La
libertad es la cualidad más importante para que un individuo pueda
desarrollarse a plenitud, pero viene acompañada de otro elemento igual de trascendental
sin el cual se derogan todos los beneficios de vivir sin ataduras; la
responsabilidad.
Hace
un par de semanas (el 10 de diciembre) el senado uruguayo aprobó la regulación
de la producción, venta y consumo de la marihuana, acción que lo convertirá en
el primer Estado del mundo en “meter mano” a tan controversial tema de manera
completa, el cual ha divido a diversos actores globales, quienes difícilmente
llegarán a un acuerdo sobre cuál es la mejor política en materia de cannabis.
Un
grupo que apoya fuertemente la legalización de la mariguana en el continente es
la Comisión Global sobre Política de Drogas, la cual está integrada por los
expresidentes Ernesto Zedillo (México), Fernando Henrique Cardoso (Brasil),
César Garivia (Colombia), entre otros. La crítica más lógica que puede hacerse
a este selecto grupo es que durante su mandato no aplicaron las ideas que ahora
recomiendan y defienden, con lo que nos queda claro que es muy distinta la
postura que tiene un individuo cuando asume un compromiso político y de
gobierno, a la que tiene ese mismo individuo desde la comodidad de las ONG’s o
la academia.
Otra
organización que ha apoyado abiertamente la legalización de las drogas es la
“Open Society” del adinerado George Soros, la cual financia a diversas asociaciones
liberales alrededor del mundo, con el objetivo de expandir la ideología en la
que cree éste magnate de las finanzas mundiales.
Desde
este reflector mundial hemos mencionado que hoy en día, diversos tópicos como
los temas de la seguridad y el combate a la producción, distribución y consumo
de las drogas se deben de tratar de forma regional. Pese a que las fronteras
del mundo están delimitadas y se vigilan y resguardan con nuevos mecanismos, la
masificación del comercio reflejada en altos volúmenes de exportaciones e
importaciones, abren el camino al trafico ilícito de mercancías, lo cual es por
supuesto un agravante en materia de
drogas.
Nos
queda claro que Uruguay es una prueba, pero que para ser tomado en cuenta como
un ejemplo deben de considerarse todas sus características. Es un país pequeño,
de tan solo 3.3 millones de habitantes. Una sociedad que comparte
demográficamente más similitudes con los países de Europa Occidental que con
sus vecinos Sudamericanos, ya que casi 90% de su población es blanca, sin
existir un registro considerable de indígenas. Es un país de viejos, muy
urbanizado, su promedio de edad es de 34 años y 92% de su gente habita en
ciudades.
Es
una nación de renta media, con un PIB per capita de 16,200 dólares, con una
tasa de empleo controlada (6%) y con un crecimiento económico promedio en los
últimos 3 años de alrededor del 6%. Es una sociedad educada, prácticamente el
100% de los uruguayos saben leer y escribir, y la expectativa escolar es de 16
años, lo que significa que la mayoría de las personas alcanzan un nivel de
estudios terciarios (educación media superior y superior).
Es
el gobierno mejor evaluado de América Latina en cuanto al Índice de Percepción
de la Corrupción de la ONG alemana, Transparencia Internacional, la cual lo
ubicó en 2013 en el lugar 19 del ranking mundial de los países “más limpios”.
No
es propiamente un país que pueda representar a la región latinoamericana en
toda su extensión y problemáticas. Difícilmente podremos compararlo con países
densamente poblados como Brasil o México, o con sociedades altamente mestizas o
con gran presencia indígena como Perú o Bolivia. Tampoco podemos ubicarlo como
un Estado que haya vivido en carne propia la violencia provocada por el crimen
organizado como sí ocurre en Colombia, Honduras, Nicaragua, Guatemala y México.
Uruguay
es un laboratorio aislado, ya que es el país más europeo de la región
latinoamericana. Lo interesante de este experimento no serán los efectos que se
tengan en dicha nación, no, pues cada país, por más parecido que sea a sus
vecinos, tiene características propias que pueden generar una cantidad infinita
de posibilidades que está por demás mencionar. Lo interesante radica en la
interacción de un “Uruguay libre” en producción, distribución y consumo con el
resto del mundo, sobre todo con sus vecinos.
Las
estadísticas nos indican que la sociedad uruguaya está lista para asumir la
responsabilidad de consumir o no marihuana. El hecho de que se permita
legalmente su consumo no implica necesariamente que aumente el mismo, sino que
se le brinda la libertad al ciudadano de hacerlo o no, al final de cuentas es –opcional-.
El
problema de fondo de las drogas, más allá de la preocupación en materia de
salud pública, es que las grandes ganancias que genera, conllevan al
enfrentamiento, a la corrupción, a diversas actividades delictivas asociadas
con el dinero fácil. Uruguay nos dará brújula para este controversial tema en
Sudamérica, pues el país cuya bandera lleva el color del liberalismo (azul), se
ha pintado de “verde” en una importante prueba de equilibrio entre la libertad
y la responsabilidad, ojalá que ganen sus ciudadanos.
Fuente
de información estadística: CIA The World Factbook.
©
Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos
en Latinoamérica. Diciembre 2013.
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