lunes, 29 de septiembre de 2014

La otra invasión

El poder se ejerce de distintas formas, pero siempre con el mismo propósito: dominar, o en términos más diplomáticos, desarrollar la capacidad para que un actor “B” haga lo que “A” le encomienda, incluso sin tener deseos de ello.
El escenario internacional proporciona diversas muestras sobre cómo los grandes poderes luchan entre sí por el control económico, político, social o incluso cultural en las regiones del mundo.
Está por ejemplo el caso de Ucrania, donde Rusia demostró su efectivo poder político y militar al incorporar a su territorio a la península de Crimea. Para la “buena fortuna” de los estrategas rusos, la comunidad mundial se olvidó rápidamente de Crimea, pues enfocó su atención en el Este Ucraniano, donde grupos paramilitares pro-rusos se han encargado de poner en jaque la estabilidad de aquel país.
Otro ejemplo es la desproporcionada guerra entre EE.UU. y sus aliados en contra del llamado -Estado Islámico-, el cual había sido “subestimado” por los norteamericanos, que igualmente “sobrestimaron” la capacidad del gobierno iraquí para hacerles frente.
En este caso, EE.UU. ha logrado aliar a más de sesenta países (incluyendo diversos Estados árabes) para combatir a este grupo radical cuyos territorios dominados traspasan la frontera de Irak con Siria.
Estos eventos nos demuestran lo desproporcionado que puede ser el ejercicio del poder, pero también dan testimonio de la importancia que le brindan los actores tradicionales (Estados) a las acciones los “nuevos” actores en el escenario internacional.
En este reflector mundial ya se había comentado las drásticas transformaciones que ha experimentado el poder en el siglo XXI. Como lo comenta Moisés Naím en su libro “El fin del poder […]”, en el escenario actual de las relaciones internacionales el poder es más fácil de adquirir, pero también más difícil de mantener; los poderes tradicionales cuentan con menos margen de maniobra en comparación con sus predecesores; y la sociedad civil ha ampliado sus redes de contacto, adquiriendo expertise en distintas ramas del conocimiento que pueden poner en jaque el equilibrio del Estado.
Un ejemplo claro de este escenario son las manifestaciones que han acontecido en los últimos días en Hong Kong, donde la sociedad civil demanda que en las elecciones de 2017 se permita un voto directo y libre, esto es, sin la imposición de candidatos por parte de Beijing.
Pese a que el caso de Hong Kong puede considerarse como un tema particular, debido a que es gobernado desde China continental bajo el principio de “un país, dos sistemas”, es evidente que el gobierno chino tiene preocupación por la atenuante exigencia de mayores libertades políticas para los ciudadanos de aquella demarcación, sobre todo porque otros territorios como Taiwán seguirán con lupa el proceso, por tratarse de un tema que impacta directamente la política de “Una sola China”.
Sin embargo, contrario a lo que ocurre en los países en desarrollo, donde la democracia se vendió como un modelo multifuncional que traería mejoras sustantivas en la calidad de vida de la población (objetivo que no se ha logrado), en Hong Kong, no se puede hablar de una ineficiencia del Estado, al contrario, sus estadísticas lo ubican en mejor posición incluso que muchos países desarrollados.
Tiene un PIB per capita de 52,700 dólares, el 15 más alto del mundo. La esperanza de vida de su población es de 82.7 años, la sexta más alta en el planeta. Cuenta con una mortalidad infantil de 2.7 defunciones por cada 1000 nacimientos, la octava más baja (CIA Factbook).
De esta forma, se puede apreciar que la demanda por una democracia directa no es consecuencia de la ineficacia estatal, sino que representa la valoración que la sociedad le brinda hoy a la libertad política. Una apreciación que puede estar motivada en varios factores: la herencia británica de la excolonia, el cuestionamiento de su educada sociedad respecto a su forma de gobierno, la invasión mediática de un “modelo de gobierno de corte occidental” (que es la fruta prohibida del Estado chino), o todas las anteriores.
Los tres casos expuestos en esta columna tienen algo en común: son ejemplos de cómo se ejerce el poder en nuestros días; destacan el papel de nuevos actores y la respuesta tradicional de los viejos dueños del poder. Los tres representan muestras claras de una invasión, que es la forma en la que el poder amplía sus dominios.
De estas incursiones, la que tendrá mayor probabilidad de éxito será la que permee en la conciencia de las masas, estableciéndose como una meta loable para la población. Al final de cuentas, la invasión más efectiva es siempre aquella que siembra la semilla del cambio en la mente de los individuos.

