martes, 2 de septiembre de 2014

Construyamos una comunidad global

Para mucha personas es sumamente difícil entender el entorno internacional que vivimos de forma cotidiana. Un escenario donde están siempre presentes los enfrentamientos directos e indirectos entre las civilizaciones o las grandes potencias; donde los países pequeños tienen una incidencia menor en los conflictos, pero son siempre los más afectados; y donde la paz se convierte en un objetivo cada vez más lejano, pese a que es una de las grandes metas de la comunidad mundial.
Esta situación obliga a los ciudadanos del mundo a preguntarnos, si las diferencias culturales de las personas son suficientes para que países o regiones enteras entren en conflicto entre sí, con el único fin de demostrar su superioridad en X o Y rubro; ¿Acaso las diferencias culturales pueden ser argumentos válidos para que dos o más civilizaciones comiencen una guerra?
Evalúelo usted estimado lector, que ha sido testigo directo e indirecto de los extensos movimientos migratorios mundiales, que ha visto la desnacionalización de las razas, que cree que el ser humano, independientemente de su origen, cuenta con derechos intrínsecos que lo deberían acompañar siempre, en cualquier lugar en donde se encuentre.
En los países que se consideran multiculturales, que han recibido volúmenes importantes de personas provenientes de diferentes rincones del planeta, las diferencias representan una ventaja, pues la pluralidad de ideas tiende a enriquecerse con la diversidad del brebaje cultural de una sociedad, siempre y cuando ésta cuente con efectivos canales de convivencia donde la supremacía sea siempre la ley.
Las diferencias culturales en un ambiente global pueden considerarse parte de una riqueza única, que abre la posibilidad a que los individuos se conozcan, para que intercambien mensajes cargados de cientos de años de historia, con el fin de decidir el camino que desean tomar.
En pocas palabras, la diversidad se convierte en una cualidad de la libertad, en la que el individuo decide sobre las tradiciones y costumbres que desee seguir, considerando que el elemento más positivo de las grandes civilizaciones del planeta es la convivencia pacífica.
Desafortunadamente, la perspectiva que gobierna la dimensión intelectual e ideológica de los líderes mundiales es el realismo. Un paradigma que considera que el entorno internacional es anárquico, esto es, que no puede existir una gobernanza o autoridad a nivel global que tenga la fuerza suficiente para instituir un orden normativo, que derogue o disminuya la posibilidad del conflicto.
Al contrario, el paradigma del realismo sostiene que en la arena internacional los países están en constante preparación para la guerra: invierten una alta proporción de sus presupuestos en sus ejércitos, se alían con empresas y centros de investigación para el desarrollo de armamento más efectivo y eficiente, se unen en bloques para reforzar su interdependencia militar, y finalmente, negocian entre ellos los resultados o beneficios de los conflictos regionales.
En este sentido, lo que se puede interpretar es que los principales “focos rojos”, llámese Palestina, Ucrania, Siria, Irak, Sudan, etc., son en realidad disputas del poder entre líderes, no entre personas. Es así que la población es representada, para estos maestros del ajedrez global, como simples –peones- que sufren las catastróficas consecuencias de las guerras, mientras que sus “lideres” sobreexplotan la soberanía que les otorga de buena fe el pueblo, sin pensar realmente en lo que necesitan quienes guardan en su conjunto el único valor legitimo para hablar en nombre de una nación o un estado.
Sin embargo, el problema no se centra simplemente en las diferencias entre las civilizaciones; pues -los odios añejos- de la historia tienen a disminuir su influencia en la sociedad conforme pasan las generaciones. El problema está en el aparato mercantil que sostiene al paradigma del realismo.
Como en un círculo vicioso los Estados se militarizan y se alían estratégicamente, generando un aparato económico que gana fuerza conforme avanzan las tensiones, y que solo puede aceitarse mediante el uso de las armas. Esta es una industria que representa miles de millones de dólares y otros tantos miles de empleos, e intereses entre quienes han visto en la destrucción un fructífero negocio.
Aunque suene redundante, lo único capaz de vencer al beneficio económico en la globalización es el beneficio económico. La única manera de romper con el paradigma realista de nuestros líderes es convenciéndolos que la cooperación es más lucrativa que la guerra, que el libre comercio puede ser una opción de ganar-ganar para los actores implicados (vendedores y compradores), que las diferencias nos hacen mejores, porque nos invitan a tomar en cuenta un mayor abanico de posibilidades.
El cambio también está en los ciudadanos, quienes poseemos unidos la soberanía y legitimidad del Estado; quienes organizados podemos condenar las acciones de los gobiernos que no nos representan; quienes queremos vivir en paz. La gran riqueza de nuestro tiempo radica en la oportunidad que tenemos para conocernos entre las civilizaciones del mundo, tomemos esta coyuntura como un medio para guardar al pasado en su sitio y vivir en armonía como una verdadera comunidad global.


© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Septiembre 2014

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