martes, 15 de julio de 2014

Empoderar a la mujer

Empoderar a la mujer es uno de los grandes objetivos de las sociedades que transitan hacia el desarrollo. Distintos gobiernos en América Latina han tratado de brindarle mejores oportunidades de progreso a la mujer mediante la implementación de políticas específicas, que aseguren su participación en el área educativa mediante becas y otras facilidades, en el área económica a través de incentivos a las empresas que contratan personal femenino y en el área política por medio de las conocidas cuotas de género, que aseguran un porcentaje de representación femenina en los parlamentos locales y nacionales.
El empoderamiento es un tema cuya importancia rebasa las fronteras nacionales, pues es una meta que se encuentra contenida en el tercer Objetivo de Desarrollo del Milenio (ODM), el cual insta a los Estados firmantes de la declaración del Milenio a trabajar en favor de la promoción de la equidad de género y el empoderamiento de la mujer. La ONU percibe también este objetivo como un prerrequisito para erradicar la pobreza y el hambre en el mundo.
Durante la pasada conmemoración del Día Internacional de la Mujer (8 de marzo) Ban ki-Moon, Secretario General esta organización, sostuvo en su discurso que “los países con mayores niveles de equidad de género tienen mayores niveles de crecimiento económico”, una situación que también puede beneficiar a las empresas que contratan personal femenino o a los parlamentos o legislaturas que cuentan con una importante representación de mujeres en sus escaños.
La economista franco-americana Esther Duflo, catedrática del Instituto Tecnológico de Massachusetts, argumenta que el empoderamiento de la mujer puede acelerar el desarrollo de un país, subrayando que debe entenderse que la relación entre el empoderamiento y el desarrollo es un tema bidireccional.
Por un lado, el desarrollo disminuye las inequidades de género, al originar mejores las condiciones de vida para la población en general, mientras que por otro lado, la discriminación contra la mujer representa un gran obstáculo para el desarrollo, ya que hace evidente la existencia de un grupo vulnerable que se encuentra rezagado de la política social.  
Esta premisa bidireccional puede ser sinónimo de confusión para los tomadores de decisión en nuestros países, porque hace innegable la necesidad de “decidir” a qué política social se le debe dar más peso: a aquella que beneficia a la población en general o a aquella que se centra solo en las mujeres.
Una respuesta rápida nos diría que existen recursos para ambas políticas, e incluso es lo que se hace normalmente en los países en desarrollo como los latinoamericanos. Sin embargo, el no tomar en cuenta los efectos que tienen ambas acciones puede tener como consecuencia el gasto excesivo del recurso estatal (que es sumamente limitado), sin que ello implique que se logre empoderar a la mujer o mejorar las condiciones de vida de la población en general.
En este sentido, para poder priorizar a qué política se le debe prestar mayor atención es necesario conocer el rol tradicional de la mujer en nuestras sociedades, así como las facultades tiene la política pública para generar algún cambio en favor de las mujeres.
Por ejemplo, en sociedades altamente machistas, donde los niños son más valorados por las familias que las niñas, una efectiva política de intervención es la implementación del acceso gratuito a la salud, ya que está comprobado que, en este tipo de sociedades, los gastos en medicamentos o consultas médicas de las menores son cuantitativamente inferiores a lo que los padres desembolsan en la salud de sus hijos varones, de manera que en este caso, la política de seguridad social beneficia mayoritariamente a la mujer.
Otra política general que tiene un efecto más positivo para las mujeres es la construcción de infraestructura para servicios básicos, como el acceso a agua potable dentro de la vivienda, ya que en los países en desarrollo, la recolección del agua es una tarea que realizan mayoritariamente las mujeres, de forma que, el facilitar este servicio a las familias, ahorra a las mujeres tiempo valioso que puede ser utilizado en la realización de alguna actividad para su profesionalización o desarrollo personal.
El fomento a la diversificación económica, la atracción de inversión productiva y la apertura de empleos calificados son iniciativas que también pueden beneficiar mayormente a las mujeres, ya que en AL las mujeres cuentan con niveles de instrucción superior similares al de los hombres, lo que las convierte en candidatas potenciales para acceder al mercado laboral con mayor facilidad.
Independientemente de lo anterior, es importante que entendamos que el empoderamiento de la mujer es un proceso, en el cual la población femenina alcanza un completo control de sus decisiones en todos los ámbitos de su vida. Será imposible llegar al final de dicho proceso solo con políticas especiales o generales, mientras que los prejuicios y estructuras tradicionales de dominación masculina permanezcan como constantes en nuestras sociedades.  

© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Julio 2014


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