Es una tarde de domingo en Melbourne, la temperatura ronda los 12 grados
Celsius y como cada semana un grupo de personas se reúnen en el Princes Park para realizar la actividad
deportiva que más les apasiona. Son las tres de la tarde y conforme pasan los
minutos más gente comienza a llegar.
Se reúne un grupo grande, de alrededor de 36, que portan playeras claras
y oscuras, como si por regla natural hubiera un acuerdo tácito para la
distribución de los equipos. Se deciden tres encuentros con seis equipos. La
cancha es de criquet, pero el deporte
que ahí se practica está lejos de ser un encuentro de esta herencia inglesa.
Tampoco se juega el deporte nacional de Australia, el llamado footy, que es un juego interesante por
el despliegue de energía, fortaleza y estrategia que lo distinguen, pero que es
desconocido entre quienes prefieren divertirse con un algo más tradicional.
El área de juego se delimita con las maletas, sudaderas y mochilas de
los participantes, que logran coordinarse para construir una figura lejana a un
rectángulo, pero útil para albergar a 12 jugadores, cuyo número seguirá
creciendo, hasta que la cancha llegue a un límite donde penosamente tendrá que
negarse la entrada de más personas. En este juego informal el que madruga
juega, el que no espera, pero mientras tanto se puede aprovechar el tiempo para
restirar y trotar alrededor de la cancha, pues siempre hay alguien con algún
pendiente que deja el lugar antes de que concluya el partido.
Los jugadores que se reúnen al encuentro deportivo son multinacionales.
Hay personas de China, Indonesia, Pakistán, Letonia, Francia, Nigeria, Colombia,
Perú, Chile, Uruguay, México y por supuesto australianos. No se distingue en el
género, todos están invitados, al final del día es un juego casual.
No hay un leguaje oficial para el encuentro, los distintos acentos
dificultan que se pueda ejercer a plenitud el inglés, sin embargo, se percibe
un ambiente de orden: hay reglas, fueras, tiros de esquina, faltas, manos, etc.
El juego se llama fútbol, o soccer
como se le conoce en la cultura anglosajona, y es hoy por hoy el deporte más practicado
en el planeta.
Quienes han tenido la fortuna de jugar un encuentro amistoso más allá de
sus fronteras pueden constatar que no se necesita hablar una lengua en
particular para socializar con el fútbol, solo se requiere de una pelota, una
cancha y la actitud para disfrutar del momento, para compartir aquello que durante
el tiempo de juego es el elemento más preciado para cualquier futbolista…el
balón, para confiar en tu compañero sin siquiera conocerlo, y constatar, sin
decir una palabra, si hay buena química para la amistad, o en su defecto, lo
mejor es cambiarse de casaca para hacer frente a un digno rival.
Quienes han anotado un golazo; hecho un reguilete; una finta; una
barrida; una serie de pases de ensueño, o a quienes la fortuna les ha jugado en
contra y han cometido un penal; fallado un gol clarísimo; o han marcado en su
propia portería, saben que más allá del enfrentamiento el fútbol es una forma
de convivencia con el mundo. Es un deporte democrático que no distingue clases
sociales o diferencias culturales, donde no se tocan los temas políticos o
religiosos, donde el respeto se gana con talento y se pierde a causa de la
deshonestidad. Es un deporte sin mentiras, pero con muchas perspectivas y
ángulos sobre la verdad.
Desde un personalísimo punto de vista es el deporte más hermoso del planeta.
Nótese que me refiero al fútbol en su esencia, al juego de conjunto donde
muchas cabezas pueden coordinarse para pensar como uno solo, donde cada gol se
celebra como un logro de grupo y las derrotas no se juzgan nunca de manera
individual, pues aunque cada jugador se desenvuelve acorde a la responsabilidad de su posición, un buen equipo
está siempre unido para bien o para mal.
Cuando hablo de fútbol me refiero solamente a la acción deportiva, pues
hay otras perspectivas, muy válidas por cierto, que se enfocan a la actividad
del entretenimiento que deriva de este deporte, que hablan de organizaciones
corruptas, del opio del pueblo, de cortinas de humo, de estadios de oro y
pobreza en las calles, de reformas, de mafias y apuestas, de tráfico de influencias,
de modelos de consumo insostenibles, etc., etc.
No desestimo que muchos de los argumentos son ciertos y que en estas
sospechas hay un tanto de verdad. Pero esta colaboración no trata del millonario
negocio de quienes ven al fútbol como un entretenimiento, un símbolo de
identidad nacional o un distractor de masas, sino que ha pretendido centrarse
en algunos aspectos positivos que este gran deporte puede dejarle a quien lo
practique y decida utilizarlo como una poderosa bandera para hacer amigos o un
eficaz lenguaje para comunicarse con el mundo.
© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos
periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Junio 2014.
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