martes, 17 de febrero de 2015

Islamofobia y libertad de expresión

El mundo de hoy enfrenta una extensa tensión entre sus civilizaciones. La globalización y el subsecuente avance en las tecnologías de la comunicación, lejos de ser instrumentos impulsores de la anhelada “aldea global” han promovido un enorme desentendimiento y mala comunicación entre las culturas, lo cual puede desembocar en un resentimiento infundado hacia personas completamente inocentes.  
Tanto los medios internacionales como los locales propician de forma voluntaria o involuntaria esta situación. Lo hacen cuando sin una explicación adecuada publican noticias que por su encabezado o carácter general pueden ser mal interpretadas por la población, que la mayoría de las veces desconoce a plenitud el tema en cuestión.
Aterrizando esta colaboración a un caso práctico podemos tomar como referencia la “islamofobia” que se percibe en distintos países occidentales, sobre todo, en aquellos que han sufrido de manera cercana un atentado terrorista o cuyas tropas se encuentran combatiendo al mal llamado “Estado islámico” (EI).
En estos países han comenzado a surgir movimientos xenofóbicos que defienden la “identidad” de sus determinaciones geográficas, olvidando que su propia civilización es resultado de la fusión de antiguas culturas que se han transformado gracias a dicha interacción.
Estos grupos, cuyo conservadurismo es también preocupante, han obtenido adeptos gracias a la inadecuada interpretación que la población le brinda a las tendencias noticiosas globales, vinculando de forma inadecuada a los terroristas, fundamentalistas o guerrilleros del EI con las personas que profesan el islam, una confusión que debe erradicarse si deseamos vivir en paz, en sociedades multiculturales.
Para evitar dichas confusiones o malinterpretaciones se pueden tener presentes dos consideraciones.
En primer lugar se deben poner a los actores de las noticias en su sitio. Si leemos una nota sobre un ataque terrorista perpetrado por alguna organización “radical islámica”, por ejemplo, debemos ser capaces de identificar a los culpables sin generalizar, esto es, tenemos que tener presente que los llamados “radicales islámicos” son un grupo particular de personas que no representan ni por derecho, ni por porcentaje, ni por numero a los musulmanes.
El otro caso en consideración es el llamado “Estado Islámico”, el cual ni es un Estado, ni ejerce los principios del islam, de forma que puede identificarse como una estructura ajena al mundo musulmán, que busca obtener sus objetivos geoestratégicos sobre la base de la intimidación y el miedo, fundamentos alejados a cualquier organización religiosa. 
En segundo lugar, en Occidente se debe entender que nuestra escala de valores y cosmovisión es muy distinta a lo que se cree en el mundo musulmán. Erróneamente damos por hecho que cualidades cívicas como la libertad de expresión o la libertad de culto son comprendidas y respetados por todas las civilizaciones. Tan es así, que le hemos brindado el carácter de “universal” a los valores que creemos están por encima de cualquier aspecto individual de nuestra vida diaria.
El tema se complica si tomamos en cuenta que la globalización ha desdibujado las fronteras, por lo menos en el plano de la información y la comunicación, de manera que lo que se publica en un sitio determinado puede ser visto en lugares sumamente alejados, cuyos habitantes pueden no interpretar de igual manera el sentido de dichas publicaciones.
Lo anterior se puede ejemplificar citando la oleada de manifestaciones en diversos países musulmanes en contra del último número del semanario francés Chalie Hebdo, donde se ilustra al profeta Mahoma con la leyenda “todo está perdonado”. En este caso, los occidentales defendemos con validos argumentos la libertad de expresión de dicha publicación, aunque estemos de acuerdo o no con su contenido, mientras que para una persona que profesa el islam, mostrar a Mahoma en forma de caricatura es un insulto a sus creencias, una gran ofensa a su ícono divino.
El problema puede sintetizarse en una falta de entendimiento y comprensión entre las partes, pues mientras que muchos Occidentales tienen menos arraigo a sus iconos religiosos y por tanto sitúan con mayor jerarquía a la libertad de expresión, una cantidad importante de musulmanes colocan a sus deidades antes que cualquier libertad.
Lo mismo ocurre en la relación entre la religión y el estado. Mientras que en las civilizaciones occidentales se establece una separación relativamente clara entre las leyes del ser humano y las leyes de dios (pese a que aún sobreviven monarquías simbólicas), en el mundo musulmán el Estado está fusionado con la religión, de manera que los lideres religiosos cuentan con poder político y capacidad para movilizar a las masas.
Si tan solo quienes señalan y generalizan para culpar a un grupo cultural particular reflexionaran respecto a las diferencias en cuanto a los valores y símbolos de cada civilización, tendríamos un mundo con mayor pluralidad y tolerancia, un mundo empático. No se trata de imponer una libertad sobre una creencia, sino de comprender las razones de uno y de otro, ponernos en su lugar para establecer qué es lo más adecuado, porque solo cuando hay entendimiento gobierna la paz.


© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Febrero 2015.

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