Fuente de datos estadísticos: The World Factbook


© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Septiembre 2014

martes, 23 de septiembre de 2014

Reflexiones sobre la guerra

En el sistema internacional gobierna solamente la anarquía. Este es el argumento sobre el que se sostiene el paradigma que domina la política internacional contemporánea, el realismo. Tanto los países industrializados como las naciones emergentes se preparan constantemente para sobresalir en cualquiera de los elementos que definen al poder en la arena internacional.
Esta competencia tiende a concentrarse en las esferas económica y política principalmente, porque ningún Estado con poder económico o con alianzas estratégicas puede ser una presa fácil ante las inminentes intenciones de las grandes potencias por hacerse de mayor poder e influencia.
Es justamente esta sensación de desconfianza la que impide a los Estados convivir en escenarios de paz, convirtiendo a esta meta global en un objetivo prácticamente inalcanzable.
Mientras más inseguros se sientan los países respecto a las intenciones de sus vecinos, enemigos o incluso alidos, menos probable es que sus líderes se comprometan a construir una paz duradera y sostenible.
Si a esta perspectiva se le incluye que uno de los efectos de la globalización ha sido la radicalización de la idea de nación o de sus elementos de identidad: religión, idioma, costumbres, etnicidad, etc., podemos apreciar que el mundo corre un riesgo sin presentes, donde las cualitativas más dogmáticas de las civilizaciones pueden permear fácilmente las fronteras territoriales, rebasando con ello la capacidad de los Estados para solucionar estos conflictos. 
Por otro lado, la multipolaridad del sistema internacional, que se pensó sería la fuente de una gobernabilidad democrática efectiva, en vez de generar soluciones plurales, se encuentra frenada por la multiplicidad de intereses nacionales, que no logran ponerse de acuerdo para brindar soluciones legítimas a los grandes problemas del mundo.
Nuevos actores con intereses cada vez más radicales ponen en riesgo la paz y tranquilidad de comunidades enteras. Estos grupos se camuflan bajo la bandera del fundamentalismo religioso, motivando a sus militantes a vengar la “trágica historia de sus pueblos” omitiendo que las represarías no serán jamás instrumentos espirituales de ningún dios, pues tienen como base la defensa de un argumento tan humano como el interés particular.
El terrorismo es una plaga que prevalecerá en tanto la idea de opresores y oprimidos no se erradique. Es un malestar que responde a una realidad política, que no tiene ninguna intención por mejorar las condiciones de vida de las comunidades, sino simplemente busca generar contrapesos en la balanza de poder de ciertos actores.
Pareciera entonces que quienes buscan este poder, aquellas elites políticas y económicas que dominan a los pueblos, saben manejar perfectamente el lenguaje de las diferencias para tomar ventaja de ellas en su beneficio. Lo que el colectivo no percibe, es que su odio o rencor hacia la etnia X o la nación de Y, es un insumo histórico que mantiene a caudillos en el poder, pues les permite construir el objetivo común que une a los pueblos.
Quien ha apoyado o apoya a la guerra sin tener algún interés político o económico detrás de ella, desconoce que ésta es la expresión humana más antidemocrática e injusta que existe, pues le sustrae al ciudadano la libertad para decidir qué es lo mejor para él/ella y los suyos, convirtiéndolo en un simple peón cuyo valor es simbólico e intercambiable.
Las guerras en realidad se construyen sobre los argumentos de los pueblos y las naciones, pero están lejos de ser un elemento de la voluntad individual, pues está más que comprobado que es posible la fraterna convivencia entre individuos de etnias o naciones “enemigas”, si se tiene la capacidad de ubicar al pasado en su sitio, en un ejercicio de gran dificultad, pero de mayor significancia para construir una verdadera ciudadanía global.
La clave para llegar a este escenario toma su fuerza de una palabra: reconciliación. Sin embargo, este es un concepto amorfo que va ligado a la experiencia vivencial de los individuos, y a su capacidad para perdonar con base en una sabiduría especial, que es tan escasa que parece incierta.
Sin embargo, pese a que pareciera que la paz en plenitud difícilmente podrá alcanzarse entre los seres humanos, pues el círculo de la desconfianza entre las naciones se incrementa conforme lo hacen la concentración económica y los bienes políticos, hay personas que creemos que no todo está perdido y que la principal transformación comienza de lo particular a lo general, del individuo hacia su nación o Estado.
Aunque suene idealista, que lo es, la principal contribución que podemos hacerle a nuestra civilización radica en el cambio de nuestra perspectiva individual. El mundo es un libro gigantesco que espera con ansia a que lo descubramos, en el momento que lo hagamos nos daremos cuenta que no somos tan distintos, que las diferencias realmente nos enriquecen porque nos permiten ver con otro lente al mundo. Cuando ello suceda, ya no habrá más espacio en nuestra mente para pensar en guerras.

© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Septiembre 2014



lunes, 22 de septiembre de 2014

Democracia en América Latina



La participación ciudadana en la vida pública es un requisito elemental para alcanzar una gobernanza democrática. Hay dos momentos elementales en los que el ciudadano puede participar en el destino de sus naciones: durante las elecciones y cuando se ejerce el poder, esto es, en el periodo que comprende a los gobiernos.
Ambos momentos están fuertemente relacionados entre sí: si un ciudadano no participa en las elecciones, difícilmente lo hará en el gobierno que de éstas emane, y, si un ciudadano no confía en su gobierno o en las instituciones democráticas, difícilmente lo hará durante el periodo electoral.
La última medición referente a los progresos democráticos en la región latinoamericana, el Informe 2013 del “Latinobarómetro”,  señala que han habido importantes avances en esta materia en América Latina, pues la ciudadanía latinoamericana reconoce sus derechos y los ejerce en voz de sus manifestaciones populares.
Sin embargo, este reconocimiento no es congruente con el ejercicio de su obligación cívica para participar en las elecciones, ello como consecuencia de los grandes retos que no han superado las instituciones democráticas como: la desigualdad, la corrupción y en algunos casos la inseguridad.
Hablar de una región tan heterogénea como la Latinoamericana no es sencillo, sobre todo cuando se cubre el aspecto político, donde yacen las mayores divergencias. Sin embargo, como lo afirma el informe del Latinobarómetro, se puede distinguir entre dos américas latinas; una que crece y disfruta y otra que es simplemente espectadora de este crecimiento, sin experimentarlo.
De los 18 países que se tomaron en cuenta para esta medición realizada entre 1995 y 2013, en 11 hubo un aumento al apoyo a la democracia, donde sobresalen los casos de Venezuela y Ecuador. Cada uno de estos países tiene características propias que pueden considerarse sintomáticas en el  aumento en este rubro. Por ejemplo, para el caso de Venezuela, este incremento puede explicarse debido a la efectividad con la que el “chavismo” ha logrado generar una sensación de inclusión en su población, pese a que existen importantísimas asignaturas pendientes en aquel país como la libertad de prensa y el hostigamiento a la oposición.
En el caso de Ecuador, la figura del presidente Correa ha sido muy importante, pues significó un cambio en la elite gobernante de aquel país. Los logros económicos de Ecuador le han permitido también combatir de forma efectiva las desigualdades, lo que desemboca en una mejora en la percepción social. Vale la pena comentar a este respecto, la ambiciosa estrategia educativa de este gobierno, que cuenta con uno de los más amplios sistemas de becas internacionales en América Latina.
El problema con Ecuador es que no existe un equilibro de poderes, sino que la figura presidencial domina al legislativo y al judicial, debilitando la imagen del gobierno en el entorno internacional.
En este tenor, es importante mencionar que el estudio del Latinobarómetro se basa en la percepción de la democracia como una experiencia vivencial de los ciudadanos, lo que no implica que los encuestados relacionen directamente el término con la estructura normativa e institucional de la misma. Esto explica por qué países como Venezuela o Ecuador, cuya imagen internacional está alejada de los valores democráticos, sean justamente los que encabezan la medición.
Por otro lado, en 7 de los 18 Estados medidos disminuyó el apoyo de la población a la democracia. De éstos sobresalen 2 países: Costa Rica y México. En el primer caso puede observarse un cambio drástico en uno de los gobiernos que gozaban de una buena aceptación de la democracia en la década de los noventa, la cual pasó de 80% en 1996 a 53% en 2013, representando una caída de 27 puntos.
En México, se observa una caída de 12 puntos, ya que en 1995 el 49% de la población apoyaba la democracia, mientras que en 2013 tan solo 37% lo manifestó. El caso de México es particular porque es el único país de América Latina donde la transición a la democracia ha tenido como resultado un efecto negativo de la ciudadanía hacia esta forma de gobierno.
Este reporte subraya que es posible que las causas que explican esta situación puedan ubicarse en las condiciones coyunturales del país (violencia y narcotráfico) que demandan salidas más allá de lo político, para volver a escenarios de paz que se vivieron en décadas pasadas.
Otra revelación importante del estudio muestra una correlación entre la desigualdad y la falta de apoyo al sistema democrático, en pocas palabras, la gente que no participa en la democracia es aquella que no se siente incluida, un dato que debiera alarmar a los arquitectos del sistema democrático latinoamericano, ya que genera argumentos sustanciales para aquellos que no creen en este sistema y que buscan desestabilizarlo a toda costa.
La democracia latinoamericana aún tiene grandes retos por superar, de ellos el más importante es involucrar a la ciudadanía en las decisiones de la vida pública. La gran ventaja de la democracia radica en los escenarios de participación e inclusión de ideas que pueda generar, mientras que la capacidad para procurar gobiernos efectivos depende directamente de las cualidades de los gobernantes, no de su sistema de elección.

© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Septiembre 2014

domingo, 14 de septiembre de 2014

Cacaluta, el paraíso de la discordia

Quedan pocos lugares en el mundo que pueden considerarse paraísos naturales respetados por la ambición económica del ser humano. La Bahía de Cacaluta, en la costa de Oaxaca es uno de ellos. Quienes hemos tenido la dicha de visitarla podemos constatar que es un edén natural de gran riqueza, cuyo valor es incalculable.
De acuerdo con el estudio “Análisis territorial de la micro-cuenca y bahía del río Cacalauta, Santa María Huatulco, Oaxaca” realizado por investigadores de la Universidad del Mar (UMAR), la zona de la Bahía de Cacaluta presenta distintas características de gran valor medioambiental, pues alberga una cantidad importante de especies animales y vegetales, además de tener una función primordial para el equilibrio ecológico de la vida marina.
En este estudio publicado en 2006, los investigadores Verónica Gómez, Manuel Domínguez y Tomás González expusieron que la zona tiene prácticamente 300 días de sol al año, con escasas precipitaciones, lo que sumado a su belleza estética, genera un escenario potencial en el que pueden entrar en conflicto diversos intereses, como resultado de las variadas actividades que pueden realizarse en aquella área.
En 2008, el Fondo Nacional de Fomento al Turismo (FONATUR) emprendió un programa para “Renacer Huatulco” como un importante destino turístico nacional e internacional. De entre las medidas que contempló el plan de aquel gobierno federal, estaba la promoción a la inversión privada para construir en Cacaluta y otros lugares, diversos complejos turísticos.
Este hecho tuvo reacciones negativas en varios sectores de la población local, en diversas organizaciones de la sociedad civil e incluso entre los investigadores de la UMAR, que advirtieron, con evidencia científica, sobre al enorme daño ecológico que derivaría la construcción de infraestructura turística en la zona.
Se unieron a la defensa de Cacaluta diversos personajes del mundo de las artes; pintores, escritores, actores, así como también activistas de índole político, que lograron colegiar sus objetivos para emitir en conjunto una carta al ejecutivo federal, para que se proteja el área que corresponde a la micro-cuenca, bahía e isla de Cacaluta.
Diversos legisladores se sumaron a la iniciativa, pidiendo de forma protocolaria a la Secretaria de Turismo y a FONATUR renunciar a sus intenciones de construcción en la zona.
Tanto el argumento de los activistas como de los legisladores tomó como referencia una serie de tratados internaciones firmados por México que protegen el área desde hace poco más de diez años, razón que blindaría jurídicamente a Cacaluta.  
