En la colaboración antepasada dimos un breve recorrido
respecto al actuar de Naciones Unidas en los distintos escenarios en lo que ha
contribuido en la historia contemporánea de la humanidad, esto haciendo mención
a la celebración de su 66 aniversario acontecido el 24 de Octubre. Esbozamos a
grandes rasgos las virtudes de contar con una organización de Estados capaz de
mediar las relaciones entre antagónicos, pero que no funge como un gobierno
global propiamente, sino como un espacio de expresión y acción legitima de sus
países miembros.
Quedaron pendientes por tanto, los retos a los que se
enfrenta actualmente la organización, así como los inconvenientes que ha vivido
justamente por ser sus mayores financiadores los países más desarrollados, muchos
de los cuales participan permanentemente con voz y voto, en el único organismo
que tiene la facultad de hacer uso legitimo de la fuerza: El Consejo de
Seguridad.
Pero no todos los grandes contribuyentes están en la
lista del club selecto de los miembros permanentes, pongámoslo en números: Para
2009 Naciones Unidas recibió una contribución neta de casi 2.5 mil millones de
dólares. Cerca del 24% del monto (598 millones) fue financiado por EE.UU, el
16.2% (405 millones) correspondió a Japón, 8.3% (209 millones) a Alemania. De
ahí le siguen Reino Unido (161 millones), Francia (153 millones). China, pese a
poseer la segunda economía más grande del mundo tan sólo contribuye con 64.9 millones (0.25%),
un monto menor a lo que aportan Italia (123 millones), Canadá (72.5 millones) o
España (72.3 millones). El miembro permanente que menos aporta es Rusia quien
brinda a la organización 29.2 millones.
En esta breve radiografía podemos darnos cuenta de una
de las razones principales por las que Japón y Alemania demandan la apertura de
sus respectivas membresias en el club de los permanentes. Ambos países no sólo
cuentan con un amplio sustento económico que han sabido expresar en términos de
liderazgo regional, sino que han demostrado que son países que se niegan al uso
de la fuerza para incrementar su poder e influencia en el escenario
internacional.
En este sentido podemos ubicar a otro par de
aspirantes a la lista de quienes pretenden ser miembros permanentes. En el
primer caso está la República de la India, quien ha mantenido un crecimiento
económico importante (un promedio del 7% en la última década) y que arguye que
su cualidad demográfica y su poder político regional son argumentos necesarios
para alcanzar este fin, pese a que sus contribuciones a la organización apenas rondan
los 11 millones de dólares.
El otro aspirante es Brasil, quien ha destacado como
el líder más consolidado de nuestra región, quien ha ampliado su participación
diplomática a lo largo del globo y ha resistido a la crisis económica gracias a
su diversificación comercial y a la penetración de nuevos mercados en
Sudamérica. Esta potencia emergente tiene cualidades importantes, pero sus
aportaciones a la ONU son modestas, en comparación con lo que representa el
país, pues sólo contribuye al aparato de la organización con 21.3 millones, lo
que lo sitúa como el segundo mayor contribuyente de América Latina después de
México (54.9 millones).
Cabe recordar que los parámetros para la elección de
nuevos miembros permanentes son la pugna y la piedra angular del debate que se
desarrolla respecto a la reforma al Consejo de Seguridad, tema que tendrá una
mayor presencia en los años venideros.
Sin embargo, los retos de la organización van más allá
del Consejo de Seguridad. Como mencionamos en el cierre de la columna pasada, Naciones
Unidas es la organización con el mayor número de resoluciones violadas en la
historia de la humanidad. De las más graves podemos mencionar a quienes se
hicieron de manera ilegal de armamento nuclear como Israel, la India, Pakistán
y Corea del Norte, donde los miembros permanentes fueron quienes indirectamente
apoyaron a que fuera posible esta nuclearización por fines meramente
geopolíticos.
Ejemplos más cercanos a la actualidad podemos
ubicarlos en los casos de genocidio acontecidos en Ruanda, Sudán, Somalia,
Eritrea, donde incluso se ha visto afectado personal de la organización. O la
invasión ilegal de EE.UU. a Irak y Afganistán después de 11/09, o el acosamiento
y sospecha que genera el programa nuclear iraní, entre muchos otros.
Sin embargo, lo que nos debe quedar claro es que detrás de
todos los intereses, llámense económicos, políticos o estratégicos, el fin de
Naciones Unidas nunca ha sido legitimar las acciones de unos en contra de
otros, la ONU nació para que el despotismo entre los estados desapareciera,
para que los países se concibieran como iguales, dotando de voz a todos los
miembros en una Asamblea General, pero limitando la evidente diferencia de poderío
(económico y militar) mediante un órgano ejecutor (Consejo de Seguridad).
Por lo tanto, el gran triunfo de Naciones Unidas ha sido ser
contribuir al alcance de 66 años de paz global, pero si el organismo
trasnacional más representativo del planeta no se reforma, no se adapta al
nuevo contexto global, puede que su objetivo se desdibuje en algunos años.
La única manera de que los seres humanos convivamos en paz es
respetando a las instituciones, sin un orden adecuado, el sistema de fuerzas y
poderes puede corromperse, dejando que sea la ambición y las pasiones de
algunos líderes las que definan el
destino de nuestras naciones. Larga vida a Naciones Unidas.
@ignacioamador
6/11/2011
© Ignacio
Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en México
e Iberoamérica.
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