jueves, 8 de mayo de 2014

La enfermedad de la burocracia

La opinión que tenemos de la burocracia en los países de Iberoamérica es en general mala. Ubicamos a los servidores públicos como personas poco profesionales que viven a costa del erario y que están lejos de llevar a cabo su función de forma eficaz y eficiente.
Le damos una connotación negativa a quienes laboran en el servicio público porque los relacionamos con quienes los dirigen, que son normalmente políticos que si bien es cierto cuentan con la venia popular (al haber sido elegidos por medios electorales), no tienen la preparación ni el conocimiento técnico básico para gestionar los recursos públicos, siendo ellos los primeros administradores que debiera tener el país, la entidad federativa, el departamento, los municipios, la dependencia, etc.
Ese es uno de los argumentos que podrían poner en jaque a la democracia, pues cuando la política se entromete demasiado, sin tener conocimiento, en el ejercicio del gobierno, puede desvirtuar la función social del estado, transformándola en una herramienta electorera más, que sirva para conservar el poder, no para servir a la ciudadanía.
La hoy política y activista birmana Aung San Suu Kyi, premio nobel de la paz en 1991, menciona que los políticos no se corrompen sólo por la búsqueda del poder o por su ejercicio, sino que es el miedo a perder el poder lo que genera esquemas que transgreden la honestidad de los mandatarios. Un temor que los conmina a ejercer tratos con distintos grupos (legales e ilegales) que les den la posibilidad de materializar su poder en forma de recursos económicos e influencia, en detrimento del papel que deberían de cumplir, siendo la ecuación del “ser” que más se adecua para describir a nuestros representantes populares.
La otra cara de la moneda son los burócratas mismos, quienes son el rostro del gobierno y cuyas prácticas generan una perspectiva negativa con respecto a lo que espera la población. Muchos de ellos son personas que se han adaptado al rígido modelo administrativo que propuso Max Weber, un sistema estructural, despersonalizado, donde se premia la especialización, donde se siguen al pie de la letra los manuales y donde la estructura jerárquica es irremplazable.
El modelo ideal de burocracia de acuerdo con el mismo Weber es una abstracción, funciona mejor en aquellos países con mayor nivel de organización y preparación de los servidores públicos, como los desarrollados, pero puede ser difícil de aplicar en países como los iberoamericanos donde la política tiene una injerencia directa (al no existir suficientes esquemas de servicios profesionales de carrera), la informalidad define el éxito o fracaso de la acción gubernamental y donde lo dicho en los manuales no se sigue en la práctica, o sea la función escrita no corresponde a la función realizada.
Al respecto Robert Merton nos dice que “los mismos elementos que conducen a la eficiencia [en la burocracia] producen ineficiencia en determinados casos”, debido a un apego dogmático a las reglas que provocan timidez, conservacionismo y tecnicismo. Así como tener características conductuales como pasar la responsabilidad a otra persona, el excesivo papeleo, la rigidez, inflexibilidad, despersonalización, secretismo, que observamos en los empleados del estado.
Mortein Marx nos diría que estos son males de la organización, o sea que la organización burocrática origina tendencias que pervierten su objetivo. Michel Crozier lo ve como “la enfermedad de la burocracia”. O sea que el individuo, en este caso el burócrata no es el completo culpable de estas conductas, sino que las mismas son producto de un “virus” que se transmite en aquellos países que han adoptado un modelo de gobierno importado, que no corresponde propiamente a las características ambientales del Estado que lo aplica.
Sin embargo, no se trata de generar un nuevo modelo burocrático, sino de poner atención en aquellos aspectos de fondo en su aplicación, esto es debemos centrarnos los resultados de los gobiernos, en sus indicadores. Como ciudadanos nos corresponde exigir que las promesas de campaña se conviertan en metas del gobierno, que se hagan públicas y se redacten en lenguaje ciudadano, sencillo, claro y que a estas metas se les dé un seguimiento para que sepamos qué tan bien o mal están administrando nuestros recursos.
El gobierno puede funcionar sin el apego dogmático a los manuales, y en realidad así lo hace, pues se premia la practicidad en las agendas gubernamentales, las cuales se ven influenciadas más por la inmediatez y la reacción, que por la sistematización de las necesidades de la sociedad. No hay que olvidar que el aparato gubernamental es un mecanismo, una herramienta, una maquina gigantesca y compleja cuyo correcto funcionamiento y hábil guía puede generar las situaciones de desarrollo que nuestras naciones buscan sin descanso.


© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Noviembre 2012 

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