¿Cuáles son los elementos que
impulsan a que las sociedades avancen en materia de lo que se conoce como
desarrollo? Esta pregunta parece ser una de las incógnitas más difíciles de responder
entre quienes se ocupan de la formulación de planes y programas, que pretenden
hacer de nuestros países, lugares más justos e igualitarios, donde las cosas
funcionen en automático, sin la artificial presión que muchas veces los
gobiernos inyectan para aparentar avances.
Pareciera que existe un abismo entre
aquellos Estados que han logrado alcanzar altos estándares de calidad de vida y
aquellos que no han podido superar la pobreza y la desigualdad; problemas que
son percibidos como males endémicos que condenarán a generaciones enteras a
vivir con lo mínimo, e incluso a acostumbrarse a pensar que existe “un orden
natural” donde pocos dominan y muchos están condenados a ser seguidores.
Es difícil pensar que las
sociedades de aquellos Estados en proceso de desarrollo lograran superar los
problemas que se perciben como inmensos o insuperables, que alcanzaran niveles
dignos en materia de vivienda, educación, salario, empleo, seguridad, incluso
justicia e igualdad.
La fórmula tradicional para
atender estos problemas ha sido brindarle apoyos y subvenciones a aquellas
familias que no cuentan con las condiciones mínimas de bienestar. Como una
reacción a la tendencia por “contabilizar” la calidad de vida, los gobiernos
han tratado de impactar directamente en las variables de los indicadores de
bienestar: se provee de servicios de agua, electricidad y piso firme, que son
justamente tres componentes importantes de la ecuación de la pobreza. Además se
brindan incentivos económicos para que las personas con menores recursos puedan
hacer frente a los colosales retos de “sacar adelante a su familia”, en
contextos sociales que reproducen esquemas vinculados a la pobreza como la
criminalidad y la violencia.
Sin embargo, en esta
concentración excesiva por impactar directamente en los indicadores de
bienestar, se olvida que el empoderamiento del individuo es igual de importante
que la promoción de las transformaciones de las comunidades. Uno de los papeles
fundamentales del Estado es justamente crear los escenarios para que los
individuos logren desarrollar sus potenciales, con el fin de que sean ellos
mismos quienes impulsen una mejora sustancial en la calidad de vida de sus
familias.
El empoderamiento del individuo
tiene una importancia particular en la realidad contemporánea, ya que puede
fungir como un acelerador de desarrollo si se utiliza como herramienta de
posicionamiento en el entorno de la globalización. Se puede decir que el mundo
se ha compactado, como consecuencia del acortamiento de las distancias
geográficas, y como resultado de los avances en materia de comunicación e
información. Sin embargo, también se puede decir que el mundo es más complejo,
debido al carácter multidisciplinario de las dinámicas que acontecen entre
distintos actores.
Es cada vez más frecuente que
los individuos de distintas naciones se relacionen en términos personales,
académicos, en materia de negocios o simplemente compartan las expresiones
culturales que les brindan identidad.
Esta complejidad hace
imprescindible que se atienda al individuo más allá de la satisfacción de sus
necesidades más básicas, debido a que su participación en esquemas
internacionales, puede condicionarse por el acceso que éste tenga de las
herramientas para “comunicarse” con el mundo y sacar ventajas de la
globalización.
Ante la difícil situación que
tienen los Estados para la promoción del desarrollo es indispensable que se
tomen en cuenta esquemas distintos para atender problemas tradicionales. El
Estado, que siempre cuenta con recursos limitados, debe priorizar su
presupuesto, cuidando siempre la excelencia en sus obras públicas, debe ser
congruente con la manera en la que ejerce el gasto, buscando que solamente
aquellas iniciativas con alto impacto social se conviertan en políticas
publicas, pero sobre todo, debe ser inteligente, entendiendo que el mundo
avanza a una velocidad sin precedentes, en donde ya no es suficiente cumplir
con lo básico, pues en el lenguaje de la globalización es determinante el
empoderamiento del individuo.
© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Noviembre 2014
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