Cómo es posible que en pleno siglo XXI, en un momento donde la globalización nos ayuda a conocer de manera inmediata los acontecimientos que suceden en casi todos los rincones del planeta, ocurran atrocidades de tal magnitud como la que aconteció en la República Democrática del Congo (RDC) a finales del año pasado.
Pareciera que los seres humanos tenemos dificultad para aprender de nuestros errores del pasado, cuando el colectivo de nuestra especie guarda las cicatrices de dos guerras mundiales, de múltiples enfrentamientos entre naciones; entre gobiernos y pueblos; entre etnias, cuando la inmensa mayoría de países firmaron la Carta de los Derechos Humanos y se comprometieron a hacerla valer en sus respectivas constituciones, en pro de garantizar el respeto por los derechos civiles de los habitantes de este planeta.
De acuerdo con un informe de Naciones Unidas y con el de la ONG Human Rights Watch (HRW), en diciembre del año pasado, un grupo de guerrilleros ugandeses que se autoproclaman “el ejército de resistencia del Señor” asesinó a más de 300 personas y secuestró a otras 250. La masacre ocurrió en el noreste de la RDC, en el poblado de Makombo y trajo como consecuencia el desplazamiento de cerca de 30,000 personas, que prefirieron escapar hacia campamentos improvisados, antes que vivir en la incertidumbre de una muerte espantosa y cruel, y es que este grupo insurgente (al igual que los muchos que han existido en África) utiliza métodos de asesinato y tortura sumamente salvajes y crueles, pues sus armas homicidas son la mayoría de veces machetes, palos y piedras. Además no sólo eliminan a los hombres de los poblados que atacan, sino que arrasan igual con mujeres y niños, las primeras a quienes utilizan como esclavas sexuales y los segundos son obligados a formar parte de su ejército.
El contexto que involucra esta masacre es muy particular. La RDC es el tercer país más grande de África, tiene una población de 66 millones de habitantes con un ingreso de 300 dólares (uno de los más bajos del mundo), cuenta con vastos recursos naturales de donde sobre salen el uranio, elemento indispensable para la producción de energía nuclear y/o armas y el cobalto, un mineral de alta resistencia que es utilizado para producir aparatos electrónicos. Se encuentra en el corazón del continente y comparte la problemática de los grupos subversivos con cuatro países: la República Centroafricana, Sudán, Burundi y Uganda.
La realidad es que la RDC no ha logrado una estabilidad política significativa desde su independencia en 1960 de Bélgica. Aquel país ha sufrido de dictadores que gobiernan como soberanos y hacen de su voluntad una ley nacional.
Actualmente la ONU tiene desplegadas fuerzas de paz sobre el territorio congolés, desafortunadamente éstas protegen a las zonas más aglomeradas, por lo que los pequeños poblados quedan desprotegidos en la inmensidad del territorio de aquel país. Incluso de acuerdo con la Naciones Unidas entre 2008 y 2009 los insurgentes mataron a 1200 personas y secuestraron a 1400, de los cuales 630 eran niños y más de 400 mujeres.
¿Qué pensaría el gran libertador ghanés Kwame Nkrumah del África actual, de las masacres por los territorios, por los recursos, o por las disputas étnicas?; ¿Algún día África será un continente que no responda a los intereses de las potencias extranjeras (que no se preocupan en realidad por ellos) para velar por un continente integrado y fuerte?
Ante la situación no hay lugar para cabildeo o ejercicios diplomáticos, en este país no hay estado de derecho, la comunidad internacional tiene la responsabilidad de presionar al gobierno, a los africanos y sus líderes, para intervenir con toda la fuerza de la ley y ponerle fin a estos actos lamentables.
Es deplorable como un grupo disidente puede corromperse al grado de eliminar toda trasgresión de humanidad, de dignidad, de respeto. Es deplorable como la vida humana se devalúa en algunos países, como ocurren estas masacres que rebasan el salvajismo y que se orquestan en una locura de sufrimiento que jamás traerá paz. Una guerra librada con tanta sangre, con odios infundados y resentimientos permanentes jamás traerá un estado de paz para ningún pueblo.
Sin duda alguna falta voluntad política para mitigar este penoso mal de la humanidad. No es suficiente la unión de los gobiernos del rectángulo centroafricano (Sudan, RDC, República Centroafricana y Uganda) para dar solución al problema, sino que será necesaria toda la fuerza de la Unión Africana, de la ONU y de los tribunales internacionales para castigar a los líderes de estos grupos subversivos y darle de buena vez al pueblo congolés y sus etnias la garantía de una vida sin incertidumbre; con libertades y derechos y de una muerte digna y respetable, alejada cualquier forma de excesivo sufrimiento e injustica irracional.
© Ignacio Pareja Amador, publicado en:
El imparcial, Oaxaca, Oax. 30 de marzo 2010. (Otro penoso episodio para África).
Imagen Poblana. Puebla, Pue. 30 de marzo de 2010.
Pueblo Guerrero, Chilpancingo Gro. 31 de marzo de 2010.
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