El mundo está cambiando a pasos agigantados. Muchos de estos cambios no
son percibidos por el grueso de la población y desafortunadamente no son
interpretados de manera adecuada por quienes toman decisiones en nuestros
Estados y países, quienes no han entendido que una de las mejores herramientas
para la transformación es la participación en el marco de un poder común.
Hace un año, el columnista internacional Moises Naim publicó un libro
que analiza justamente las grandes transformaciones del poder en el siglo XXI,
titulado “The end of Power” (El fin del poder) en el cual expuso cómo ha
cambiado la naturaleza del poder y su influencia en un mundo globalizado e hiperconectado.
El escenario que plantea Naim es complejo, ya que arguye que en el
presente siglo los poderes tradicionales verán reducida su influencia frente a
nuevos actores (pequeños y medianos) que tienen un mejor manejo de las
herramientas de la globalización, y por tanto una mayor capacidad de persuasión
e interacción con la población en general, que es el actor con mayor influencia
en las democracias, de forma que el poder ha adquirido una variable dicotómica
importante; es más fácil de obtener, pero mucho más difícil de conservar.
Hoy en día, vivimos en un escenario donde la sociedad civil es más crítica;
donde el ciudadano del siglo XXI está más interesado y enterado de lo que
ocurre más allá de sus fronteras. En estos momentos tenemos la mayor proporción
y volumen de jóvenes que se haya visto en la historia de la humanidad; es
también la generación más educada, más comunicada y con mayores redes.
En la actualidad, una persona vive en promedio más años, goza de mejores
niveles de salud, está más educada, cuenta con mayores ingresos y tiene más
tiempo libre para relacionarse con un mayor número de personas, lo que amplía
sus aspiraciones y por tanto sus niveles de preparación profesional.
Sin embargo, hay que reconocer que vivimos en la era de la distracción,
y que los distintos medios que nos permiten estar actualizados de los
acontecimientos del mundo, como el internet y las redes sociales, son también instrumentos
que pueden afectar nuestro rendimiento académico o profesional o en su defecto
hacernos cómplices pasivos de lo que ocurre en el mundo.
Las redes sociales por ejemplo, son útiles instrumentos de difusión para
las campañas mediáticas, pero están lejos de ser elementos de presión
determinantes para la resolución de un conflicto en particular: ¿Acaso un like en Facebook o un RT en Twitter contribuyen a la
resolución de un problema o son simplemente muestras de un activismo virtual
vacío?
Por otro lado, Moises Naim también expone en su descripción de los
cambios en el poder durante el siglo XXI, el reconocimiento de que el Estado
solo contribuye a la transformación social, mas no es un actor determinante de
la misma. Millones de ciudadanos en diversas partes del mundo democrático saben
que el poder estatal no es invulnerable, de forma que pueden identificar las
debilidades de las instituciones y en algunas ocasiones las embisten para
alcanzar sus metas.
Algunos grupos de presión aprovechan la debilidad del Estado para
alcanzar sus objetivos políticos aunque esto signifique afectar a la
ciudadanía, anteponiendo sus intereses particulares por encima de los
generales, revelando que el miedo al Estado represor ha sido superado por una
sensación de debilidad estatal, donde el único agente al que se le confía el
monopolio legítimo de la fuerza teme hacer uso de la misma, ya sea por
desconocimiento de la ley y las formas o por la falta de legitimidad con los
ciudadanos.
La lección a entender es sencilla: Es preponderante que se obedezca a un
poder común, que no tiene que ser el Estado, ni solamente la sociedad civil o
sus organizaciones, sino que puede ser representado por una figura reconocida
por todos los implicados, que bien puede llamarse bienestar, progreso,
desarrollo, civilidad, etc., pero que debe ser respetado tanto o más que la ley
escrita, como un poder superior.
¿Qué ocurre cuando no hay un poder común, cuando los principales actores
no entienden su rol social, cuando los nuevos actores pretenden mantener su
poder a cualquier costo sin importar el interés general? Se vive en un ambiente
de caos y anarquía.
La herramienta clave para solucionar o prever este escenario es la
participación, donde deben intervenir todos los actores involucrados: gobierno
y oposición, empresarios y sindicatos, ciudadanos y organizaciones, todos
dentro de un único marco común, el ya mencionado poder superior.
El reconocimiento de este poder es vital para construir escenarios de
bienestar, estabilidad y paz social, ya que la participación -como el internet
y las redes sociales- es una herramienta que puede potenciar la capacidad
colectiva del individuo al infinito. Sin embargo, participar en ausencia de un
poder común, constituye simplemente un acto de distracción, que refuerza las
enemistades, deslegitima a las instituciones y condena a quienes no han
entendido los grandes cambios del poder en el siglo XXI.
© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios
informativos en Latinoamérica. Agosto 2014
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