miércoles, 3 de diciembre de 2014

La responsabilidad del ciudadano

La única variable que controla el individuo es su esfuerzo. Se ha vuelto una practica común que los ciudadanos culpemos a nuestros gobiernos por la gran mayoría de males que aquejan a nuestros Estados. Se cree erróneamente que nuestros lideres tienen capacidades suficientes para hacer frente a los complejos problemas de las sociedades en el siglo XXI.
Lejos de lo que pudiera pensarse, esta no es una situación particular de los países en desarrollo, sino que es una tendencia global de las democracias modernas, debido, sobre todo, a que la sociedad avanza a una velocidad superior a la que opera normalmente la respuesta política.
Una de las razones que explican la lentitud del sistema político para atender, o en su defecto prevenir las demandas sociales, es la politización de los temas de interés general, esto es, el excesivo ejercicio del calculo político para sacar ventaja de problemas o crisis que afectan a los ciudadanos. Esta practica explica en parte, el desinterés del individuo por participar durante las elecciones, y la exigencia de éste para abrir nuevos canales de participación, que propicien mayor eficacia y legitimidad en las políticas publicas.
La eficacia puede lograrse mediante la invitación de expertos y autoridades académicas que no solo conozcan del tema, sino que cuenten con la autoridad moral para brindar propuestas que velen por el interés general y no por el político.
La legitimidad se adquiere invitando a que la sociedad se informe de manera sencilla y cuente con canales para dialogar con su gobierno. 
Sin embargo, éstos son escenarios de difícil creación, pues requieren que los grupos políticos cedan espacios, y por tanto poder, a los expertos y a los ciudadanos, compartiendo de esta manera la responsabilidad del gobierno.
Se debe tomar en cuenta también que en democracia es sumamente complicado que prevalezca una idea de país a largo plazo, lo cual es positivo en el sentido de que se puede evitar el autoritarismo de un modelo o ideología, pero ello implica retos sumamente complejos.
Uno de ellos es la dolorosa aceptación de que los ciudadanos tienen cierta complicidad en los elementos entrópicos del sistema, tales como la corrupción, el nepotismo, el trafico de influencias, la impunidad, etc. ya sea por omisión o por participación directa.
Hemos dejado que el sistema sobrepase en importancia nuestro sentido de comunidad y las buenas intenciones hacia nuestros países. Esto es, nos aferramos a la idea de que un individuo con buenos propósitos no puede ser capaz de modificar aquellas practicas que se han popularizado y que describen los excesos de los actores políticos.
Creemos que el sistema es determinante y que los individuos no podemos influir en él, una posición pesimista que aleja a los justos de la política y alienta a los corruptos a seguir ejerciendo practicas alejadas del bien común. Nos centramos en la critica, sin revisar detenidamente la viabilidad de nuestras demandas, sin conocer las facultades de los ordenes de gobierno, sin evaluar objetivamente el papel de las autoridades.
Nos olvidamos que en democracia el actor determinante es el ciudadano, que el sistema puede transformarse en la medida en la que cambiemos nuestras practicas cotidianas. Que difícilmente un gobierno corrupto podrá gobernar a una sociedad con valores que sepa como hacerse escuchar.
Los ciudadanos tenemos amplias responsabilidades en el destino de nuestras naciones, ya que idealmente nuestras demandas representan el origen fundamental de las políticas publicas; nuestra revisión y observancia puede ser una efectiva herramienta de control para nuestros gobiernos; mientras que nuestro seguimiento y evaluación determinan la permanencia o el cambio de los actores políticos.
Sin embargo, nuestra responsabilidad va más allá del rol que tenemos con los asuntos del poder y del gobierno. Cada individuo es responsable de sus actos y de sus elecciones. En la medida en la que estas elecciones propicien su desarrollo, los países avanzaran hacia mejores escenarios.
El Estado tiene la facultad de crear las condiciones (de paz y gobernabilidad) para que el individuo pueda ejercer estas elecciones de manera racional, esto es buscando maximizar sus beneficios, pero sus atribuciones están sumamente limitadas, ya sea por las capacidades de los gobernantes, la inmensa influencia política en los gobiernos o la complejidad del sistema social.
En este tenor, la tarea del ciudadano consiste en cambiar su perspectiva para transformar aquellos elementos que afectan al sistema; participar en aquellos temas que le afectan o en los que puede aportar conocimiento o experiencia; actuar como si viviera en un país de reglas y orden, todo ello, con el fin de que su cambio individual se convierta verdaderamente en la fuente de transformación del sistema.  

© Ignacio Pareja Amador, publicado en diversos periódicos y medios informativos en Latinoamérica. Diciembre 2014 

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