martes, 23 de septiembre de 2014

Reflexiones sobre la guerra

En el sistema internacional gobierna solamente la anarquía. Este es el argumento sobre el que se sostiene el paradigma que domina la política internacional contemporánea, el realismo. Tanto los países industrializados como las naciones emergentes se preparan constantemente para sobresalir en cualquiera de los elementos que definen al poder en la arena internacional.
Esta competencia tiende a concentrarse en las esferas económica y política principalmente, porque ningún Estado con poder económico o con alianzas estratégicas puede ser una presa fácil ante las inminentes intenciones de las grandes potencias por hacerse de mayor poder e influencia.
Es justamente esta sensación de desconfianza la que impide a los Estados convivir en escenarios de paz, convirtiendo a esta meta global en un objetivo prácticamente inalcanzable.
Mientras más inseguros se sientan los países respecto a las intenciones de sus vecinos, enemigos o incluso alidos, menos probable es que sus líderes se comprometan a construir una paz duradera y sostenible.
Si a esta perspectiva se le incluye que uno de los efectos de la globalización ha sido la radicalización de la idea de nación o de sus elementos de identidad: religión, idioma, costumbres, etnicidad, etc., podemos apreciar que el mundo corre un riesgo sin presentes, donde las cualitativas más dogmáticas de las civilizaciones pueden permear fácilmente las fronteras territoriales, rebasando con ello la capacidad de los Estados para solucionar estos conflictos. 
Por otro lado, la multipolaridad del sistema internacional, que se pensó sería la fuente de una gobernabilidad democrática efectiva, en vez de generar soluciones plurales, se encuentra frenada por la multiplicidad de intereses nacionales, que no logran ponerse de acuerdo para brindar soluciones legítimas a los grandes problemas del mundo.
Nuevos actores con intereses cada vez más radicales ponen en riesgo la paz y tranquilidad de comunidades enteras. Estos grupos se camuflan bajo la bandera del fundamentalismo religioso, motivando a sus militantes a vengar la “trágica historia de sus pueblos” omitiendo que las represarías no serán jamás instrumentos espirituales de ningún dios, pues tienen como base la defensa de un argumento tan humano como el interés particular.
El terrorismo es una plaga que prevalecerá en tanto la idea de opresores y oprimidos no se erradique. Es un malestar que responde a una realidad política, que no tiene ninguna intención por mejorar las condiciones de vida de las comunidades, sino simplemente busca generar contrapesos en la balanza de poder de ciertos actores.
Pareciera entonces que quienes buscan este poder, aquellas elites políticas y económicas que dominan a los pueblos, saben manejar perfectamente el lenguaje de las diferencias para tomar ventaja de ellas en su beneficio. Lo que el colectivo no percibe, es que su odio o rencor hacia la etnia X o la nación de Y, es un insumo histórico que mantiene a caudillos en el poder, pues les permite construir el objetivo común que une a los pueblos.
Quien ha apoyado o apoya a la guerra sin tener algún interés político o económico detrás de ella, desconoce que ésta es la expresión humana más antidemocrática e injusta que existe, pues le sustrae al ciudadano la libertad para decidir qué es lo mejor para él/ella y los suyos, convirtiéndolo en un simple peón cuyo valor es simbólico e intercambiable.
Las guerras en realidad se construyen sobre los argumentos de los pueblos y las naciones, pero están lejos de ser un elemento de la voluntad individual, pues está más que comprobado que es posible la fraterna convivencia entre individuos de etnias o naciones “enemigas”, si se tiene la capacidad de ubicar al pasado en su sitio, en un ejercicio de gran dificultad, pero de mayor significancia para construir una verdadera ciudadanía global.
La clave para llegar a este escenario toma su fuerza de una palabra: reconciliación. Sin embargo, este es un concepto amorfo que va ligado a la experiencia vivencial de los individuos, y a su capacidad para perdonar con base en una sabiduría especial, que es tan escasa que parece incierta.
Sin embargo, pese a que pareciera que la paz en plenitud difícilmente podrá alcanzarse entre los seres humanos, pues el círculo de la desconfianza entre las naciones se incrementa conforme lo hacen la concentración económica y los bienes políticos, hay personas que creemos que no todo está perdido y que la principal transformación comienza de lo particular a lo general, del individuo hacia su nación o Estado.
Aunque suene idealista, que lo es, la principal contribución que podemos hacerle a nuestra civilización radica en el cambio de nuestra perspectiva individual. El mundo es un libro gigantesco que espera con ansia a que lo descubramos, en el momento que lo hagamos nos daremos cuenta que no somos tan distintos, que las diferencias realmente nos enriquecen porque nos permiten ver con otro lente al mundo. Cuando ello suceda, ya no habrá más espacio en nuestra mente para pensar en guerras.

© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Septiembre 2014



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