Justamente ayer conversaba con
mi tutora de la Universidad de Melbourne sobre la difícil situación que vive,
ya desde hace algunos años, México. Le comenté del enorme déficit de
credibilidad y confianza al que se enfrentan las instituciones públicas; de la
inadecuada estrategia gubernamental para hacer frente a estos problemas; del
uso de la política como instrumento de asenso social. En términos concretos
hablamos de pobreza, inseguridad, corrupción, nepotismo, asistencialismo,
atraso y exclusión.
Nunca he sido portavoz de las
generalizaciones, siempre que hablo de México expreso que el país es grande y
mega diverso, que es una nación plural que alberga muchísimas realidades, que
pese a que la imagen internacional lo muestra como un estado de barbarie, no vivimos
en un caos rotundo, sino en un proceso donde la sociedad civil es más exigente,
cuestiona con mejores argumentos y más canales, pero donde también hay un
importante sector de la población que se niega a participar en la vida
democrática, situación aprovechada por un gobierno que avanza a menor
velocidad.
Sin embargo, siempre que llego
al tema de las propuestas de solución, cuando quiero cambiar el matiz de la
conversación por sentirme culpable de “hablar más de lo malo que de lo bueno”
que hay en México, me invade una impotencia tremenda porque la raíz del
problema no se concentra en una persona, en un político o en un grupo de
políticos, empresarios, sindicatos, etc., sino en un sistema, en una
institución que es la suma de intereses de muchos que buscan el poder (económico
o político) por encima de cualquier pacto comunitario.
Diversos cuestionamientos rondan
mi cabeza y pareciera que la respuesta de cada uno de ellos es cada vez más
compleja: Cómo vulnerar un sistema que involucra a la gran mayoría de actores políticos del país, que
los organiza y gobierna en partidos políticos, que tiene alcance en los tres
poderes y en los tres ordenes de gobierno; Cómo cambiar una estructura desde
abajo cuando los actores del poder no lo desean, cuando son demasiados los
beneficiarios del status quo, cuando su bandera de transformación son
“discursos de colores” como diría José Martí, pero no se comprometen a ejercer
ninguna acción real de cambio; Cómo transformar una nación cuando el cambio
generacional no significa un cambio en la ideología o una reconstrucción de las
estructuras del sistema, sino la continuidad de la institución tradicional, con
las mismas reglas: corrupción, nepotismo, tráfico de influencias, impunidad y
engaño; Cómo cambiar la ideología de nuestros líderes políticos cuando el
incentivo económico que los mantiene en su sitio es demasiado alto, tanto que inhibe
cualquier intento directo por transformar al sistema, cuando el riesgo de
ejercer “el deber ser” compromete incluso la seguridad de quien vigila y acusa
a los malos funcionarios, oficiales y representantes populares.
La respuesta, por sencilla que
parezca está en los ciudadanos. El domingo pasado muchos mexicanos saltamos de
emoción por las nominaciones y los galardones en “los Oscares” que obtuvieron
tres artistas connacionales. Tanto la diáspora como quienes viven en nuestro
suelo, nos llenamos de orgullo de saber que nuestra nación sigue exportando
excelentes representantes, que en sus proyectos siempre encuentran la forma de poner
en alto el nombre de México. González Iñárritu, el gran ganador de la noche,
lanzó un mensaje que en el júbilo de la celebración hizo eco en muchísimos
mexicanos “ruego para que podamos encontrar y construir el gobierno que nos
merecemos …”
En este cierre de discurso, Iñárritu
aprovecha de forma inteligente un foro masivo, altamente influyente, para hacer
más precisión, enviando un mensaje de apoyo a quienes luchan todos los días por
construir un mejor país, un Estado más ciudadano, un lugar que genere las oportunidades
para que los talentos aporten a México y conquisten el mundo orgullosos de su
patria.
Este no es un reto imposible, es
una ecuación que requiere la suma de voluntades, que en especifico se logra con
mayor participación social; formando más observatorios y fiscalías ciudadanas,
más asambleas de colonos, más educación cívica. La tarea es crear comunidad y
oportunidades desde la ciudadanía, para restarle poder a quienes tienen al país
en mal estado y así construir juntos el país que merecemos.
© Ignacio Pareja Amador,
publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica.
Febrero 2015.
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