A mí también me gustaría ver transformarse a
México. Soy un crítico de lo que considero está mal, pero la mayoría de las
veces trato de acompañar mi critica con propuesta. Estoy consciente de que uno
de los grandes retos de toda nación es el ejercicio de lo que -debe ser-, en
detrimento de lo que –es-.
Podría considerarme un idealista, de no ser
porque el mundo nos brinda una baraja de ejemplos en las que “otros” países han
logrado grandes transformaciones, con lo cual nos dan pauta para pensar que sí
hay posibilidades de cambio, que sí es posible hacerle frente a los problemas
de los países en desarrollo, que sí se puede enfrentar a la corrupción, al
nepotismo, a la inseguridad, etc. si trazamos la meta del país en el que
deseamos que habiten las generaciones futuras.
Es evidente que el primer reto que superar es
la corrupción, un tema que ha llegado al discurso de los líderes políticos de
todos los partidos, de forma reactiva, pero que no ha encontrado eco en las
acciones de los encargados de castigar este mal, como si ha ocurrido por
ejemplo en España. Se escuchan en la radio spots promovidos por ciertos
gobiernos estatales, por líderes partidistas que afirman “meterán a la cárcel a
los corruptos” cuando la nota radiofónica anterior describe un video que
circula en las redes, donde es evidente “el moche” que pide la mano derecha de
un alcalde de este mismo partido a un constructor.
En este tenor, nuestros políticos deben
entender que adoptar de forma general en su línea discursiva, tanto las
necesidades como problemas del país, no los hace más cercanos a la población,
sino que hace evidente la falta de respuestas específicas, a los problemas que
son particulares de las determinaciones geográficas. En otras palabras, un
político miente cuando afirma que mejorará las condiciones económicas, de
seguridad, salud, educación, etc., porque no tiene la certeza de ello,
simplemente lo dice porque es lo que la gente quiere escuchar.
La falta de certeza de los líderes políticos se
debe a que condiciones como la seguridad, el crecimiento económico, la salud, e
incluso la educación dependen en gran medida de una coincidencia de factores,
en los cuales, el impacto de la política gubernamental es mínimo, sobre todo en
gobiernos “austeros”. Éstos contribuyen a que exista una mejora, mas no son
determinantes en esta empresa.
Por ello, en este espacio hemos propuesto que
los gobiernos vuelvan a lo básico, que actúen de acuerdo a sus facultades y
posibilidades. Que cumplan con su función primordial: generar escenarios de
oportunidad para que la población se desarrolle.
Tanto a nivel federal, como en el ámbito
estatal y municipal muchos gobiernos en México han demostrado ser ineficaces en
cumplir con sus tareas más básicas. Puede que este sea un problema de
insuficiencia presupuestaria, pero la opacidad con la que manejan las cuentas
públicas deja sospechas al ciudadano, que simplemente no encuentra canales de
participación en la vida de sus comunidades.
La participación ciudadana es una herramienta
democrática que no se ha sabido, o no se ha querido aprovechar. Un gobierno
honesto, legítimo, eficaz, no tiene por qué temer que miembros imparciales de
la población revisen sus cuentas, evalúen sus políticas públicas y le den
seguimiento a sus acciones. Incluso, con la participación ciudadana se pueden
legitimar acciones para disminuir la influencia negativa de ciertos grupos de
presión que dañan el “escenario de oportunidades” que idealmente construye el
estado.
De esta forma, un gobierno local podría
convocar a miembros destacados de la sociedad para tratar un tema polémico,
como lo es por citar un ejemplo el “paro” en las escuelas. El gobierno local
fungiría como moderador escuchando a las partes afectadas. En este foro, los
padres de familia podrían exponer con libertad su insatisfacción por el impasse en la educación de sus hijos, los
manifestantes podrían presentar sus demandas, las cuales tendrían que estar al
alcance de la autoridad local -si es que tienen intención de resolver el
problema-, mientras que los representantes gubernamentales podrían explicar las
limitantes que tienen para cumplir con las demandas de quienes se manifiestan.
En este escenario ideal, ceteris paribus, los acuerdos tendrían que llevarse a cabo, pues
llevan en sí mismos la esencia de la democracia: participación, tolerancia,
empatía, bien común, entre otros. Sin embargo, en la realidad nos toparíamos
con “detalles” que arruinarían nuestra perfecta asamblea: en primer lugar el
reto sería sentar en una mesa de diálogo a las partes, en segundo lugar se
cuestionaría la autoridad moral de los convocantes, en tercer lugar sería
difícil el respeto a las formas, y así podríamos seguir con un mar de
complicaciones que explican en parte, el lento progreso de muchos estados del
país.
Con ello no pretendo decir que es imposible que
se lleven a cabo esquemas de participación ciudadana en México, sino que estoy
convencido que éstos instrumentos de la democracia van acompañados por la buena
gobernanza, la cual es escasa en el país...
© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos
periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Febrero 2015.
No hay comentarios:
Publicar un comentario