La única variable que controla
el individuo es su esfuerzo. Se ha vuelto una practica común que los ciudadanos
culpemos a nuestros gobiernos por la gran mayoría de males que aquejan a
nuestros Estados. Se cree erróneamente que nuestros lideres tienen capacidades
suficientes para hacer frente a los complejos problemas de las sociedades en el
siglo XXI.
Lejos de lo que pudiera
pensarse, esta no es una situación particular de los países en desarrollo, sino
que es una tendencia global de las democracias modernas, debido, sobre todo, a
que la sociedad avanza a una velocidad superior a la que opera normalmente la respuesta
política.
Una de las razones que explican
la lentitud del sistema político para atender, o en su defecto prevenir las
demandas sociales, es la politización de los temas de interés general, esto es,
el excesivo ejercicio del calculo político para sacar ventaja de problemas o
crisis que afectan a los ciudadanos. Esta practica explica en parte, el
desinterés del individuo por participar durante las elecciones, y la exigencia
de éste para abrir nuevos canales de participación, que propicien mayor
eficacia y legitimidad en las políticas publicas.
La eficacia puede lograrse
mediante la invitación de expertos y autoridades académicas que no solo
conozcan del tema, sino que cuenten con la autoridad moral para brindar
propuestas que velen por el interés general y no por el político.
La legitimidad se adquiere
invitando a que la sociedad se informe de manera sencilla y cuente con canales
para dialogar con su gobierno.
Sin embargo, éstos son
escenarios de difícil creación, pues requieren que los grupos políticos cedan
espacios, y por tanto poder, a los expertos y a los ciudadanos, compartiendo de
esta manera la responsabilidad del gobierno.
Se debe tomar en cuenta también
que en democracia es sumamente complicado que prevalezca una idea de país a
largo plazo, lo cual es positivo en el sentido de que se puede evitar el
autoritarismo de un modelo o ideología, pero ello implica retos sumamente
complejos.
Uno de ellos es la dolorosa
aceptación de que los ciudadanos tienen cierta complicidad en los elementos
entrópicos del sistema, tales como la corrupción, el nepotismo, el trafico de
influencias, la impunidad, etc. ya sea por omisión o por participación directa.
Hemos dejado que el sistema
sobrepase en importancia nuestro sentido de comunidad y las buenas intenciones
hacia nuestros países. Esto es, nos aferramos a la idea de que un individuo con
buenos propósitos no puede ser capaz de modificar aquellas practicas que se han
popularizado y que describen los excesos de los actores políticos.
Creemos que el sistema es
determinante y que los individuos no podemos influir en él, una posición
pesimista que aleja a los justos de la política y alienta a los corruptos a
seguir ejerciendo practicas alejadas del bien común. Nos centramos en la
critica, sin revisar detenidamente la viabilidad de nuestras demandas, sin
conocer las facultades de los ordenes de gobierno, sin evaluar objetivamente el
papel de las autoridades.
Nos olvidamos que en democracia
el actor determinante es el ciudadano, que el sistema puede transformarse en la
medida en la que cambiemos nuestras practicas cotidianas. Que difícilmente un
gobierno corrupto podrá gobernar a una sociedad con valores que sepa como
hacerse escuchar.
Los ciudadanos tenemos amplias
responsabilidades en el destino de nuestras naciones, ya que idealmente
nuestras demandas representan el origen fundamental de las políticas publicas;
nuestra revisión y observancia puede ser una efectiva herramienta de control
para nuestros gobiernos; mientras que nuestro seguimiento y evaluación
determinan la permanencia o el cambio de los actores políticos.
Sin embargo, nuestra
responsabilidad va más allá del rol que tenemos con los asuntos del poder y del
gobierno. Cada individuo es responsable de sus actos y de sus elecciones. En la
medida en la que estas elecciones propicien su desarrollo, los países avanzaran
hacia mejores escenarios.
El Estado tiene la facultad de
crear las condiciones (de paz y gobernabilidad) para que el individuo pueda
ejercer estas elecciones de manera racional, esto es buscando maximizar sus
beneficios, pero sus atribuciones están sumamente limitadas, ya sea por las
capacidades de los gobernantes, la inmensa influencia política en los gobiernos
o la complejidad del sistema social.
En este tenor, la tarea del
ciudadano consiste en cambiar su perspectiva para transformar aquellos elementos
que afectan al sistema; participar en aquellos temas que le afectan o en los
que puede aportar conocimiento o experiencia; actuar como si viviera en un país
de reglas y orden, todo ello, con el fin de que su cambio individual se
convierta verdaderamente en la fuente de transformación del sistema.
© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos
periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Diciembre 2014
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