Sin embargo, FONATUR aún sigue promocionando a Cacaluta entre sus destinos de inversión. Incluso afirma que existe la capacidad para albergar un campo de golf, construir 2 hoteles con capacidad total de más de 1,900 cuartos, etc. Hasta el momento, los enormes esfuerzos de intelectuales, activistas, artistas, etc. no han dado los resultados esperados, pero la defensa sigue adelante.  
Quizás la audiencia a la que se busca llegar no fue del todo la indicada. Si bien los distintos movimientos que defienden Cacaluta han logrado acercar el tema en medios locales, nacionales e incluso internacionales, hoy en día es cada vez más difícil, ante lo fragmentado de las audiencias, posicionar un tema particular en la agenda mediática.
Además, la estrategia de lobbying se ha centrado solamente en la persona del ejecutivo federal y en sus dependientes; la Secretaría de Turismo y FONATUR principalmente. En este tenor, el principal actor o el agente al que se debe buscar influir no es precisamente el presidente de la República por dos razones sencillas: tiene demasiados temas en su agenda y, asignarle la responsabilidad de resolución de éste representaría un tedioso centralismo en el manejo del poder, que es contrario a la existencia de organizaciones responsables de sus funciones.
Quizás una estrategia con mayor dirección sería persuadir al órgano de gobierno de FONATUR, el Consejo Técnico, el cual se compone de siete miembros con nombre y apellido, que provienen de las siguientes instituciones: SHCP (2 miembros), SEDESOL, ST, BM, SCT y SEMARNAT.
Como puede verse, en dicho Consejo cuatro de los siete miembros se preocupan por el tema del dinero, uno solo por la actividad turística, uno por el desarrollo social y uno por el cuidado del medio ambiente. Si hoy votaran el destino de Cacaluta o de cualquier otro destino turístico el resultado sería predecible.
Desde este reflector mundial nos sumamos a la defensa de Cacaluta, nos unimos a la intención de preservar el valor intangible de los recursos naturales, que hacen de México un referente internacional. Hoy en día, la dinámica del poder ha cambiado dotándonos de nuevas oportunidades a los actores no tradicionales, quienes unidos podemos ser el contrapeso que nuestro país necesita, para equilibrar la balanza en favor del interés de las mayorías. Hagámoslo estratégicamente.

Dedico esta colaboración a la memoria del Doctor Juan Manuel Domínguez Licona “el Doctor Licona”, ferviente defensor de Cacaluta y uno de mis grandes maestros en la UMAR.  

© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Septiembre 2014



martes, 2 de septiembre de 2014

Construyamos una comunidad global

Para mucha personas es sumamente difícil entender el entorno internacional que vivimos de forma cotidiana. Un escenario donde están siempre presentes los enfrentamientos directos e indirectos entre las civilizaciones o las grandes potencias; donde los países pequeños tienen una incidencia menor en los conflictos, pero son siempre los más afectados; y donde la paz se convierte en un objetivo cada vez más lejano, pese a que es una de las grandes metas de la comunidad mundial.
Esta situación obliga a los ciudadanos del mundo a preguntarnos, si las diferencias culturales de las personas son suficientes para que países o regiones enteras entren en conflicto entre sí, con el único fin de demostrar su superioridad en X o Y rubro; ¿Acaso las diferencias culturales pueden ser argumentos válidos para que dos o más civilizaciones comiencen una guerra?
Evalúelo usted estimado lector, que ha sido testigo directo e indirecto de los extensos movimientos migratorios mundiales, que ha visto la desnacionalización de las razas, que cree que el ser humano, independientemente de su origen, cuenta con derechos intrínsecos que lo deberían acompañar siempre, en cualquier lugar en donde se encuentre.
En los países que se consideran multiculturales, que han recibido volúmenes importantes de personas provenientes de diferentes rincones del planeta, las diferencias representan una ventaja, pues la pluralidad de ideas tiende a enriquecerse con la diversidad del brebaje cultural de una sociedad, siempre y cuando ésta cuente con efectivos canales de convivencia donde la supremacía sea siempre la ley.
Las diferencias culturales en un ambiente global pueden considerarse parte de una riqueza única, que abre la posibilidad a que los individuos se conozcan, para que intercambien mensajes cargados de cientos de años de historia, con el fin de decidir el camino que desean tomar.
En pocas palabras, la diversidad se convierte en una cualidad de la libertad, en la que el individuo decide sobre las tradiciones y costumbres que desee seguir, considerando que el elemento más positivo de las grandes civilizaciones del planeta es la convivencia pacífica.
Desafortunadamente, la perspectiva que gobierna la dimensión intelectual e ideológica de los líderes mundiales es el realismo. Un paradigma que considera que el entorno internacional es anárquico, esto es, que no puede existir una gobernanza o autoridad a nivel global que tenga la fuerza suficiente para instituir un orden normativo, que derogue o disminuya la posibilidad del conflicto.
Al contrario, el paradigma del realismo sostiene que en la arena internacional los países están en constante preparación para la guerra: invierten una alta proporción de sus presupuestos en sus ejércitos, se alían con empresas y centros de investigación para el desarrollo de armamento más efectivo y eficiente, se unen en bloques para reforzar su interdependencia militar, y finalmente, negocian entre ellos los resultados o beneficios de los conflictos regionales.
En este sentido, lo que se puede interpretar es que los principales “focos rojos”, llámese Palestina, Ucrania, Siria, Irak, Sudan, etc., son en realidad disputas del poder entre líderes, no entre personas. Es así que la población es representada, para estos maestros del ajedrez global, como simples –peones- que sufren las catastróficas consecuencias de las guerras, mientras que sus “lideres” sobreexplotan la soberanía que les otorga de buena fe el pueblo, sin pensar realmente en lo que necesitan quienes guardan en su conjunto el único valor legitimo para hablar en nombre de una nación o un estado.
Sin embargo, el problema no se centra simplemente en las diferencias entre las civilizaciones; pues -los odios añejos- de la historia tienen a disminuir su influencia en la sociedad conforme pasan las generaciones. El problema está en el aparato mercantil que sostiene al paradigma del realismo.
Como en un círculo vicioso los Estados se militarizan y se alían estratégicamente, generando un aparato económico que gana fuerza conforme avanzan las tensiones, y que solo puede aceitarse mediante el uso de las armas. Esta es una industria que representa miles de millones de dólares y otros tantos miles de empleos, e intereses entre quienes han visto en la destrucción un fructífero negocio.
Aunque suene redundante, lo único capaz de vencer al beneficio económico en la globalización es el beneficio económico. La única manera de romper con el paradigma realista de nuestros líderes es convenciéndolos que la cooperación es más lucrativa que la guerra, que el libre comercio puede ser una opción de ganar-ganar para los actores implicados (vendedores y compradores), que las diferencias nos hacen mejores, porque nos invitan a tomar en cuenta un mayor abanico de posibilidades.
El cambio también está en los ciudadanos, quienes poseemos unidos la soberanía y legitimidad del Estado; quienes organizados podemos condenar las acciones de los gobiernos que no nos representan; quienes queremos vivir en paz. La gran riqueza de nuestro tiempo radica en la oportunidad que tenemos para conocernos entre las civilizaciones del mundo, tomemos esta coyuntura como un medio para guardar al pasado en su sitio y vivir en armonía como una verdadera comunidad global.


© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Septiembre 2014