martes, 28 de abril de 2015

La indignación perpetúa

Muchos mexicanos nos sentimos atrapados, oprimidos por el régimen y sus vicios; por la corrupción, la inseguridad, la pobreza, la desigualdad, el nepotismo, todos elementos de un mismo sistema.
Criticamos, llevamos años haciéndolo, décadas enteras, generaciones y generaciones, y pareciera que en esa crítica se va toda nuestra energía política, pues hay que aceptarlo, no hemos logrado colegiar un cambio.
México es un país de contrastes, en el que aquellos que un día ofendieron a los ciudadanos por sus conductas lastimosas o por su ineficiencia, hoy los defienden, como si en verdad la memoria del mexicano fuera de corto plazo, como si los ciudadanos olvidáramos que el país está en crisis desde hace décadas, que la mayoría de familias han perpetuado el “estirar el gasto”.
Muchos sabemos que quienes nos gobiernan generan escenarios de confrontación ficticia, para hacernos creer que nuestra democracia es sana porque es plural, aunque esa pluralidad tan solo alcance para un grupo privilegiado de actores, que han heredado el poder, pues la movilidad social no es una cualidad tangible de la democracia mexicana. Y así pueden pasar años y años, y en México no pasa nada, nada que asegure una verdadera transformación.
Ejemplos en el mundo de Estados que hace pocas décadas estaban en peor situación política y económica que México hay muchos: podemos citar a Corea del Sur, un país que de acuerdo con el FMI en 1980 tenía un PIB per capita de $2,308 dólares, menos de la mitad del ingreso per capita de un mexicano en aquel entonces ($5,761).
Tan solo 34 años después, en 2014, el ingreso per capita en México fue de $17,925 dólares, la mitad del ingreso per capita en Corea del Sur que es de $35,458 dólares. Otras economías en el sureste asiático como Singapur, Hong Kong o Taiwan, podrían tomarse como referencia para reconocer que es posible transitar a mejores escenarios económicos, incluso en situaciones políticas adversas.
La difícil situación que vive México desde hace décadas, sin una transformación de fondo en los últimos años, pero con muchos cambios en las formas, bien se asemeja a aquel discurso relatado en 1944 por el político canadiense Tommy Douglas, quien contó la historia de un lugar ficticio llamado “La tierra de los ratones” (Mouseland).
La historia cuenta, en palabras resumidas, la difícil situación que vivían una comunidad de ratones, que eran gobernados por gatos negros. Los ratones cumplían con las reglas que dictaban sus gobernantes, pero siempre se veían en aprietos, pues estas normas favorecían en demasía a sus líderes (los felinos).
La indignación de los ratones les llevo a cambiar de gobierno en más de una ocasión, eligiendo gatos blancos, cuando estos fallaron volvieron a elegir a los gatos negros. Incluso, en la búsqueda por un cambio votaron por gatos mitad negros, mitad blancos; por gatos manchados; hasta llegaron a elegir gatos que hablaban como ratones, pero comían como gatos. El problema no era el color de los felinos, ni la manera en la que se expresaban; el problema es que eran gatos, los depredadores naturales de los ratones.
Pareciera que México está igualmente gobernado por “depredadores naturales” de los intereses de los ciudadanos, y que el mexicano encuentra en la crítica destructiva un escape sencillo, pero frustrado, a sus problemas con la clase política y el mal gobierno.
Veo dos soluciones que pueden resolver este sistémico problema, sólo dos adecuadas, sólo dos pacíficas, que son las que cuentan: que la punta de la pirámide de la elite del poder “cambie” y “contagie” de esta transformación a las estructuras más bajas, algo como cambiar la naturaleza depredadora de los políticos (poco probable, pero no imposible), o que la indignación se institucionalice, que se cree un nuevo partido político que recoja las demandas y voces de los indignados (como sucedió en España con PODEMOS), que nuevos personajes (ajenos a la vida política) tracen la agenda, que se privilegie en este partido a los líderes morales del país y que se destierre a los malos gobernantes.
En caso de que no se emprenda ninguna de estas opciones, seguiremos viviendo en un país de simulaciones encontradas; de engaños; donde el político cree que convence con sus falsos discursos de colores a la sociedad, mientras ésta asiente sin expectativas de cambio; donde la critica es una simple válvula de escape que nunca se convierte en propuesta que comprometa al poder; donde se habla de México como un país #cansado y en voz de protestas, de indignación permanente por los siglos de los siglos.

La pregunta que voy a lanzar a continuación es fuerte, pero realista: ¿por qué no se institucionaliza la indignación en México?

