La palabra
burocracia tiene una connotación directa con el gobierno. Max Weber definía a
quienes la ejercían como profesionales de la instrucción pública, como hombres
y mujeres cuya preparación académica, especializada en la ciencia de la
administración, era fundamental para el correcto desarrollo de su nación.
Esta
definición con el paso del tiempo se ha transformado, sobre todo en aquellos
países que no cuentan con las condiciones necesarias de desarrollo económico y
social, aquellas naciones que se encuentran inmersas en el pasado, en un
momento en el que el mundo navega a pasos agigantados hacia sociedades más
participativas, más informadas y por tanto con mayor responsabilidad.
Es común
escuchar hoy en día que la palabra burócrata, más que pertenecer a una
estructura positiva del servicio gubernamental, se relaciona con una
connotación negativa, negligente, donde fluyen calificativos como ineficiente,
corrupto, tardado, engorroso y el conformista, en los que se demerita el papel del Estado como dotador
de empleos y por tanto se rompe con aquellos vínculos que generan pertenencia
entre la población y el gobierno.
Las
causas por las cuales se ha trasformado este concepto son diversas, van desde
el rol de los sindicatos, que en vez de cumplir con su objetivo se ser los fieles
protectores de los derechos e impulsores de las obligaciones de los
trabajadores, han optado por sobreproteger a ciertos empleados, sin tomar en
cuenta la importancia de la eficiencia, la productividad y la disciplina,
razones propias del desarrollo individual, al cual muchas veces deben renunciar
los trabajadores gubernamentales para aspirar a la perpetuidad en un cargo. .
Otro
de los problemas radica en aquel principio de derecho que estipula que aquellos
que hacen lo mismo, deben percibir la misma remuneración. Ese es otro de los
problemas que tenemos en la estructura laboral de las instituciones públicas,
donde en ocasiones es más fácil para algunos tener buenas relaciones con los
superiores que cumplir con las funciones para las cuales se ha contratado al
empleado.
En
este tenor, algo debe quedar bien claro: El Estado no está obligado a pagar a
un empleado que no realiza sus funciones de manera satisfactoria, sólo por el
hecho de pertenecer a una estructura laboral. El ir a cubrir un horario no debe
ser sinónimo de recibir una remuneración; el salario es la recompensa por el
trabajo, no una obligación estatal, que al final de cuentas es producto de los
impuestos que paga la sociedad al gobierno.
Ya
han surgido diversas propuestas de solución para esta problemática. Una de las
más importantes es la que se refiere a la creación de un Servicio Profesional o
Civil de Carrera, sobre todo a nivel de las entidades federativas. En este caso
las plazas se someterían a concurso público, donde se buscarían a los más
preparados y aptos para la labor, dándoles la certeza de que sobrevivirán en el
puesto independientemente de los colores del gobierno.
Otras
propuestas toman en cuenta el establecer mayores canales de vigilancia para los
empleados, transparentar las contrataciones y dar seguimiento a las funciones
de los mismos, ampliar los canales de rendición de cuentas de manera racional,
luchar contra la corrupción y perseguir la impunidad y castigarla.
Sin
embargo, más allá de las enmiendas a las estructuras de contratación y monitoreo
de funciones, lo que vale la pena cambiar es el aparato cultural de los
ciudadanos; en específico los valores del servidor público cuyo papel es vital
para la buena gestión y la supervivencia del Estado.
Vale
la pena resaltar que todo esto es perfectamente conocido por nuestros tomadores
de decisión, por nuestros líderes, pero ¿quién se arriesgará a reformar la
estructura de la planta laboral de la administración pública? Hasta ahora
nadie. La respuesta tiene que ver con el alto costo político que implica, y se
relaciona igualmente con el momento político que acontecemos, entonces, ¿Cuándo
será prudente comenzar a subsanar esta problemática?
El burócrata perfecto es aquel que no se adapta a este
sistema, es aquella persona que busca la reforma desde adentro, desde sus bases
más profundas, haciendo su trabajo de manera más eficiente, brindando un mejor
servicio, y ampliando sus acciones a otros departamentos para que su idea no
quede aislada o inconclusa.
Así nació la ciencia de la administración en la
Alemania del siglo XIX con el Barón Carlos von Stein, o en la Francia del siglo
XVIII con Carlos Juan Bonnin, quienes hicieron las primeras propuestas para
generar una ciencia orientada a la buena organización del gobierno.
Hacer eficiente a la burocracia no es para nada una
tarea sencilla, ha sido una lucha de varios siglos y como dice Alejandro Nieto
este tipo de cambios requiere de momentos transcendentales para verterse en la
realidad, pues “los proyectos de reforma sufren impotencia cuando nacen tibios
e intrascendentes”. Las propuestas yacen sobre el papel, este es otro de los
pendientes que habremos de resolver los latinoamericanos si es que aspiramos
seriamente a alcanzar el desarrollo.
Twitter:@ignacioamador.
© Ignacio Pareja Amador,
publicado en diversos periódicos y medios informativos en México e Iberoamérica.
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