martes, 25 de noviembre de 2014

Reflexiones sobre el desarrollo

¿Cuáles son los elementos que impulsan a que las sociedades avancen en materia de lo que se conoce como desarrollo? Esta pregunta parece ser una de las incógnitas más difíciles de responder entre quienes se ocupan de la formulación de planes y programas, que pretenden hacer de nuestros países, lugares más justos e igualitarios, donde las cosas funcionen en automático, sin la artificial presión que muchas veces los gobiernos inyectan para aparentar avances.
Pareciera que existe un abismo entre aquellos Estados que han logrado alcanzar altos estándares de calidad de vida y aquellos que no han podido superar la pobreza y la desigualdad; problemas que son percibidos como males endémicos que condenarán a generaciones enteras a vivir con lo mínimo, e incluso a acostumbrarse a pensar que existe “un orden natural” donde pocos dominan y muchos están condenados a ser seguidores.
Es difícil pensar que las sociedades de aquellos Estados en proceso de desarrollo lograran superar los problemas que se perciben como inmensos o insuperables, que alcanzaran niveles dignos en materia de vivienda, educación, salario, empleo, seguridad, incluso justicia e igualdad.
La fórmula tradicional para atender estos problemas ha sido brindarle apoyos y subvenciones a aquellas familias que no cuentan con las condiciones mínimas de bienestar. Como una reacción a la tendencia por “contabilizar” la calidad de vida, los gobiernos han tratado de impactar directamente en las variables de los indicadores de bienestar: se provee de servicios de agua, electricidad y piso firme, que son justamente tres componentes importantes de la ecuación de la pobreza. Además se brindan incentivos económicos para que las personas con menores recursos puedan hacer frente a los colosales retos de “sacar adelante a su familia”, en contextos sociales que reproducen esquemas vinculados a la pobreza como la criminalidad y la violencia.
Sin embargo, en esta concentración excesiva por impactar directamente en los indicadores de bienestar, se olvida que el empoderamiento del individuo es igual de importante que la promoción de las transformaciones de las comunidades. Uno de los papeles fundamentales del Estado es justamente crear los escenarios para que los individuos logren desarrollar sus potenciales, con el fin de que sean ellos mismos quienes impulsen una mejora sustancial en la calidad de vida de sus familias.
El empoderamiento del individuo tiene una importancia particular en la realidad contemporánea, ya que puede fungir como un acelerador de desarrollo si se utiliza como herramienta de posicionamiento en el entorno de la globalización. Se puede decir que el mundo se ha compactado, como consecuencia del acortamiento de las distancias geográficas, y como resultado de los avances en materia de comunicación e información. Sin embargo, también se puede decir que el mundo es más complejo, debido al carácter multidisciplinario de las dinámicas que acontecen entre distintos actores.
Es cada vez más frecuente que los individuos de distintas naciones se relacionen en términos personales, académicos, en materia de negocios o simplemente compartan las expresiones culturales que les brindan identidad.
Esta complejidad hace imprescindible que se atienda al individuo más allá de la satisfacción de sus necesidades más básicas, debido a que su participación en esquemas internacionales, puede condicionarse por el acceso que éste tenga de las herramientas para “comunicarse” con el mundo y sacar ventajas de la globalización.

Ante la difícil situación que tienen los Estados para la promoción del desarrollo es indispensable que se tomen en cuenta esquemas distintos para atender problemas tradicionales. El Estado, que siempre cuenta con recursos limitados, debe priorizar su presupuesto, cuidando siempre la excelencia en sus obras públicas, debe ser congruente con la manera en la que ejerce el gasto, buscando que solamente aquellas iniciativas con alto impacto social se conviertan en políticas publicas, pero sobre todo, debe ser inteligente, entendiendo que el mundo avanza a una velocidad sin precedentes, en donde ya no es suficiente cumplir con lo básico, pues en el lenguaje de la globalización es determinante el empoderamiento del individuo.

© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Noviembre 2014

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