Vamos a tratar de imitar a una capsula del tiempo al
corto plazo: Pensemos que esta colaboración se escribe el domingo 1 de julio de
2012, así es estimado lector justo después de las elecciones en México. A la
hora en la que se elabora la misma no hay resultados del ganador de la
contienda electoral, pero, ya se ha vivido la experiencia de la elección, un
ejercicio muy particular donde las redes sociales jugaron un papel importante,
muchos jóvenes participaron por primera vez y en la cual se renovaron por
completo las dos Cámaras (Poder legislativo) y el Ejecutivo nacional (enfocándonos
solamente a las elecciones federales).
Sin embargo, más allá de hablar sobre los partidos que
para este entonces ya levantaron las manos al son de la victoria, aceptaron su
derrota o imputaron las múltiples irregularidades que dirán que acontecieron,
es importante resaltar la relevancia de los actores que son el origen y el
medio que genera a la democracia: los ciudadanos.
En este reflector mundial hemos dicho que la energía
política del ciudadano no puede gastarse por completo en el voto; una decisión
no es suficiente para encausar todas las propuestas, necesidades, ideales y
proyectos que la población demanda a sus gobiernos. Sin embargo, el asistir a
las casillas y ejercer el derecho y la obligación del voto es muestra del
fortalecimiento de la institución de las elecciones como un medio para transformar
las administraciones públicas, aclarando que aquello no cambia directamente a
un país.
El sufragio ya es una institución, cuenta con una
legitimidad que con la costumbre se hará natural en el actuar de los futuros
electores mexicanos, quienes acompañaron a sus padres, tíos o hermanos mayores
a la votación. En este tenor, es fácil vitorear que la “democracia
representativa” llegó para quedarse, sin embargo, los canales para llevarla a
cabo aún son complejos, anticuados y estas condiciones pueden sembrar dudas e
incertidumbre.
En pleno siglo XXI, cuando la revolución tecnológica
amenaza con rebasarnos y cuando el paradigma de la tecnología ha modificado de
forma importante nuestra manera de vivir, nos damos cuenta que el actual
sistema de elecciones se mantiene en un impasse,
que en la forma no difiere en demasía de lo visto en décadas pasadas.
La institución que organiza las elecciones, y que administra
los altos recursos de la “cara” democracia mexicana ha demostrado ser
ineficiente para ajustar sus procedimientos a una cadena de valor simplificada,
a una serie de pasos que faciliten la elección y nos brinden resultados
automáticos, inmediatos, que sean propios de los tiempos que vivimos hoy en
día.
Por ejemplo, pese a que contamos con importantes
candados en la credencial para votar del IFE (institución que organiza las
elecciones); pese a ser un instrumento hecho con alta tecnología, que no sólo cuenta
con un código único e intransferible, sino que tiene además nuestra huella
digital, no hemos aprovechado sus virtudes en favor de una mejor decisión
democrática.
Si estos elementos no se utilizan para la ejecución
del ejercicio electoral, la credencial de elector se vuelve un instrumento con
poca utilidad, se emplea como una simulación más del sistema, que lejos de ser
útil e universal, se convierte en un elemento altamente costoso por sólo cubrir
una función: la de identificar. Sería más viable que ésta fuera la llave de la
democracia, la llave del voto, una contraseña que nos permitiera votar a
cualquier hora y desde cualquier lugar.
Aquello parece descabellado y difícil, pero basta con
generar un software que contenga la base de datos completa del padrón
electoral, con la huella digital (que por cierto el IFE ya tiene digitalizada
en sus bases) y la fotografía de los electores, para echar a andar un mecanismo
electoral más cercano a la gente, más confiable en su contabilidad, más
eficiente y eficaz a la hora de la ejecución del voto y el subsecuente conteo
de los mismos. Pese a lo que puedan pensar algunos, este proyecto puede ser
factible para instituto que gasta millones de pesos cada año promoviendo,
vigilando y organizando las elecciones en un país altamente político y con gran
potencial democrático.
¿Cuál es el problema entonces? ¿Por qué no modernizar
la democracia mexicana para hacerla cumplir con los estándares de eficacia,
eficiencia y economía con la que cualquier acción pública debe tener? El
problema yace en una sencilla razón: la desconfianza. Para que un proyecto de
esta naturaleza pueda ponerse en marcha se necesitarían amplios y complejos
candados informáticos, una coordinación altamente eficaz entre las
instituciones públicas que llevan el registro de la ciudadanía y la población,
una honestidad más que honorable de quien maneje la información para que la
misma sea inviolable.
En síntesis el problema está en el sistema mismo, el
cual requiere de operativos, organización ciudadana, patrullajes militares,
desfiles policiales, bombardeos televisivos, spots de radio, discursos de las
autoridades, estudios, encuestas y todo un aparato mediático que convenza a los
ciudadanos que las elecciones son dignas de toda legitimidad y que la
democracia se define solamente a través del voto, nunca más allá.
© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos
periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Julio 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario