martes, 5 de agosto de 2014

El país de los condenados

Esta es la historia de un país inventado, donde casi nada funciona correctamente. Por más esfuerzos que hagan tanto los actores del poder como la población en general no se logran alcanzar los objetivos del progreso, una promesa desgastada entre las generaciones más añejas, pero que sigue vigente entre los jóvenes de pensamiento.
Es un país donde reinan la anarquía, la corrupción y la pobreza; donde ningún grupo juega el rol que le corresponde, pues se han importado todos los modelos funcionales para el desarrollo de un Estado, sin entenderlos. Tienen gobierno, leyes, partidos políticos, empresas, sindicatos, asociaciones, etc., pero no logran nunca alinear sus objetivos.
La pluralidad de actores, en vez de enriquecer las iniciativas nacionales, tiene secuestrado al país por los intereses de grupos particulares: de individuos con poder en el gobierno y en la oposición, de líderes sociales cuya visión es limitada e individualista, de empresarios que temen a la competencia y de una sociedad civil cansada de no ver resultados positivos.
En este lugar sobran las banderas sociales para comenzar un levantamiento, una manifestación, o cualquier acción de desobediencia civil en contra del gobierno, de forma que la pobreza de unos se traduce solamente en el malestar político de otros, pero nunca se atiende, haciendo evidente que la legitima defensa del desarrollo no es un elemento determinante para la transformación social, si contiene como fin funcional un elemento de presión política.
Es un país de apariencias y desentendimientos. En la ‘foto’ todo sale bien, pero en la realidad ningún actor ha comprendido lo que significa pertenecer a una nación, que no es otra cosa que formar parte de un equipo masivo para compartir un destino común. 
Los empresarios no comprenden los términos ‘productividad y competencia’ solamente entienden de ‘ganancias’ sin arriesgarse al enfrentamiento del mercado, ni pensar en el compromiso social con sus consumidores.
El gobierno es reaccionario, no previsor, espera que la agenda nacional se dicte de acuerdo a los acontecimientos que ‘tocan fondo’, con una filosofía lineal: primero lo urgente, después lo importante. No entiende la complejidad con la que se debe gobernar hoy en día, donde es necesario lidiar con todos los actores, ya que su trabajo más fundamental es asegurarse que nadie esté por encima de la ley.
La buena gobernanza involucra un equilibrio entre los actores, que solo se alcanza mediante la participación de los mismos en la construcción de los proyectos nacionales.
Los sindicatos, en vez de defender a los trabajadores y por tanto, ser aliados naturales de las masas, están coludidos por la voluntad política de algunos. Sus miembros difícilmente cuestionan las órdenes de sus dirigentes, pese a que éstas afectan directamente su dignidad humana e infringen sus derechos.
Sus líderes no entienden que la mejor manera de ganarse el apoyo popular y obtener la atención del gobierno, no es bloqueando calles, tomando plazas o destruyendo edificios públicos, sino que es necesario mostrar evidencia tangible que respalde la urgencia para la atención de sus demandas. Es exponer con datos duros y experiencias cualitativas el problema que buscan atender, así como dar a conocer su propuesta de solución, mediante canales transparentes y accesibles para la población interesada.
La sociedad civil, representada por organizaciones sin otro fin más que la transformación, actúa sin la venia del pueblo; sus legítimas causas son compartidas, pero no logran el involucramiento de las masas, ni mucho menos de los actores políticos, que solamente atienden con la lógica del voto o del beneficio económico. 
La población está fatigada. La desesperanza es un síndrome que afecta a quienes con pasión exigen un cambio y no ven traducida su energía política en ninguna transformación.
Los más radicales piden la desaparición de las instituciones del estado: una revolución, un levantamiento, ‘un borrón y cuenta nueva’, pues tienen razones para creer que la política y la institución gubernamental están fuertemente vinculados con la ‘mafia’ del poder. Una solución poco viable, impregnada de idealismo, demasiado lejana para una realidad compleja, interdependiente y global.
En nuestro país inventado no son tomadas en cuenta las ideas nuevas, no hay acuerdos, ni asociaciones estratégicas. Los jóvenes políticos solamente maduran las ideas de los malos gobernantes, retroalimentando al sistema con el mismo veneno que lo condenó a vivir dentro de un círculo vicioso: la intención personal, antepuesta al interés general.
No habrá final feliz en esta historia hasta que la enemistad entre los principales actores del poder sea superada. El no entender que un país, una nación o un Estado son un equipo que comparte un destino común, representa un error fatal, porque ninguna población puede desarrollarse en el conflicto.
Más allá de las fronteras hay otros que por voluntad u obligación, sí están jugando como equipo, sí reconocen un interés general, sí son congruentes con su rol como actores nacionales, situación que les genera una oportunidad indiscutible para aprovecharse de aquellos que viven en el país del caos, el estancamiento y el enfrentamiento constante.


© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Agosto 2014

No hay comentarios:

Publicar un comentario