Los muros te acompañan toda la vida, te atrapan, te someten, te brindan protección, te ocultan del mundo e impiden que el mundo te absorba. Se nutren de polvo, huellas, roturas, grafitis, humedad, contextos, cicatrices y paisajes que sólo pueden ser creados por el tiempo.
Esta es una introducción poco usual (romántica) que hemos escuchado sobre una temática que genera gran polémica a nivel internacional: la cuestión de las barreras, las fronteras y los muros que dividen a las naciones. Sobretodo porque esta temática denota la importancia de las decisiones políticas (tanto nacionales como internacionales) y sus efectos en la sociedad, en la manera de vivir de un pueblo, en las costumbres, tradiciones e incluso en su historia.
Para cuando esta colaboración llegué a sus manos, habremos celebrado el veinte aniversario de la caída del muro de Berlín, aquella cortina de acero como decía Winston Churchill, que separaba al mundo en dos ideologías aglomeradoras y envidiosas: el socialismo y el capitalismo.
Habremos conmemorado el derrumbamiento de cerca de 45 Km de concreto, alambre, vayas, torres de vigilancia, etc., que no sólo separaba a Berlín Oriental del Occidental, si no que era un símbolo de la férrea lucha antagónica en la que estuvieron inmersos casi todos los países del mundo: la Guerra Fría.
Una fecha como la que ahora celebramos es una gran fiesta nacional para los alemanes, para aquel país que hoy en día es el quinto más rico del mundo, el motor financiero e industrial de la Unión Europea, el más poblado de esta integración. Aunque también es un evento que aplaudimos a lo largo del globo como el fin de una era.
Los principales actores de aquel acontecimiento, EE.UU. y Rusia elogian el fin de una época marcada por la hostilidad política y la carrera armamentista, lo hacen en el marco de un acercamiento sin precedentes, pero que no ha visto el alivio total de las tensiones entre estos gigantes militares, sobre todo porque la política exterior de aquellos países depende en gran medida de los lideres que han llegado al poder, por ello no observamos grandes avances en la relación bilateral cuando gobernaba Bush Jr. y Putin.
Hace veinte años, la humanidad reconoció que los muros sirven para detener el progreso, segregan naciones con fines políticos, separan con fines económicos, aíslan con fines raciales. Que en la construcción de cualquier barrera fronteriza ambas partes son culpables por bastas razones: inequidad social, discriminación racial o religiosa, falta de oportunidades de desarrollo, pobreza, corrupción, desempleo, injusticia, etc., pero también nos dimos cuenta que la única victima es la sociedad, el pueblo, quienes huyen por causas propias y se encuentran con barreras materiales y sociales que les impiden ejercer su libertad en cualquier territorio.
La idea de un muro entre dos naciones es en si misma negativa, hace evidente que tenemos razones para protegernos de nuestros vecinos, que preferimos la prevención antes de la propuesta, que la humanidad es de lento aprendizaje o que éste sólo puede venir acompañado de la calamidad.
Pese a esta lección, los ciudadanos del mundo observamos con pena y pesar que estamos lejos de aprender de nuestros errores pasados, que existen grandes barreras que separan a las naciones de aquella idea utópica de la aldea global. Hoy en día hay decenas de muros y barreras en el mundo, separan territorios en casi todos los continentes. Existen en Marruecos, Chipre, Israel, Cisjordania, Irak, Kuwait, la península de Corea e incluso en EE.UU., donde el proyecto de muro fronterizo avanza sigilosamente pese a la crisis económica, contrariando lo dicho por su Secretaria de Estado, Hilary Clinton, en Berlín: “no hay muros que no podamos derribar”.
Ante este diagnostico, tengamos presente que lo que aconteció hace dos décadas en Alemania fue una re-integración inédita, que no tiene comparativos, que no ocurrirá por ejemplo a corto plazo en las Coreas. Aquella fue una reconciliación nacional que rebasó la barrera ideológica, la cual no pudo mermar la identidad nacional del pueblo teutón, de la nación alemana que asumió los costos de volver productivo y democrático al territorio de oriente.
Aquel acontecimiento nos recuerda de manera individual que todos tenemos nuestras barreras, nuestros muros cotidianos, aquello que adorna nuestra vida con complicaciones y es a la vez el sazón de la misma. Porque se cree que el hombre de hoy no sabe qué hacer cuando está frente a un muro. Piensa en escalarlo, saltarlo, superarlo a toda costa, y no se da cuenta de que lo mejor es pasar a través de él, para derribarlo, para dejar huella, y así tener un testimonio del tránsito de su vida en la historia. Sólo así se pudo unificar Alemania; derribando el muro. Celebremos un triunfo más de la humanidad.
*Internacionalista, idealista y libre promotor del cambio.
