El gran riesgo de efectuar una acción sin calcular los insumos
necesarios para completarla resulta la mayoría de las veces en un resultado
negativo, en un desperdicio de energía y lo más delicado en la desilusión de
quienes sienten simpatías hacia el proyecto.
En política ninguna acción desemboca en consecuencias evidentes, por lo
que quienes pretenden dirigir a un grupo en particular deben cuestionar todas
las variables de su ecuación, a sabiendas que en el lenguaje político ninguna
frase tiene el significado que aparenta, lo cual hace tan peligroso como un
misil a un enunciado inconcluso que puede ser completado por el mensaje que le
convenga a quien posee verdaderamente el poder.
Hace aproximadamente cuatro meses los lideres pro rusos del Este de
Ucrania interpretaron de forma errónea el mensaje que envió el presidente
Vladimir Putin, al apoyar la anexión de la Península de Crimea (21 de marzo) al
territorio de la Federación Rusa, con el argumento de que la mayoría de la
población de aquel territorio compartía lazos históricos con el país más grande
del mundo.
El mecanismo utilizado para legitimar dicha acción fue un referéndum en
el que se demostró que la mayoría de la población tenía la voluntad de formar
la República de Crimea, que sería parte de la gran Federación Rusa, que en ese
momento había ocupado la península bajo el argumento de brindar protección a
los habitantes del “tirano gobierno ucraniano”.
La respuesta internacional ante la anexión fue titubeante. Los países
occidentales liderados por EE UU emitieron diversas sanciones económicas en
contra de los empresarios más allegados a Putin, quien respondió con más
sanciones hacia algunos personajes cercanos al círculo más poderoso de
Washington.
El escenario no era menor, pues se hablaba del máximo nivel de tensión
entre Rusia y Occidente desde el fin de la Guerra Fría. Sin embargo, ni
siquiera en el máximo foro internacional, la Asamblea General de la ONU, se
pudo condenar de forma contundente la anexión rusa, pues apenas 100 países
apoyaron la resolución GA/11493, la cual le brinda plena soberanía a Ucrania
sobre el territorio de la península de Crimea, instando a todos los Estados a
no reconocer la adhesión.
Pese a lo anterior, Rusia nunca se ha parado de la mesa de
negociaciones, incluso los encargados de la política exterior de los dos
actores principales (Rusia y EE UU) han mantenido un canal de comunicación
directo, lo cual es sumamente racional, pues a ninguna de las partes le
conviene que las tensiones se amplíen aún más, pues existen contratos
multimillonarios para llevar gas a Europa que son capaces de sobrevivir a una
tensión “mayor” a lo que representó Crimea.
El gran estratega en esta serie de acontecimientos ha sido el presidente
Vladimir Putin, quien ha sabido jugar sus cartas, al contribuir a la generación de un escenario de
tensión en el Este Ucraniano, pues con el solo hecho de movilizar a algunos
efectivos militares hacia la frontera con Ucrania, ha logrado ganarse la
simpatía de grupos pro-rusos que quieren formar parte de la gran Federación. Estos
grupos han tratado de repetir el mecanismo que legitimó la anexión de Crimea,
pues han celebrado diversos referéndums en sus zonas de influencia, pero no han
encontrado el apoyo de Moscú en sus intenciones.
La inestabilidad política en Ucrania le permite a Rusia ganar más tiempo
para legitimar su poder en el este europeo. Una Ucrania en caos no es un
contrapeso para Moscú, pues carece de energía para defender ante instancias
internacionales la agresión rusa, sobre todo porque este último ni siquiera lo
considera como un actor relevante en las negociaciones de paz.
Sin embargo, el gobierno ucraniano no es el único actor que está
perdiendo en esta ecuación, pues los grupos separatistas pro-rusos de la
autoproclamada República Popular de Donestk perciben cómo Moscú entibia sus
declaraciones y por tanto su apoyo a esta causa, que pierde sentido sin el
respaldo militar, económico y moral del gigante eslavo, mientras que poco a
poco, la milicia ucraniana les arrebata puntos de control estratégicos para sus
objetivos.
El apartado Ucrania en el proyecto de expansión y re-posicionamiento de
Putin sigue abierto, de manera que este país vive aún entre intenciones,
amenazas y sospechas. Sin embargo, los tiempos favorecen a un cambio de actitud
de la Federación Rusa, que apoyará toda iniciativa en favor de quienes
conservan un lazo intangible con la gran nación eslava, sin que ello signifique
alguna intervención militar directa, pues tienen la oportunidad de ser los
grandes pacificadores de la zona, aunque en el fondo hayan sido ellos quienes
irrumpieron, en un primer momento, la tranquilidad en el territorio ucraniano.
© Ignacio Pareja Amador, publicado en
diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Julio 2014.
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