Con el auge de la democracia como el sistema político de mayor
aceptación en los países occidentales han surgido diversas preocupaciones entre
quienes detentan del poder y entre quienes buscan tener a los mejores
gobernantes. Dichas inquietudes se enfocan en las características que deben de
poseer quienes son responsables, gracias a la voluntad popular, del destino de nuestras
naciones.
Existe un número considerable de literatura respecto a las cualidades
que debe tener un líder, donde sobresale el hecho de que hay lideres naturales
que tienen la capacidad de controlar a un grupo determinado de personas para
alcanzar sus objetivos, sin tener una preparación al respecto, pero también hay
líderes que se han formado gracias a la necesidad, a la experiencia, pero sobre
todo al contexto. Sin embargo, independientemente de los diversos volúmenes que
se han escrito sobre el tema, la mayor cualidad de un líder, en cualquier ramo,
es su capacidad para influir en el actuar de quienes lo rodean.
Si queremos verlo de una manera sencilla podemos tratar de clasificar a
los distintos líderes de la historia de acuerdo a las aportaciones que le han
brindado a la humanidad, o en su defecto, debido a los graves actos que han
afectado a la esencia del ser humano. Al final de cuentas en el liderazgo
existe una dualidad positiva y negativa, donde los seguidores efectúan ciegamente
órdenes que se les encomiendan o por el contrario deciden desobedecer lo que
juzgan está en contra de sus principios y valores.
Se pueden citar diversos ejemplos en la historia contemporánea de la
humanidad como el de aquella Alemania nazi cuya sociedad estuvo enferma de
racismo, o aquella China de Mao que puso al Estado por encima de cualquier
institución milenaria, impulsando a un partido político que hoy en día sigue
gobernando al país más poblado del mundo.
Ejemplos como los anteriores dan muestra de lo riesgoso que puede ser para
la humanidad en su conjunto tener sociedades serviles que no cuestionen a sus
líderes, pues los actos de estos últimos pueden traer consecuencias indeseables
para naciones enteras.
Afortunadamente en los países de América Latina tenemos sociedades que
cuestionan a sus gobiernos, que tienen un ímpetu por el debate público y que
difícilmente serán pueblos al servicio de los intereses de unos cuantos. Sin
embargo, esta energía política es pocas veces ejercida en los momentos
estratégicos que cambian el destino de las naciones, pues somos una región
desinteresada en el ejercicio electoral, donde el voto es un derecho y no una
obligación.
Pero este desinterés por la democracia no es un asunto exclusivo de los
países latinoamericanos, en otros países como por ejemplo Australia, donde el
voto es obligatorio, el desinterés del ciudadano por los asuntos públicos es
palpable. De acuerdo con la Encuesta Anual del Instituto Lowy apenas un 42% de
los australianos jóvenes (18 a 29 años) está de acuerdo con tener un sistema
democrático sobre los otros sistemas de gobierno, poco más de 30% preferirían
tener un gobierno no democrático, mientras que al 19% no le interesa la clase
de gobierno que tengan.
Donde se puede encontrar una fuerte coincidencia es en el perfil del
líder que se demanda tanto en las sociedades de los países desarrollados como
en aquellas que habitan los países en desarrollo como los latinoamericanos. En
ambas sociedades se busca que el líder sea una persona que tenga objetivos
claros sobre hacia a dónde puede llevar al país, de acuerdo a las capacidades del
mismo.
Aquel que desee presidir un Estado en el siglo XXI debe ser un líder que
entienda que el mundo está en constante transformación, y que ello implica que debe
gobernar tanto para quienes defienden las ideas tradicionales, como para
quienes son los portavoces del cambio.
En países con sociedades modernas solo los proyectos que tienen por
interés una meta mayor que lo individual logran popularizarse para sobrevivir,
de manera que aquel individuo que desee trascender en el ejercicio público debe
de contar con una extensa capacidad de persecución, que le permita interactuar
con la ciudadanía por diversos medios, desde la atención personal hasta a
través de las redes sociales.
El líder del cambio no puede estar atado a una ideología, porque el
dirigir las riendas de un país es una labor que implica pragmatismo, coaliciones,
pensamiento estratégico, pero sobre todo negociación con otros líderes, tanto
internos como internacionales, ya que su razón de ser son las alianzas y la
flexibilidad de las mismas es parte de la ecuación que le provee de estabilidad.
El mundo está evolucionando a pasos agigantados, por lo que es
preponderante que quienes aspiran o tienen alguna posición de poder entiendan
la complejidad de estos cambios para actuar en consecuencia, pues el mejor
líder es siempre el mejor aprendiz.
© Ignacio Pareja Amador, publicado en
diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Junio 2014.
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