviendo, vigilando y organizando las elecciones en un país altamente político y con gran potencial democrático.
¿Cuál es el problema entonces? ¿Por qué no modernizar la democracia mexicana para hacerla cumplir con los estándares de eficacia, eficiencia y economía con la que cualquier acción pública debe tener? El problema yace en una sencilla razón: la desconfianza. Para que un proyecto de esta naturaleza pueda ponerse en marcha se necesitarían amplios y complejos candados informáticos, una coordinación altamente eficaz entre las instituciones públicas que llevan el registro de la ciudadanía y la población, una honestidad más que honorable de quien maneje la información para que la misma sea inviolable.
En síntesis el problema está en el sistema mismo, el cual requiere de operativos, organización ciudadana, patrullajes militares, desfiles policiales, bombardeos televisivos, spots de radio, discursos de las autoridades, estudios, encuestas y todo un aparato mediático que convenza a los ciudadanos que las elecciones son dignas de toda legitimidad y que la democracia se define solamente a través del voto, nunca más allá.


© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Julio 2012. 

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