La invasión más efectiva es siempre aquella que siembra
la semilla del cambio en la mente de los individuos. Esta es una máxima que ha
sido perfectamente entendida por aquellos líderes que buscan concretar sus
proyectos a largo plazo, basándose en una estructura inmaterial, que puede
tener efectos positivos o negativos para la humanidad, algo que podríamos
denominar el poder de una idea.
Ésta representa el arma más peligrosa con la que cuentan
los grupos radicales, que pretenden alcanzar sus objetivos políticos, sobre la
base de la intimidación y el miedo. Un ejemplo contemporáneo de ello es el
denominado “estado islámico” (EI), un grupo paramilitar que controla una amplia
área territorial entre Siria e Irak, donde viven según estimaciones
aproximadamente 8 millones de personas.
Este grupo o movimiento radical, se ha autodenominado
“estado islámico”, con el objetivo de obtener el apoyo de los Estados
musulmanes, sin embargo, hay que tener en claro que NO es un Estado, NI
representa los valores propios del Islam.
La aclaratoria es vital en estos días cuando las noticias
globales tienen mayor impacto mediático a nivel local, sobre todo porque se
debe tener presente que los enfrentamientos entre EE UU y sus aliados, en
contra de este particular grupo paramilitar, no representan en ninguna
proporción una guerra de Occidente contra el mundo islámico.
Las incursiones militares de EE UU en Afganistán (2001) e
Irak (2003), le han brindado al “estado islámico” el argumento necesario para
persuadir a un mayor número de personas e incrementar sus miembros, entre los
que se encuentran mayoritariamente jóvenes, que han crecido con una sensación
de ocupación por parte de las potencias de occidente.
El gran riesgo de este grupo paramilitar no son los
aproximadamente 30 mil militantes con los que se dice que cuentan, sino el
poder de influencia que puede alcanzar esta agrupación, que basa sus argumentos
en una interpretación inadecuada de la doctrina religiosa, reforzando
divisiones y resentimientos incluso entre los propios musulmanes; entre sunitas
y chiitas.
Sin lugar a dudas este radicalismo religioso y su
capacidad de persuasión entre los jóvenes de Siria e Irak, que representan un
20% de la población total de ambos países, serán parte de los retos que deberá
enfrentar la coalición de Occidente para hacer frente a este grupo. Contrario a
ello, hasta el momento la estrategia de EE UU se ha centrado simplemente en
atacar literalmente -desde el aire- a objetivos específicos, debido a que una
posible incursión por tierra requiere del apoyo de potencias regionales como
Irán y Turquía.
En este tenor, se puede decir que el tema de las alianzas
es sumamente complejo, pues éste no es un conflicto entre dos grupos en
específico (EE UU y aliados vs EI), sino que involucra a otros actores
importantes que no apoyan directamente a ninguna de las partes.
Está por ejemplo Irán, que es una de las grandes
potencias de medio oriente, y cuya población es mayoritariamente chiita, lo que
lo podría posicionar como un aliado natural de la coalición encabezada por EE
UU. Sin embargo, sus relaciones con este último están estancadas como
consecuencia de su polémico programa nuclear, además, su fuerte postura en
contra de Israel, le impide tener una mayor participación en el proyecto de pacificación
de la región.
Otro actor que podría tener un peso importante es el
gobierno sirio. Sin embargo, pese a ser enemigo del EI, ello no lo hace “amigo”
de Occidente, pues apenas hace un año fue acusado por EE UU y sus aliados de
utilizar armas químicas para atacar a los insurgentes, que se levantaron contra
el gobierno del actual presidente Bashar al-Asad.
Incluso, tan excluido está el gobierno de Damasco que el
anuncio de las incursiones militares de EE UU y sus aliados en el territorio
sirio les llego por correo, por medio de una carta entregada directamente por el
gobierno iraquí.
La construcción de alianzas con las potencias de la
región, como la ofensiva contra el avance de las ideas radicales, representan
dos retos enormes para que la coalición liderada por EE UU logre alcanzar sus
objetivos, que idealmente se asemejarían a la pacificación de la región.
Ambos retos implican más que una efectiva campaña
diplomática, el uso de una estrategia social e ideológica basada en la
reconciliación, el desarrollo, la tolerancia y la inclusión.
Al igual que las ideas, la memoria humana puede ser también
un arma peligrosa si se interpreta como una fuente para generar odio entre las
civilizaciones. Más aun sabiendo que en las contiendas no hay ganadores, y que los
rencores de los perdedores son el mejor incentivo para la guerra.
© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos
periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Octubre 2014
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