La globalización ha alimentado la posibilidad de
construir una aldea global, en la cual se acepten como universales ciertos
valores que promuevan la paz y una convivencia armónica entre individuos de
diversas naciones. Quienes sostienen que este escenario es posible han
argumentado que la convivencia constante y respetuosa, así como el incremento
de las interacciones entre distintas civilizaciones, será la base para crear
una comunidad humana que pueda convivir con sus semejantes sin entrar en
conflicto.
Hace algunos años, el politólogo estadunidense
Samuel Huntington, en un prolífico artículo titulado “El choque de
civilizaciones” sostuvo que el escenario antes descrito solo sería posible si
los distintos grupos humanos aprendían a convivir con los demás, ya que el
origen de los conflictos en el siglo XXI serían justamente las diferencias
entre los mismos.
Huntington identificaba a las civilizaciones como
el nivel más alto de organización de las personas, ya que en ellas se engloban
las costumbres, el idioma, la religión, la historia y la cosmovisión de un
grupo de individuos que se identifican entre sí como parte de una
comunidad.
La identidad de cada civilización se convierte en
el elemento que puede generar enfrentamientos entre las mismas, pues según
Huntington, la globalización lejos de lograr una fusión efectiva, genera un
rechazo en cuanto a la imposición de valores que los Occidentales consideran
“universales”, por el simple hecho de que tienen diferentes percepciones en
conceptos como los derechos humanos, la libertad, la igualdad, la relación del
individuo con su Dios o con el Estado, etc.
Como ejemplo tenemos la ola de manifestaciones que
han acontecido en el mundo islámico, como consecuencia de la publicación del
semanario satírico Charlie Hebdo, donde se muestra una representación en imagen
del profeta Mahoma con el encabezado “Tout est pardonné” (Todo está perdonado),
haciendo alusión al ataque terrorista que sufrió la publicación el pasado 7 de
enero.
Es importante aclarar que el tema del atentado
escapa a la reflexión de la presente colaboración, pues su naturaleza es
injustificable. El uso abusivo de la fuerza y la violencia no pueden ser nunca
cualidades de una civilización, sino que son expresiones de grupos radicales y
extremistas que con este tipo de acciones lastiman a toda la humanidad.
Volviendo al tema de las manifestaciones en el
mundo musulmán, que han tenido incluso conclusiones fatales en algunos países,
se puede decir que el origen de este descontento no radica en la intolerancia a
la libertad de expresión, sino a la incomprensión y jerarquización que dos
civilizaciones distintas le brindan a esquemas de valores y libertades.
Mientras que en la civilización occidental creemos
que son ampliamente entendidos diversos conceptos como los derechos humanos, la
libertad de prensa, incluso la libertad religiosa, en otras civilizaciones,
pese a que ha existido una larga convivencia con los Estados occidentales,
incluso pese a que muchos de sus miembros han nacido en países íconos de esta
civilización como Francia, el respeto a sus ídolos religiosos es más importante
que la libertad de prensa, teniendo una priorización distinta a un orden que se
cree resuelto en Occidente: la división de lo público (libertad de expresión) y
lo privado (la libertad religiosa).
El mismo Huntington sostuvo en su argumento que las
guerras del siglo XXI ya no se disputarían entre países, sino que serían entre
civilizaciones. La principal razón de ello no es otra que el desacuerdo, la
mala comunicación y el malentendido. Lo que los occidentales percibimos como
una libertad, en este caso como la libre exposición de las ideas, en el mundo
del islam se advierte como un ataque a su líder espiritual. Mientras que
nosotros observamos en sus manifestaciones un fanatismo religioso, ellos lo ven
como una defensa legitima a aquellos valores que los identifican como
civilización. Mientras que los occidentales distinguen a la religión como un
elemento individualísimo y privado, ellos lo aprecian como una herencia
cultural que habita en el ámbito público.
Estas claras diferencias entre civilizaciones deben
motivar un diálogo constante entre quienes formamos parte de las mismas. Deben
impulsarnos a no generalizar ni estigmatizar a quienes son distintos a
nosotros, sino al contrario, nos deben motivar a tratar de entender a quienes
comparten una determinación geográfica con nosotros, pero cuyas creencias, tradiciones
y cosmovisión son diferentes.
Como Huntington afirmó en su momento, la paz como
un objetivo exitoso solo podrá alcanzarse si entendemos que en el mundo, más
que la creación de una civilización universal necesitamos que las generaciones
futuras aprendan a convivir entre ellas, se comprendan entre sí, estando conscientes
de que cada grupo tiene una escala de valores distinta, y que la única manera
de alcanzar la paz es respetando los valores que nos diferencian, privilegiando
el diálogo y dejando de lado las provocaciones.
© Ignacio Pareja Amador,
publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Enero
2015.