Comentarios y contacto: ignacio_pareja@yahoo.com.mx
Esta es una introducción poco usual (romántica) que hemos escuchado sobre una temática que genera gran polémica a nivel internacional: la cuestión de las barreras, las fronteras y los muros que dividen a las naciones. Sobretodo porque esta temática denota la importancia de las decisiones políticas (tanto nacionales como internacionales) y sus efectos en la sociedad, en la manera de vivir de un pueblo, en las costumbres, tradiciones e incluso en su historia.
Para cuando esta colaboración llegué a sus manos, habremos celebrado el veinte aniversario de la caída del muro de Berlín, aquella cortina de acero como decía Winston Churchill, que separaba al mundo en dos ideologías aglomeradoras y envidiosas: el socialismo y el capitalismo.
Habremos conmemorado el derrumbamiento de cerca de 45 Km de concreto, alambre, vayas, torres de vigilancia, etc., que no sólo separaba a Berlín Oriental del Occidental, si no que era un símbolo de la férrea lucha antagónica en la que estuvieron inmersos casi todos los países del mundo: la Guerra Fría.
Una fecha como la que ahora celebramos es una gran fiesta nacional para los alemanes, para aquel país que hoy en día es el quinto más rico del mundo, el motor financiero e industrial de la Unión Europea, el más poblado de esta integración. Aunque también es un evento que aplaudimos a lo largo del globo como el fin de una era.
Los principales actores de aquel acontecimiento, EE.UU. y Rusia elogian el fin de una época marcada por la hostilidad política y la carrera armamentista, lo hacen en el marco de un acercamiento sin precedentes, pero que no ha visto el alivio total de las tensiones entre estos gigantes militares, sobre todo porque la política exterior de aquellos países depende en gran medida de los lideres que han llegado al poder, por ello no observamos grandes avances en la relación bilateral cuando gobernaba Bush Jr. y Putin.
Hace veinte años, la humanidad reconoció que los muros sirven para detener el progreso, segregan naciones con fines políticos, separan con fines económicos, aíslan con fines raciales. Que en la construcción de cualquier barrera fronteriza ambas partes son culpables por bastas razones: inequidad social, discriminación racial o religiosa, falta de oportunidades de desarrollo, pobreza, corrupción, desempleo, injusticia, etc., pero también nos dimos cuenta que la única victima es la sociedad, el pueblo, quienes huyen por causas propias y se encuentran con barreras materiales y sociales que les impiden ejercer su libertad en cualquier territorio.
La idea de un muro entre dos naciones es en si misma negativa, hace evidente que tenemos razones para protegernos de nuestros vecinos, que preferimos la prevención antes de la propuesta, que la humanidad es de lento aprendizaje o que éste sólo puede venir acompañado de la calamidad.
Pese a esta lección, los ciudadanos del mundo observamos con pena y pesar que estamos lejos de aprender de nuestros errores pasados, que existen grandes barreras que separan a las naciones de aquella idea utópica de la aldea global. Hoy en día hay decenas de muros y barreras en el mundo, separan territorios en casi todos los continentes. Existen en Marruecos, Chipre, Israel, Cisjordania, Irak, Kuwait, la península de Corea e incluso en EE.UU., donde el proyecto de muro fronterizo avanza sigilosamente pese a la crisis económica, contrariando lo dicho por su Secretaria de Estado, Hilary Clinton, en Berlín: “no hay muros que no podamos derribar”.
Ante este diagnostico, tengamos presente que lo que aconteció hace dos décadas en Alemania fue una re-integración inédita, que no tiene comparativos, que no ocurrirá por ejemplo a corto plazo en las Coreas. Aquella fue una reconciliación nacional que rebasó la barrera ideológica, la cual no pudo mermar la identidad nacional del pueblo teutón, de la nación alemana que asumió los costos de volver productivo y democrático al territorio de oriente.
Aquel acontecimiento nos recuerda de manera individual que todos tenemos nuestras barreras, nuestros muros cotidianos, aquello que adorna nuestra vida con complicaciones y es a la vez el sazón de la misma. Porque se cree que el hombre de hoy no sabe qué hacer cuando está frente a un muro. Piensa en escalarlo, saltarlo, superarlo a toda costa, y no se da cuenta de que lo mejor es pasar a través de él, para derribarlo, para dejar huella, y así tener un testimonio del tránsito de su vida en la historia. Sólo así se pudo unificar Alemania; derribando el muro. Celebremos un triunfo más de la humanidad.
*Internacionalista, idealista y libre promotor del cambio.
Comentarios y contacto: ignacio_pareja@yahoo.com.mx
© Ignacio Pareja Amador, publicado en el periódico "El Imparcial". Oaxaca, México. 10 de Noviembre, 2009
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