lunes, 11 de enero de 2010

La perla del desierto

La semana pasada se inauguró formalmente la torre más alta del mundo, el Burj Dubai o Burj Jalifa, el cual rebasa los ochocientos metros de longitud y ha dejado en claro que para superar esta altura, los ingenieros del mundo tendrán que pensar en nuevas estrategias de construcción y necesitaran de muchísimo capital para lograr esta empresa.
Para el espectador ordinario este acontecimiento resulta “normal”, pues de manera cotidiana notamos que los “extremos” rompen records en distintas ramas, pero si vamos más allá, si observamos de manera más profunda y compleja nos daremos cuenta que el Burj Dubai tiene un mensaje más completo.
A primera vista, aquel rascacielos, que puede ser visible a 95 km de distancia, es el símbolo de la apuesta del Emirato de Dubái, el cual busca hacer de su mayor ciudad y capital, un importante centro turístico, propio de los más acaudalados del mundo árabe, amigable con Occidente y con los ricos asiáticos (sus mayores socios comerciales por supuesto). Por ello no es novedad observar que aquella edificación fuera construida sobre una isla artificial, que aglomera departamentos, piscinas, oficinas, helipuertos y un hotel de lujo.
Dubái es la segunda ciudad en importancia de los Emiratos Árabes Unidos, una federación de siete Estados árabes que se formó a principios de 1970, cuando pudieron establecer una coalición que les permitiera independizarse de Reino Unido, país que los dominó por poco más de cien años.
Pocos occidentales lo saben, pero aquel país de la península arábiga es uno de los Estados con mayor PIB per capita en el mundo, razón por la cual sus 4.6 millones de habitantes gozan de unos $44,600 dólares (cuatro veces lo que tenemos los mexicanos en promedio). Aquello es gracias a su principal recurso de exportación: el petróleo, mismo que envían principalmente a Japón, Corea del Sur y la India (uno de sus principales proveedores de mano de obra junto con Irán y Pakistán).
Emiratos Árabes Unidos es el cuarto exportador mundial de petróleo, sólo por debajo de Arabia Saudita, Rusia e Irán (nuestro país es el décimo exportando poco más de la mitad de lo que envía el país árabe).
Lo que hace interesante el caso de este pequeño país con recursos bastos en cuestión de energéticos, pero totalmente pobre en otros recursos como los hídricos o de producción agrícola (pues sólo el 1% de su territorio es apto para ser cultivado obligándolo a importar la mayoría de alimentos que consume) es su estrategia de desarrollo a mediano y largo plazo.
Hasta antes de 1960 aquellos Emiratos subsistían de actividades tan rudimentarias como la pesca, la cría de camellos y la extracción de perlas en las costas del Golfo Pérsico.
Después en la década de los setenta, con el descubrimiento de los yacimientos petroleros (los principales situados en Abu Dabi y Dubái), aquella pobre región casi inhabitable por las condiciones desérticas de su entorno, se convirtió en un imán de migrantes provenientes de países árabes y de Pakistán, la India e Irán, es por ello que sólo el 30% de la población del país se compone por “nativos” mientras que la mayoría (56%) provienen de distintas etnias árabes.
Los gobernantes de los siete Emiratos no se volvieron locos con la gran riqueza que el petróleo les brindó, si no que decidieron orientar su estrategia a largo plazo en el desarrollo de nuevas actividades económicas, que les permitieran deslindarse de la dependencia del que era su único recurso de explotación: los hidrocarburos.
Por ello eligieron invertir sus ganancias en el desarrollo de trascendentes ciudades como Abu Dabi, que se convertiría en un importante centro financiero internacional y Dubái, un cosmopolita centro turístico para clientes con alto poder adquisitivo.
Hoy en día aquel país, que no cuenta con más de cuarenta años de existencia, tiene ciudades con altos estándares de vida (donde habitan poco más del ochenta y cinco por ciento de su población), el gobierno apuesta por crear empleos, abrirle las puertas a las inversiones extranjeras y ha logrado exitosamente la diversificación de su economía, de manera que los ingresos del petróleo sólo representan el 25% del PIB, ¡vaya logro!
México puede aprender de los éxitos y experiencias de países como éste, donde un proyecto de Estado fue seguido por cada uno de los Emiratos de forma coordinada para crear un país fuerte, con una economía diversificada y dinámica que busca ser el centro financiero de Medio Oriente (por donde circulan muchos miles de millones de petro-dólares) y un importante centro turístico para el mundo entero.
Para lograr esta planificación, Emiratos Árabes Unidos, un país altamente conservador (96% de sus habitantes son musulmanes), tuvo que orientar parte de las ganancias del petróleo a la creación de nuevas actividades económicas, alejarse de conflictos regionales en la mayor zona de conflictos a nivel mundial, contratar personal extranjero altamente capacitado, abrirle las puertas a los desarrollos tecnológicos contemporáneos, pero sobre todo, tuvo que invertir en infraestructura y aliarse con el sector privado para construir polos de desarrollo que les permitirán mejorar su posición, ante la oleada inminente de globalización que vivimos en el mundo entero.
Esperemos que este ejemplo nos permita a los mexicanos replantear la estrategia de desarrollo a largo plazo (si es que tenemos una) o por lo menos formular una menos difusa y discontinua, es una realidad tangible el hecho de que la clave del desarrollo de muchas naciones ha estado en la planeación a largo plazo y en la continuidad de las estrategias, este es un buen momento para la reflexión.

Comentarios y contacto: ignacio_pareja@yahoo.com.mx

© Ignacio Pareja Amador, publicado en el periódico "El Imparcial". Oaxaca, México. 11 de enero, 2010






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