lunes, 2 de agosto de 2010

El Estado soy yo

¿Qué pensaría el gran libertador Simón Bolívar si escuchará el discurso demagogo y retórico del presidente Hugo Chávez? Seguro que se volvería a morir. El jueves pasado Chávez, que “representa” a los venezolanos, rompió relaciones con la República de Colombia como consecuencia de una acusación que este último hizo ante la OEA, el máximo organismo del hemisferio, acerca de la existencia de campos guerrilleros (FARC y ELN) en territorio venezolano.
La acusación pudo haber terminado por la vía multilateral, con la conformación de un grupo multinacional de inspectores, una comisión de vigilancia, o simplemente mandando a llamar al embajador colombiano en Caracas para que diera una explicación, porque romper las relaciones en su totalidad es una locura, ¿o no?
El presidente Chávez prefirió desgajar todos los lazos políticos entre aquellos países que algún día conformaron el virreinato de Nueva Granada, que después de la independencia fueron la “Gran Colombia”, el Estado que liberó y gobernó Bolívar.
No estamos seguros de que el presidente venezolano sepa que la ruptura total de las relaciones se traduce en la acción diplomática más fuerte que puede ejercer un Estado en contra de otro, un mensaje que se lee entre líneas como una declaratoria de guerra.
Recordemos que las funciones de una embajada no se limitan a los lazos políticos entre los Estados, sino que abarcan los asuntos de los connacionales en otros países. ¿Qué harán los venezolanos en Colombia que requieran asesoría o apoyo de su embajada y viceversa?
Si hacemos un análisis de las razones que desencadenaron esta tensión veremos que al gobierno de Colombia le preocupa la falta de cooperación del gobierno venezolano (y sus otros vecinos) para combatir a estos grupos subversivos. Cuenta desde hace años con el apoyo de EE.UU., país que ha instalado distintas bases militares y ha brindado asesoría y recursos económicos al ejército colombiano.
La injerencia de EE.UU. es el principal detonante para la tensión por parte de la “Venezuela de Hugo”, por un lado porque lo ve como una intromisión a Sudamérica, mientras que por otro lado lo percibe como el principal obstáculo para la ampliación de su proyecto “integracionista” y “bolivariano”.
Si nos vamos a un análisis a nivel individual veremos que los actores implicados Álvaro Uribe y su homologo Hugo Chávez tienen grandes diferencias. El primero es un tecnócrata conservador que gobierna Colombia desde 2002, y que dejará el poder el próximo 7 de Agosto, siendo su sucesor Juan Manuel Santos.
El segundo es un ex militar con tendencia izquierdista, un hombre que gobierna Venezuela desde 1999, que ha sabido concentrar el poder y hacer valer aquella máxima de Luis XIV “L'État, c'est moi” (el Estado soy yo). Y claro que en Venezuela el Estado es Chávez, de ahí que su estrategia sea “nacionalizar” o “estatizar” los sectores productivos e informativos más importantes, justamente para hacer del Estado un ente más grande y en consecuencia aumentar su poder.
Chávez puede actuar por el Estado libre y soberano de Venezuela sin consultarlo con su pueblo, ni siquiera con sus asesores o ministros. Él maneja la política exterior y en un ataque de adrenalina le ordena de forma prematura, impulsiva y amenazante al ministro competente hacer los procedimientos protocolarios para finalizar las relaciones diplomáticas, cuando en el mundo pensamos que el reclamo colombiano en el seno de la OEA no es motivo suficiente para que se rompan los vínculos entre ambos Estados.
Su discurso está plagado de aquella “Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular”, con aquella “Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder”, en pocas palabras de demagogia.
Porque es fácil decir que Uribe “está enfermo de odio”, es sencillo dar juicios de valor y tomar la política como un juego gobernado por insultos y chistes, pero eso sí, romper con Colombia “[le] produce una lágrima en el corazón”. ¡Vaya que tiene sentimientos!
Chávez tomó una decisión que le compete al pueblo y a la soberanía venezolana, lo hizo por “dignidad” como si su país hubiese sido humillado por Colombia, como si verdaderamente -su lucha- fuera nacional.

La idea bolivariana de una América Latina unida es muy buena, es un movimiento que deberíamos trabajar para hacerla una institución, o sea algo que sobrepase al hombre y sus cambios políticos, porque cuando una idea es muy buena puede sobrevivir a pesar del cambio de liderazgo. Cuando una idea se convierte en institución puede caminar independientemente de la persona que la dirija. En eso creía Bolívar, en la unión surcada sobre la base de un objetivo común y de la voluntad popular, nunca creyó en la división o en la imposición de un “método latinoamericano”, sino que lo hizo como una herencia para que nuestros pueblos hermanos pudieran afrontar las peripecias del mundo unidos como la nación que somos, latinoamericanos al fin.

Contacto: ignacio_pareja@yahoo.com.mx

© Ignacio Pareja Amador, publicado en los periódicos:
Medio Informativo Imagen Poblana, Puebla, Pue. Sección Opinión. 27 de julio 2010.
Pueblo Guerrero, Chilpancingo Gro. 27 de julio de 2010.
Revista Peninsular. Mérida Yucatán, 30 de Julio de 2010.
Diario de Martínez de la Torre. Martínez de la Torre, Veracruz. 27 de julio de 2010.

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