Pareciera que
mucho se pierde y poco se gana en el cambio generacional. Las grandes lecciones
de la historia difícilmente quedan como pensamientos arraigados cuando los
intereses de unos buscan sobreponerse a los de las mayorías: Es este oscurantismo
intergeneracional el factor que impulsa a que se repitan hechos lamentables.
Es común escuchar
que hay pueblos que carecen de memoria, que la única manera de adquirir
conocimiento es mediante la experiencia, que las lecciones más valiosas de la
vida son aquellas que se sufren, porque la mera observación de las cicatrices
es factor decisorio para recordar aquello que nos lastimó, y por tanto que dejo
una huella en nuestra vida.
También es más
probable que se comentan atrocidades en poblaciones menos educadas, o por lo
menos la culpa puede ser menor cuando los individuos carecen de una conciencia
valorativa, que les permita calcular las consecuencias de sus actos. Un peligro
que puede afectar a cualquier nación, siendo que la decisión individual de
actuar de manera inhumana, puede estar motivada por un fuerte incentivo
económico, que se nutre igualmente de la debilidad de los sistemas que imparten
justica (los mecanismos que evitan que luchemos todos contra todos), o en su
defecto, de las barreras que nos caracterizan como seres racionales, sensibles
y morales.
Ante las crisis,
la respuesta más sencilla e inmediata es siempre la indignación y el
sobresalto, pero de nada sirve si no viene acompañada de un cambio verdadero
que permee en la conciencia y se haga un elemento intrínseco del individuo.
Hay que tomar en
cuenta que el estado más probable de las cosas es la entropía; es el desorden;
es la anarquía. Podemos decir que la gobernanza, como un sistema de reglas que
guían el actuar de un grupo de individuos haciéndolos participes en las
decisiones, es una de las fuerzas que impide que las sociedades se vuelvan
caóticas, o parafraseando a Hobbes, que evita que las personas se enfrenten entre
sí defendiendo su interés particular, cuando las sociedades alcanzan mejores
niveles de desarrollo cuando se acuerda un interés colectivo.
La confianza en
este tenor se hace imprescindible. Aquellas sociedades en las que los
individuos tienen mayor confianza entre sus miembros, suelen tener menores
costos de transacción en sus interacciones, suelen tener menos mecanismos de
control que regulen sus conductas y por tanto priorizan en el empoderamiento
del individuo y su criterio. Logran que acciones de control menor sean
suficientes para que la población decida no romper las reglas ante la amenaza
de la sanción o el castigo, pero aún más
importante ante el respeto que se tiene por los derechos de los demás.
No se puede
sobrevivir sin instituciones porque ellas representan este interés colectivo.
Tampoco se pueden esperar cambios trascendentales si no se refundan los
principios y facultades de las mismas. Sin embargo, se debe de tener siempre en
cuenta que son los individuos, solo algunos, los que dan rostro a las
instituciones, los que las gobiernan cuando triunfan o fallan en su cometido.
El Estado es una
ficción cuya función básica es procurar la sana convivencia de aquellos
individuos, que por fortuna o decisión, se encuentran dentro de su demarcación
geográfica. Los límites del Estado están en la voluntad de los individuos que temporalmente
asumen su control. Si éstos se someten al sistema de reglas socialmente
aceptado, que pueden ser desde disposiciones legales hasta normas de conducta o
códigos morales, el individuo común sabrá que el sistema es justo, porque nadie
está por encima de la ley. De lo contrario, el individuo, que es el centro
tanto del sistema político como del aparato administrativo de la democracia,
tendrá mayores incentivos para quebrantar la ley.
Las grandes
revoluciones de la historia no han triunfado por el uso de la fuerza, sino por
lo persuasivo que puede ser una idea. No ha habido una revolución exitosa que
haya logrado cambiar de la noche a la mañana todos los sistemas que gobiernan
en el actuar del individuo. Los grandes cambios precisan grandiosos procesos,
donde en primer lugar se deben aceptar las responsabilidades de todos los
actores del poder, para posteriormente estar a la altura de una negoción con la
población.
Sin embargo, se
debe tener en cuenta que hay males que serán imposibles de erradicar si el
incentivo para actuar de forma negativa es mayor a la recompensa de no hacerlo;
si los individuos que comenten actos de barbarie no son reintegrados a la
sociedad; si sobrevive la semilla del odio exacerbado a las instituciones; si
se reacciona violentamente en el corto plazo sin reflexionar las causas más
directas de los problemas.
La lección no es
otra que convencer tanto a las mayorías como a las minorías que vivir en paz,
es mejor incentivo que vivir con más en la ilegalidad, puntualizando que
aquellos que elijan el camino contrario, se toparán con el castigo de la
institución, pero más importante con la exclusión de las mayorías.
© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios
informativos en Latinoamérica. Noviembre 2014
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