miércoles, 7 de enero de 2015

Confianza y credibilidad



Las democracias modernas tienen un reto innegable que superar: el déficit de confianza y credibilidad que sufren los gobiernos que de ellas emanan. Las causas de este problema pueden ser variadas y van desde la falta de efectividad para hacer frente a los complejos problemas de las sociedades contemporáneas, hasta la incapacidad para resolver dificultades estructurales como la corrupción, que es un tema que se señala con mayúsculas en los países en desarrollo, pero que poco se atiende en realidad.
La doctora Karen Jones, catedrática de la Universidad de Melbourne, sostiene que tanto la confianza como la credibilidad son elementos indispensables para reducir los costos de transacción en la difícil relación entre ciudadanos y gobiernos. De forma que a mayor déficit de confianza y credibilidad en la administración pública, mayores serán los canales obligatorios y punitivos para hacer que los ciudadanos participan y contribuyan con las labores del gobierno.
Este argumento tiene bastante lógica. Si los individuos confían en que los gobiernos de sus comunidades cumplirán efectivamente con sus funciones básicas, esto es de forma eficiente y eficaz, entonces no tendrían argumentos para reusarse a pagar sus impuestos y cumplir con su obligación ciudadana. Sin embargo, si la administración de un gobierno no es efectiva, aunque exista una “obligación” para contribuir a las arcas públicas, el individuo está en su derecho de cuestionar, o en su defecto, de manifestar su desaprobación respecto a la manera en la que se utiliza el recurso que éste aporta.
Este escenario indeseable tanto para los ciudadanos como para los gobiernos puede resolverse mediante la edificación de confianza y credibilidad, ambos conceptos en construcción que tienen elementos en común: pueden ser considerados valores, requieren de voluntad para ser alcanzados, y solamente pueden generarse mediante el seguimiento de un proceso a largo plazo.
La construcción de confianza y credibilidad no se genera simplemente con el ágil discurso político, en el que se expresa “qué se creará” o “qué se tendrá que hacer” para tener mejores instituciones, pues esta acción como diría el pensador Rubén Amador es como creer que con una pincelada tendremos el cuadro completo.
Como el académico australiano Richard Holton sostiene “confiar” puede considerarse una decisión que es influenciada por el ambiente que nos rodea. Por ejemplo, en un viaje de vacaciones una persona puede quedarse dormida en el autobús que lo lleva de forma cotidiana a su lugar de origen. Sin embargo, si en alguna ocasión ocurre un evento que impide que esta persona llegue con bien a su destino (algún accidente, asalto, etc.) ella o él pueden decidir no confiar otra vez en este ambiente particular.
Antes de realizar el viaje es improbable que esta persona se haya tomado algún tiempo para pensar en los aspectos superfluos de esta actividad; como la ruta del autobús, la experiencia del conductor, el riesgo de quedarse dormida, etc. Sin embargo, la experiencia negativa que sufre en el viaje se convierte en un elemento que traiciona su confianza.
En consecuencia, se puede decir que en un principio (si las cosas salen como debe ser) no hay un motivador de desconfianza en el ambiente del individuo, sino hasta que éste experimenta algo que afecta su percepción sobre una situación particular.
Como lo muestra el ejemplo anterior, las personas confiamos pretendiendo que existen mecanismos de control para el ambiente en el que desarrollamos nuestra vida diaria, cuando algo negativo nos ocurre o cuando las cosas no funcionan como debiera ser, comenzamos a cuestionar al ambiente, a sus instituciones y a los mecanismos de control que las gobiernan.
Se dice que el mejor gobierno es aquel del que poco se escucha, que el ciudadano común y corriente no cuestiona a quienes lo representan cuando tiene los satisfactores básicos para realizar sus actividades cotidianas; cuando existen buenas vialidades, calles seguras, servicios públicos de calidad, inversión, empleo, educación, etc.
Sin embargo, como en una relación cíclica ello no puede alcanzarse sin la cooperación de ambas partes, sin la amalgama que permite más interacción a menores costos. La confianza puede considerarse un proceso porque requiere de múltiples pasos para ser construida, donde la etapa final es la credibilidad.  Al final de cuentas,  tanto la confianza como la credibilidad son elementos imprescindibles del Estado, pues facilitan las complejas interacciones de las sociedades modernas.

© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Enero 2015.

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