miércoles, 4 de febrero de 2015

Sobre México y su transformación (Parte I)

A mí también me gustaría ver transformarse a México. Soy un crítico de lo que considero está mal, pero la mayoría de las veces trato de acompañar mi critica con propuesta. Estoy consciente de que uno de los grandes retos de toda nación es el ejercicio de lo que -debe ser-, en detrimento de lo que –es-.
Podría considerarme un idealista, de no ser porque el mundo nos brinda una baraja de ejemplos en las que “otros” países han logrado grandes transformaciones, con lo cual nos dan pauta para pensar que sí hay posibilidades de cambio, que sí es posible hacerle frente a los problemas de los países en desarrollo, que sí se puede enfrentar a la corrupción, al nepotismo, a la inseguridad, etc. si trazamos la meta del país en el que deseamos que habiten las generaciones futuras.
Es evidente que el primer reto que superar es la corrupción, un tema que ha llegado al discurso de los líderes políticos de todos los partidos, de forma reactiva, pero que no ha encontrado eco en las acciones de los encargados de castigar este mal, como si ha ocurrido por ejemplo en España. Se escuchan en la radio spots promovidos por ciertos gobiernos estatales, por líderes partidistas que afirman “meterán a la cárcel a los corruptos” cuando la nota radiofónica anterior describe un video que circula en las redes, donde es evidente “el moche” que pide la mano derecha de un alcalde de este mismo partido a un constructor.
En este tenor, nuestros políticos deben entender que adoptar de forma general en su línea discursiva, tanto las necesidades como problemas del país, no los hace más cercanos a la población, sino que hace evidente la falta de respuestas específicas, a los problemas que son particulares de las determinaciones geográficas. En otras palabras, un político miente cuando afirma que mejorará las condiciones económicas, de seguridad, salud, educación, etc., porque no tiene la certeza de ello, simplemente lo dice porque es lo que la gente quiere escuchar.
La falta de certeza de los líderes políticos se debe a que condiciones como la seguridad, el crecimiento económico, la salud, e incluso la educación dependen en gran medida de una coincidencia de factores, en los cuales, el impacto de la política gubernamental es mínimo, sobre todo en gobiernos “austeros”. Éstos contribuyen a que exista una mejora, mas no son determinantes en esta empresa. 
Por ello, en este espacio hemos propuesto que los gobiernos vuelvan a lo básico, que actúen de acuerdo a sus facultades y posibilidades. Que cumplan con su función primordial: generar escenarios de oportunidad para que la población se desarrolle.
Tanto a nivel federal, como en el ámbito estatal y municipal muchos gobiernos en México han demostrado ser ineficaces en cumplir con sus tareas más básicas. Puede que este sea un problema de insuficiencia presupuestaria, pero la opacidad con la que manejan las cuentas públicas deja sospechas al ciudadano, que simplemente no encuentra canales de participación en la vida de sus comunidades.
La participación ciudadana es una herramienta democrática que no se ha sabido, o no se ha querido aprovechar. Un gobierno honesto, legítimo, eficaz, no tiene por qué temer que miembros imparciales de la población revisen sus cuentas, evalúen sus políticas públicas y le den seguimiento a sus acciones. Incluso, con la participación ciudadana se pueden legitimar acciones para disminuir la influencia negativa de ciertos grupos de presión que dañan el “escenario de oportunidades” que idealmente construye el estado.
De esta forma, un gobierno local podría convocar a miembros destacados de la sociedad para tratar un tema polémico, como lo es por citar un ejemplo el “paro” en las escuelas. El gobierno local fungiría como moderador escuchando a las partes afectadas. En este foro, los padres de familia podrían exponer con libertad su insatisfacción por el impasse en la educación de sus hijos, los manifestantes podrían presentar sus demandas, las cuales tendrían que estar al alcance de la autoridad local -si es que tienen intención de resolver el problema-, mientras que los representantes gubernamentales podrían explicar las limitantes que tienen para cumplir con las demandas de quienes se manifiestan.
En este escenario ideal, ceteris paribus, los acuerdos tendrían que llevarse a cabo, pues llevan en sí mismos la esencia de la democracia: participación, tolerancia, empatía, bien común, entre otros. Sin embargo, en la realidad nos toparíamos con “detalles” que arruinarían nuestra perfecta asamblea: en primer lugar el reto sería sentar en una mesa de diálogo a las partes, en segundo lugar se cuestionaría la autoridad moral de los convocantes, en tercer lugar sería difícil el respeto a las formas, y así podríamos seguir con un mar de complicaciones que explican en parte, el lento progreso de muchos estados del país. 
Con ello no pretendo decir que es imposible que se lleven a cabo esquemas de participación ciudadana en México, sino que estoy convencido que éstos instrumentos de la democracia van acompañados por la buena gobernanza, la cual es escasa en el país...


*Texto modificado en la versión para América Latina "Memorias de México" 


© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Febrero 2015.

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