martes, 21 de octubre de 2014

El país del incendio

Había una vez un bosque que se estaba quemando. Todos los animales huían de la terrible escena, cuando de pronto un oso se encuentra con un colibrí que volaba hacia el incendio, acarreando de un lago cercano la poca agua que le cabía en el pico para tratar de mitigarlo. El oso le cuestionó la efectividad de su buena intención, era imposible que con esa ínfima cantidad de agua pudiera extinguir llamas de esas magnitudes, a lo que el colibrí le respondió que él sabía que no podría resolver el problema, pero que estaba cumpliendo con su parte.
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Tres grandes problemas en México (la pobreza, la corrupción y la inseguridad) han encontrado una terrible consecuencia común; han creado un incendio, revelando una vez más la ineficacia del estado para cumplir con sus funciones más básicas, pero también la crisis de valores en las que se encuentran diversos sectores de la sociedad mexicana.
La falta de gobernanza se hace evidente cuando los grandes retos de un país coinciden en eventos particulares, que dan muestras del desgaste de las instituciones y la urgencia de reformas de fondo, de carácter intelectual e ideológico que permeen en todos los actores del Estado. 
En México, dicha coincidencia de eventos afecta directamente a dos instituciones que han experimentado desde hace varios años una fuerte carencia de credibilidad con respecto a la sociedad mexicana: los partidos políticos y la policía.
De acuerdo con el Barómetro Global de Corrupción 2013 elaborado por Transparencia Internacional, 9 de cada 10 mexicanos perciben que tanto los partidos políticos como la policía son instituciones altamente corruptas (las dos con mayores niveles de corrupción en la medición).  
Otros estudios como la Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas 2012 (ENCUP) y la Encuesta Nacional en Viviendas 2012 “México: confianza en Instituciones” de Consulta Mitofsky (CM) reafirman la falta de confianza de los ciudadanos hacia las instituciones mencionadas. De acuerdo a la ENCUP los mexicanos califican (en escala del 1 al 10) con 4.4 a los partidos políticos y con 4.3 a la policía. Mientras que en el estudio de CM los partidos políticos tienen una calificación de 6.0 y la policía de 5.9, ambos también en los últimos lugares de la medición. 
Dichas instituciones son pilares de la democracia de cualquier país. Si su imagen se ve afectada, como consecuencias de su falta de sometimiento al sistema de reglas aceptadas (gobernanza), se compromete la estabilidad del Estado. Ello puede generar desastrosas consecuencias si la población decide tomar el control, desconociendo a las instituciones tradicionales del poder público.
Para el caso de la policía el cambio que se pudiese exigir debe ser vertical: de arriba hacia abajo. Es indispensable limpiar su imagen mediante el diseño de mejores esquemas de operación, donde el elemento en activo cuente con mayor discrecionalidad, que le permita seguir sus códigos de conducta, siempre en apego a la protección del ciudadano.
En el caso de los partidos políticos, el tema es más complejo, pues tienen que ganarse la confianza de la población, mediante la “inspección” efectiva de sus militantes.
En este tenor, me parecen peligrosas ciertas posiciones de algunos líderes políticos que afirman que “incluso los partidos políticos están acorralados”, que no tienen capacidad de decisión, que están entre la espada y la pared, son osos que huyen del incendio.  
Esta posición es riesgosa no por el hecho de que se “victimice” a los partidos como actores que no pueden hacer frente a un mal manejable, sino porque es poco inteligente. Los partidos políticos deben ser expertos en el manejo del poder; deben ser responsables de sí mismos, deben tener capacidades superiores más allá de la simple competencia electoral.
El hecho de que se victimicen buscando empatía de la población no los hace más cercanos a la ciudadanía, sino más ineficaces. Para el ciudadano es difícil pensar que las instituciones que contaminan al sistema, quienes iniciaron el incendio, serán las mismas que resolverán este problema.
La tarea es más que complicada, pues se busca la cura dentro de la enfermedad, sin involucrar a los ciudadanos, que pueden ser los agentes que hagan la diferencia.
El grave incendio que está afectando a México no podrá resolverse mientras que los actores del poder no se responsabilicen por el actuar de sus organizaciones. La desconfianza a ciertas instituciones como los partidos políticos o la policía ha sido una constante a la que no se le ha dado una atención efectiva, evidenciando que la voz de la ciudadanía no genera respuestas entre los actores del poder.
La tarea de resolver los grandes problemas de México puede ser tan simple como escuchar las demandas de la población, más claro aún, brindar una respuesta a los temas que le interesa a la ciudadanía, usar los datos disponibles para implementar acciones.
Así de sencillo pero a la vez valiente debe ser el rol de todos los actores que intervienen en el Estado. Si cada actor cumpliera con su parte, se podría mitigar efectivamente el incendio, y aún más importante, evitar que ocurra de nuevo.


*Envío un especial agradecimiento a Esnelda Dárdano por compartirme la historia del colibrí y por comenzar el dialogo que motivó la realización de esta columna. 


© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Octubre 2014

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