Hay una confusión que se sostiene sobre la base de una
idea correcta, pero que tiende a desvirtuarse entre quienes observan de manera
simplista la realidad: La esencia de las instituciones es el hombre, pero su
vigencia yace en una permanencia que de acuerdo al nivel de civilidad de la
población rebasa las fronteras temporales.
Es así que tiende a englobarse el actuar de los
gobiernos como si estos fueran personas, como si todas las voluntades
presentes, pasadas y futuras definieran la actuación de un ente político de
esta naturaleza. Esto no es así. Los gobiernos están formados por personas con
principios, voluntades y valores distintos entre sí, que responden a
situaciones de orden temporal, de manera que pueden variar de acuerdo a
coyunturas específicas.
Encasillar un gobernante por los agravios de sus
antecesores, sean del partido que sean, es como condenarnos a nosotros mismos
por los errores de nuestros padres y abuelos, es aseverar que la renovación
intergeneracional no produce cambios sustantivos y que la condición de impasse derivada de la tradición y la
costumbre puede rebasar incluso los principios, deseos y objetivos que estos
actores políticos han delineado para definir su actuar presente.
En este sentido, podemos atrevernos a medir la
eficacia de las administraciones más allá del idealismo y deber ser
impregnado en sus principios, podemos entonces hacer una evaluación con la
regla de la historia, tomando en cuenta aquellas políticas cuyo actuar
distinguió al país como una nación líder en nuestra región, alejada de los
grandes fantasmas de América Latina.
Es importante puntualizar que la ideología es también distinta
de acuerdo al grupo en el poder, la misma les permite definirse, pero cuando se
habla del principio fundamental del desarrollo, es más valiosa la congruencia
de las acciones que el dogmatismo aplicado a problemáticas cada vez más
complejas y multifactoriales.
Vale resaltar que no compartimos todas aquellas
prácticas de algunos miembros de los entes de los que resultan los gobiernos
(partidos políticos), que tienen que ver con una costumbre que suele pasar de
generación en generación y que han nublado la imagen de los mismos, derivando
en una percepción alejada de la meritocracia, más cercana aún al compadrazgo,
al tráfico de influencias y demás vicios propios de la política de los países
en desarrollo.
Revuelto esto, es importante exponer algunos momentos
donde el país mostró independencia y buenas prácticas, podemos mencionar la
expropiación petrolera efectuada por Lázaro Cárdenas, la internacionalización
de México durante el periodo de López Mateos, el liderazgo entre los países del
tercer mundo de Echeverría, esto a nivel de los presidentes. A nivel de la
imagen del país podemos hablar del éxito del Tratado de Tlatelolco que impidió
la nuclearización de América Latina, cuyo principal impulsor Alfonso García
Robles fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en los ochenta. Podemos
mencionar el respeto a los principios de Autodeterminación de los pueblos y a
la no injerencia, los cuales son parte de los ejes rectores tanto de la
Constitución Mexicana (Art. 89 Fracción X) como de la Carta de Naciones Unidas.
Podemos indicar también el desconocimiento del gobierno de Pinochet en Chile
por emanar de un golpe de Estado, la apertura hacia refugiados chilenos y con
anterioridad hacia los españoles que huyeron del franquismo, podemos hablar del
liderazgo ejercido para la pacificación de Centroamérica a finales de los
ochenta y principios de los noventa, además de ser el único país que votó en
contra de la salida de Cuba de la Organización de Estados Americanos, siendo de
la misma forma uno de sus pocos aliados en la región, todo esto al margen de
las relaciones con los EE.UU. Quizás, el hecho que debe concentrar mayor
orgullo en este orden de ideas es la independencia y conservación de una
transición pacífica del poder, ya que México fue de los pocos países que no
fueron ocupados por una dictadura militar auspiciada por EE.UU. cuyo objetivo
fuera la contención del comunismo, como sí ocurrió en Brasil, Argentina,
Uruguay, Chile, Guatemala, por mencionar a algunos.
Sin duda alguna cada gobierno se enfrenta a retos de
distinta naturaleza, el contexto y las características de los líderes del
momento juegan un papel fundamental en el éxito o fracaso de las políticas
públicas. La política exterior es justamente un reflejo de la política interna,
la misma es fiel testimonio de la opacidad o colorido de cada administración,
es sinónimo de carisma o frialdad del líder en turno, demuestra su
independencia o su sujeción hacia los mandatos internacionales, nos brinda un
rápido vistazo de lo que queremos que vea el mundo y lo que verdaderamente
somos.
La lección es más que clara y la hemos repetido en
distintas ocasiones en este espacio: En el país debemos aprender que la verdadera competencia está allá afuera, más allá de nuestras
fronteras, que es necesario que vayamos juntos en un mismo barco que engalane
una bandera de democracia, libertad, igualdad y justicia, con un rumbo fijo: el
desarrollo de México.
Twitter: @ignacioamador
21/11/2011
© Ignacio
Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en México
e Iberoamérica.
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