La reconciliación nacional es un
objetivo sumamente importante para cualquier país que ha sufrido de un
conflicto armado al interior de su territorio. Para que se alcance esta meta de
forma pacífica es necesario que las partes en disputa reconozcan la legitimidad
de su contraparte como agentes de cambio, en una negociación donde se tenga en
claro que no habrá ganadores ni perdedores, pues el esfuerzo por cesar de forma
permanente los enfrentamientos reconoce un interés superior al de las partes
involucradas, pues se sostiene sobre la voluntad general.
El fin de semana pasado Colombia
celebró elecciones presidenciales ante un complejo escenario de
descalificaciones, confusiones y contradicciones entre los principales
protagonistas de la jornada electoral: el candidato presidente Juan Manuel
Santos y el candidato del partido Centro Democrático Óscar Iván Zuluaga.
Ante un altísimo abstencionismo
de poco más del 60% del padrón electoral, el candidato Zuluaga obtuvo la
victoria con el 29% de los votos, mientras que el actual presidente Santos
alcanzó apenas un 25%, por lo que ambos candidatos buscarán generar alianzas
para vencer en la segunda ronda electoral, que acontecerá el próximo 15 de
junio.
Las elecciones se dan en un
momento de amplia complejidad para la vida pública en un país que guarda en su
memoria histórica cinco décadas de guerrilla, alrededor de 6 millones de
desplazados por los enfrentamientos y que ha llorado a más de 220 mil muertos
por una guerra de colombianos contra colombianos.
Este no es un problema propio de
Colombia, el ilusionismo electoral ha cegado aunque sea por una vez a
prácticamente todos los países de Latinoamérica, impidiendo que los temas de
fondo, que las propuestas serias y formales sean discutidas, mientras que los
asuntos más polémicos o controversiales, aquellos que se alimentan del morbo
político, ocupan mayor atención en los medios de comunicación y por tanto en su
audiencia, que en la mayoría de los casos solo distingue blancos o negros;
buenos o malos, sin hacer un examen crítico de los argumentos que escucha.
Y es que los políticos en
Latinoamérica dominan perfectamente el arte de la retórica y la demagogia,
siendo capaces de envolver a una audiencia cautiva ante la menor oportunidad,
aprovechando cualquier reflector para transmitir un buen discurso técnico y
persuadir a los votantes.
Así lo hizo el candidato Iván
Zuluaga, cuando previo a la elección, lo interceptaron reporteros de la prensa
nacional para cuestionarlo por sus supuestos nexos con el hacker Andrés
Sepúlveda (hecho publicado mediante un video en medios electrónicos), donde el
político colombiano estableció en los cuatro minutos y medio de su entrevista
tres ideas principales: que el video era un “vulgar montaje”, que es un
político con amplia experiencia y que es el mejor candidato para Colombia. Sin
contestar ninguna pregunta más de la prensa, el candidato logró neutralizar el
efecto negativo de las acusaciones, que en días posteriores se probaron como
verdaderas, haciendo uso de su buen manejo de lenguaje ciudadano y de su alto
discurso político.
La ciencia del engaño es una
herramienta vital para quienes detentan el poder, pues el mismo presidente
Santos no está exento de usar elementos de confusión para deteriorar la imagen
de su contrincante, al pronunciar en su discurso que él es el único canal para
la paz, asumiendo que los otros candidatos prefieren vivir en un país en
guerra.
El tercero en discordia es el ex
presidente Álvaro Uribe, quien tuvo como Ministro de Defensa al mismísimo
Manuel Santos (2006-2009), quien era candidato urubista en los remotos ayeres
de 2010. El hoy senador, quien conoce muy de cerca a ambos candidatos, acusa a
los asesores del presidente Santos, de haber recibido financiamiento del
narcotráfico, en un batalla paradójica en términos de ideología, pues se
enfrentan dos facciones de la derecha colombiana, mediante descalificaciones
que ensucian el proceso electoral y lo más peligroso pueden afectar el proceso
de paz en Colombia.
El problema de fondo en aquella
nación de Sudamérica no son en sí los actores que detentan el poder, ni sus
estrategia para conquistar a los electores, el gran inconveniente es que se
permita que un tema toral para el país, como lo es el proceso de paz y la reconciliación
nacional pueda cambiar súbitamente o detenerse cada cuatro u ocho años.
El gran reto para Colombia es la
institucionalización de la paz como una política permanente, que trascienda el
periodo electoral y que les permita a los ciudadanos participar durante todo el
proceso, independiente de quien llegue poder. De los colombianos dependerá que
su próximo presidente sea un mero administrador de bienestar a corto plazo o un
gran estadista que los encause a una paz perpetua.
© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y
medios informativos en Latinoamérica. Mayo 2014.