La sociedad avanza siempre a una velocidad superior
en comparación con la dinámica de la administración pública. Estamos cada vez
más cerca de una nueva generación de ciudadanos que demandan mejores servicios
públicos, que exigen ser tratados con calidad y calidez, que consumen solo los
mejores bienes, al menor costo.
Cuando Max Weber propuso en el siglo XIX el modelo
burocrático como una forma de organización en el Estado, ante la complejidad
que implica la administración de las funciones de lo público, no era posible
prever que dicho modelo sería rebasado por su propia complejidad e incluso que
tendría que avanzar a una forma más sofisticada de organización, como comenzaba
a serlo el modelo de gerencia en el sector privado.
Este último avanzó de manera espectacular durante
el siglo XX con una idea sencilla y congruente: organizar para generar la mayor
cantidad de ganancias al menor costo para el dueño o dueños de la empresa, y
fue tan exitoso que incluso el sector público volteó a lo privado para aprender
sus técnicas de administración, las cuales se basaban en una medición constante
del desempeño de las actividades y de un proceso de evaluación continuo, que ubica
cuando no se alcanzan las metas deseadas, en qué parte del proceso está el
error, para corregirlo y mantener las deseadas ganancias.
El uso de las estadísticas facilita en mucho el
actuar gubernamental, permite medir tanto la efectividad de los gobiernos, que
hoy en día no tienen la responsabilidad de modificar las dinámicas sociales;
sino que contribuyen en su
transformación, así como la viabilidad de los programas, sobre todo de
corte social, siguiendo la máxima de que “lo que no se mide no se conoce, y lo
que no se conoce, no se puede resolver”.
Sin lugar a dudas el sistematizar la información de
los registros administrativos es una herramienta que alienta la construcción de
una ciudadanía más informada, que demanda gobiernos transparentes, cercanos y
abiertos, que sean ventanas al desempeño gubernamental. Esto ha sido
ampliamente entendido por los gobiernos de Latinoamérica, los cuales por
recomendación de diversos organismos internacionales; llámese el Banco
Interamericano de Desarrollo (BID), la Comisión Económica para América Latina y
el Caribe (CEPAL), o el Fondo Monetario Internacional (FMI); han comenzado la
implementación de un “Sistema de Evaluación de Desempeño”, esto es, trabajar
con base en resultados medibles.
En pocas palabras estamos hablando de un modelo que
toma en cuenta el ciclo completo de las Políticas Públicas y que tiene como
variable constante la generación de –valor público- lo que significa que
impacten positivamente a una población objetivo, que carezca de las condiciones
de bienestar y oportunidades que el Estado está obligado a proporcionarle.
Muchos países de Iberoamérica han comenzado a
instaurar cambios en su legislación con el fin de aplicar Modelo de Gestión por
Resultados (GpR), de manera que han enmendado su Ley de Planeación, a favor de
la instauración de mecanismos de evaluación, seguimiento y control en las
actividades presupuestarias. Sin embargo, la mayoría de los Estados se
encuentran en la construcción de los cimientos de este nuevo sistema, que lleva
avances significativos, pero que al igual que la mayoría de cuestiones
administrativas depende en gran medida de la voluntad política.
Si bien es cierto, dicho modelo puede generar
externalidades positivas en el ejercicio de la administración pública, como el
hecho de constar con información sistematizada, confiable y al alcance de los
ciudadanos, no todo es miel sobre hojuelas tanto en el Modelo de GpR como en el
uso excesivo de las estadísticas por parte de los gobiernos.
Como primera crítica podemos ver que el Modelo GpR
es una doble importación. En primer lugar es una herencia del sector privado,
que hoy en día se rige con modelos administrativos más avanzados y dinámicos.
En segundo lugar es un modelo que se importa de las empresas de los países
desarrollados, de manera que no responde a la realidad que vivimos en América
Latina, donde es escaza la mano de obra técnica y calificada respecto al tema,
a nivel de los gobiernos nacionales, estatales o municipales.
La segunda critica se refiere al uso excesivo de la
estadística, a querer contabilizarlo todo, lo cual puede afectar la labor
ejecutiva y operativa del gobierno, sobre todo si tomamos en cuenta que la idea
general de los líderes gubernamentales y de muchos ciudadanos es reducir el
tamaño del Estado para “hacer más con menos”, de forma que se deja a la deriva
la decisión de “ejecutar o medir”.
Pese a lo anterior podemos decir que las
estadísticas son sumamente útiles cuando se tienen metas claras y se conocen
las limitaciones de las mismas, porque al final de cuentas un indicador solo
nos brinda una fotografía instantánea de un momento en particular, además de que
se construye con la subjetividad del investigador que lo genera. Lo más
importante de -medir para servir mejor- es tener en cuenta que sin ciudadanos
interesados en la información, las estadísticas pierden congruencia y razón de
ser, si las instituciones públicas no las “ciudadanizan” habremos gastado
muchísimos recursos humanos y financieros en una tarea sin sentido para la
ciudadanía.
© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos
periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Enero 2014
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