Twitter: @Nacho_Amador

Fuentes de información:
IMF. DataMapper. http://www.imf.org/
Pueden observar el video de Mouseland en el siguiente link:

https://www.youtube.com/watch?v=4PAT9pUbUns


© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Abril 2015.

martes, 21 de abril de 2015

TTP: Los pros y contras del libre comercio

En general podemos decir que el libre comercio genera excelentes oportunidades para el desarrollo de los países: amplía la diversidad y reduce los precios de bienes y servicios, incrementa la competitividad de las empresas, genera fuentes de empleo cuando viene acompañado de inversión productiva, facilita la movilidad de los factores productivos, amplia el tamaño de los mercados en favor de las empresas nacionales, etc., etc.
También sirve para aumentar los lazos de amistad entre dos o más naciones, reduciendo fricciones políticas. Genera certezas y gobernabilidad en el marco del sistema internacional (que se considera anárquico), así como esquemas normativos que brindan confianza a los actores económicos, de manera que es, en teoría, un escenario deseable.
Sin embargo, lo que en teoría parece una panacea, en la realidad constituye un tema controversial, con diversas aristas, que debe pensarse desde la perspectiva de cada actor que intervine en el juego  del “libre comercio”.
En el caso de los tomadores de decisión, que son quienes negocian que tan abierta o cerrada debe ser la economía nacional, es imprescindible evaluar los alcances de un acuerdo de libre comercio; ubicando las ventajas y desventajas, proyectando las posibles ganancias y las posibles pérdidas del mismo, todo ello con una adecuada interpretación del interés nacional.
En pocas palabras, su trabajo es alcanzar un balance ideal entre la protección y la liberalización de aquellos sectores que le generen los mayores dividendos al país: una ecuación donde siempre habrán ganancias y pérdidas, esperando que estas últimas sean las menos.
Esta es una tarea sumamente compleja, pues involucra distintos niveles de análisis y discrecionalidad para los tomadores de decisión, que pueden llegar a ser sumamente técnicos, tanto, que son lejanos para la población, la cual puede percibir, en distintos grados, los efectos de que su país forme parte de un acuerdo de libre comercio.
En este tenor, un tema que en la actualidad ha generado polémica al respecto es el Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TTP por sus siglas en ingles), una iniciativa que busca crear un área de libre comercio entre 12 países de la región Asia-Pacífico: Australia, Brunei, Canadá, Chile, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur, EE UU y Vietnam. En caso de concretarse, el TTP representaría una zona donde se concentra el 40% del comercio mundial.
El TTP es un proyecto de amplio alcance que busca homologar criterios que afectan al comercio mundial tales como las condiciones laborales, la propiedad intelectual, el medio ambiente e incluso la solución de pugnas entre las partes, ya que contaría con un panel para resolver disputas entre los miembros, lo cual le brinda gobernabilidad a la iniciativa y puede generar confianza en las empresas en su trato con las leyes locales.
Sin embargo, el mayor reto del TTP no es la estandarización de las reglas del comercio, sino la fuerte disparidad entre los miembros, que tendrían que “negociar” con los dos grandes actores mundiales del comercio: EE UU, el principal importador (y el segundo mayor exportador) y en caso de que ingrese China, negociarían con el mayor exportador de bienes del planeta.
Aquellas voces que apoyan al TTP sostienen que dicho instrumento incrementaría de forma significativa el comercio intra-regional, permitiendo que aquellos países con amplia oferta de mano de obra (en desarrollo) homologuen sus políticas laborales, en favor de la dignificación de las condiciones de sus trabajadores. Además, aseguran que dicho instrumento brindaría certidumbre a los inversores, en una región con gran volatilidad.
Pero no todo es miel sobre hojuelas, los detractores del TTP aseguran que el tratado beneficia en mayor medida a EE UU, sobre todo a las grandes industrias dedicadas a la tecnología y al entretenimiento, ya que el acuerdo posiciona el tema de la propiedad intelectual, como un eje toral que es necesario implementar en la región. Ello obligaría a muchos posibles miembros a modificar su legislación, lo cual podría “invadir” la soberanía de las naciones, de acuerdo con sus críticos.
El otro gran tema en el que se benefician las grandes compañías norteamericanas es en materia de patentes, pues el TTP permitiría a las empresas farmacéuticas ampliar la vigencia de las mismas. Ello impediría la producción de medicamentos genéricos (de menor costo), lo cual afecta de forma directa a los países en desarrollo.
El TTP libra también una batalla en materia de credibilidad. De acuerdo a diversas filtraciones de WikiLeaks EE UU busca posicionar el interés de las grandes corporaciones por encima del interés general, afectando con ello la libertad de información, los derechos civiles, y el acceso a medicamentos incluso a nivel global. Si a ello se le suma que las negociaciones de este instrumento de comercio se han llevado a cabo en secreto, se pueden intuir las intenciones del coloso del norte. 
Sin lugar a dudas, tanto los tomadores de decisión, como los negociadores tienen un rol estratégico en el juego de poder que representa un tratado de libre comercio como el TTP. La adecuada interpretación que éstos hagan del interés nacional es imprescindible, tanto como la transparencia con la que evalúen el tratado.

Para los países en desarrollo que buscan formar parte del TTP, el gran reto será generar un contrapeso a EE UU, ubicando qué les conviene y qué no. Donde la capacidad de negociación no alcance, deberán prevenir desde la política interna a los sectores más propensos a perder, orientarlos sobre los efectos que un tratado de esta naturaleza puede ocasionar. Si su intención es “por voluntad” formar parte de esta iniciativa tienen que actuar pronto, porque en el juego del libre comercio no existe la buena suerte, el que no previene pierde, y las pérdidas son otro elemento que alimenta al descontento, algo indeseable para países con alta efervescencia social como los latinoamericanos.

© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Abril 2015.