Con dedicatoria especial a R.P.A.R.
Sólo esperaban su muerte, no había otra opción ni otra manera. Los años ya le habían arrebatado todo: sus fuerzas, sus bienes, e incluso su gran inteligencia. No tenía nada que lo atara a este mundo, ya no hacía propuestas, empresas, ni bienes. No podía siquiera gozar de sus nietos: por el cansancio; por la mala fortuna de ser un viejo sin hábitos; porque ya había recibido mil y un homenajes; por más razones que ni sus propios años alcanzarían a cubrir.
Su inspiración yacía enterrada desde hace ocho años, aquella dama de facciones elegantes la había acompañado en un júbilo de alcohol y excesos comunes para escapar por momentos de su realidad tan cruel.
El hombre no tenía a nadie, sólo le correspondían preocupaciones y pesares por una familia que siempre le temió y poco lo quiso, por unos hijos que vivieron a la sombra de un demonio de grandes dotes narrativos y dureza a la hora de educar al pueblo. Católico fiel en la iglesia, perfecto pagano en pachangas, fiel al tabaco más que a otros vicios dejó de ser él hace muchos años.
Cólico y vengativo, no se guardaba palabras para retar a un vecino, para gruñir con tal fuerza que a los padres de los niños atemorizaba, y a mi más…
Ahora sólo espera: un partido de soccer, de béisbol, una película de Tin Tan, de Pedro Infante, de pobrezas exaltadas que le provocan la añoranza de aquellos años donde peleaba frente a frente con la vida y la derrotaba con su gran guante de cuero y hierro, con esos brazos tan fuertes, que se alimentaban de impactos de corcho de un deporte ancestral –que como él- poco a poco muere.
Así se pasa la vida nuestro viejo héroe, esperando aquella visita tan maldita, rogándole a Dios siempre lo mismo, pensando que vive al día, que no es tiempo de crear, que no puede ver para leer o escribir o dibujar, o pensar y razonar simplemente.
Sus historias, que son tantas, ahora yacen agotadas y difusas. Se han quedado en el limbo de las fantasías, cuelgan algunas en casas lujosas, en cuadros repintados, en la memoria de algunos nietos, en un diario, en cuentos aún no escritos, en muchos lugares y forman parte del universo de la amorosa familia.
Su voz no tiene el mismo impacto y hoy por fin olvido un nombre, ¿o era un apellido?, o era algo inventado, o no era nada, pues su voz no encontró oído que lo escuchara, sólo reproches y venganzas ya caducas, pues el cruel que maltrató yacía en la tumba, sólo queda en ese cuerpo semi-estéril un alma –que ya está limpia-., un espíritu que no puede enriquecerse más, unos ojos que lloran ante cualquier acontecimiento banal, habiendo visto las calamidades completas del mundo.
Se ve que sufre, porque ha optado por no responder jamás. Su silencio no representa su demencia, sino es la objeción más certera que tiene para decirnos que su tiempo ha pasado, que lo que nos mueve para nada sirve, que la luz que hacía latir su corazón ya se apagado.
Ignacio Pareja.
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